Menú
Agapito Maestre

Marcelino Menéndez Pelayo. El gran heterodoxo

Su escritura no necesita actualización sino lectores y también, dicho sea de paso, ediciones sencillas de sus obras.

Su escritura no necesita actualización sino lectores y también, dicho sea de paso, ediciones sencillas de sus obras.
Cabeza de Menéndez Pelayo en la escultura que decora su mausoleo. | Archivo

Fragmento de la Introducción de Marcelino Menéndez Pelayo. El gran heterodoxo, de Agapito Maestre.

Amenidad, inteligencia y pasión encuentro en la obra de Marcelino Menéndez Pelayo. Son afectos inmediatos que uno siente al leer en sus libros. Son una invitación permanente para conversar con un sabio. Son los componentes esenciales de su prosa extraordinaria. Su lectura jamás fatiga. Escribió, según Unamuno, la mejor prosa del siglo diecinueve y la primera década del veinte. César Vallejo, Azorín, Alfonso Reyes, Octavio Paz y Vargas Llosa mantuvieron algo parecido. Acertaron. Páginas enteras de sus investigaciones son hoy tan seductoras como en su época. Nunca nos cansan. Suficientes son estos motivos para escribir a tumba abierta sobre un genio de la cultura española. Su escritura no necesita actualización sino lectores y también, dicho sea de paso, ediciones sencillas de sus obras, libros agradables de bolsillo a los que pudiera acceder sin dificultades cualquier persona culta. Divulgación, sí, buena divulgación se requiere en un mundo cultural en retroceso. Es tarea urgente airear sus libros y sacarlos de ese ataúd bellísimo de sus Obras Completas, incluidas las de Internet. Este tipo de ediciones siempre corren el riesgo de reducir a sus autores al anonimato. Necesitamos impresiones de sus libros que no asusten por su volumen y coste a sus potenciales lectores.

Quede claro que nada tengo contra las grandes ediciones de sus obras (…). Magnífica es toda esa labor editorial, pero ahora hablo de otra cosa. Necesitamos colecciones sencillas de sus libros antes que ediciones críticas y académicas, a veces, excesivamente recargadas con estudios introductorios a cargo de especialistas en las materias tratadas; antes que sesudos análisis de su pensamiento, antes que antologías de sus textos con previos y largos trabajos mazorrales, serían preferibles ediciones limpias y accesibles a cualquier tipo de lector. Es menester mostrar el atractivo de su obra de modo simple y directo. ¿O acaso alguien con buen gusto estaría dispuesto a renunciar a leer con fruición de novelista su Historia de los heterodoxos españoles? Nadie que busque entretenimiento y amenidad en la lectura renunciará a leer los libros de Menéndez Pelayo. Todas sus obras, debidamente contextualizadas para aquí y ahora, podrían publicarse por partes. Sería una buena manera de no asustar al lector por su cuantioso número de páginas. ¡Cuántos libros deliciosos no saldrían por separado de sus Historia de las ideas estéticas en España y de la Historia de los heterodoxos españoles! Algo parecido podría hacerse con su Antología de los poetas líricos castellanos, de hecho, a comienzos de los cuarenta del siglo pasado la colección Austral de Espasa-Calpe, publicó seis capítulos por separado, los dedicados a los Poetas de la Corte de don Juan II; este delicioso libro de 225 páginas llegó para acompañar a otros de don Marcelino en la misma colección, por ejemplo, San Isidoro, Cervantes y otros estudios, una selección de ensayos casi imposible de encontrar hoy en nuestras librerías de lance.

Una obra tan ingente como la de don Marcelino Menéndez Pelayo sigue siendo una referencia clave de los estudiosos y especialistas contemporáneos de los ámbitos humanísticos (arte, literatura, filosofía, historia, filología, etcétera). También los creadores, los novelistas, los poetas, los filósofos, los ensayistas y los cineastas recurren a don Marcelino, especialmente a la Historia de los heterodoxos españoles, la Historia de las ideas estética en España y la Antología de los poetas líricos castellanos, como fuente de sus creaciones y lugar de gozo lector. Sin embargo, el hombre culto, eso que los editores llaman un lector mediano, no ha tenido tanta suerte como los anteriores para leerlo y disfrutarlo. Múltiples son los prejuicios para acercarlo a un lector normal. El primero de todos es creer que sus libros son pesados, aburridos e ininteligibles. Falso. Cualquiera de sus creaciones es todo lo contrario de un libraco de texto para desasnar universitarios. Estamos ante la literatura científica y humanística más refinada de España. Engancha don Marcelino al lector de tal modo que sus libros se leen de seguido. Su prosa es la ejemplificación más alta del placer de la lectura. Toda su obra literaria, filosófica, histórica, erudita y creativa es abierta. Se yergue contra todo intento de negar lo efímero y lo cambiante. No se trata de hacer eterno lo perecedero sino de eternizar lo singular y pasajero. Eso es la historia, dicho con sus palabras, como obra de arte. No hay conceptos atemporales e invariables. Lo cambiante es lo sustancial de su filosofía. De su vida. El pensamiento de don Marcelino, que siempre está en construcción, reclama dignidad ontológica.

En modo alguno está dispuesto a pactar con el engaño de la modernidad: jamás confundirá el orden de lo ideal con el genuino ordo rerum. La referencia a la experiencia, a la historia entera, es el centro de su obra. Tiende a mostrar que la ciencia, la verdad pura y abstracta, y el arte son ámbitos inextricablemente vinculados. Ahí se contiene la grandeza de su estilo: su forma ensayística de escribir arrebata y seduce al lector más frío. Porque su investigación jamás renuncia al ensayo, escritura que aúna poéticamente el fragmento con el todo, sus textos son tan amenos como instructivos. No es autor de consulta sino de lectura. Y, sin embargo, consultarlo, copiarlo, o citarlo a destiempo, cuando no silenciarlo directamente, han sido los ejercicios dominantes entre las elites intelectuales españolas, en todas las épocas, desde su muerte hasta hoy. Esa conducta ha dado lugar finalmente a todo tipo de recelos y suspicacias que disuaden al lector mediano de su lectura. Los especialistas, quizá sin pretenderlo, han construido un monstruo. Averiguar, aclarar y desentrañar algunos de esos prejuicios no es el objetivo menor de este libro. Es el primer paso para invertir la terrible obsesión de los académicos de todos los tiempos: hacer de don Marcelino una fuente donde abrevar antes que una literatura donde disfrutar. Quien supere ese escollo, sin duda alguna, está en el camino de la felicidad. La cosa debería ser fácil: bastaría con abrir uno de sus libros, cualquiera sirve para hacer este experimento, y ponerse a leer… O sea, a ser feliz. La lectura de sus libros es la primera indicación para superar los miedos y prejuicios ante su obra. El problema es que cada vez hay menos lectores ingenuos. Todos están cargados de suspicacias, recelos y tópicos derivados de una ideología construida, a veces con mala fe y otras inconscientemente, contra el sabio.

El alejamiento y la desaparición de Menéndez Pelayo de la vida cultural española obedecen a múltiples causas, pero siempre encontraremos un fondo común, un conglomerado de circunstancias, que lo ocultan. El estereotipo caricaturesco sobre su figura humana e intelectual, la inexistencia de la mayoría de sus libros en las librerías, la desaparición casi por completo de su nombre de las Universidades y las Academias, los sistemáticos ataques bárbaros a un autor, muerto en 1912, por su compromiso civil en la época de la primera Restauración borbónica, la utilización perversa de sus ideas en diferentes etapas de nuestra historia, el silencio terrible de miembros prominentes de la Generación del 98 y el 14 sobre sus grandes logros humanísticos, la crítica acerada y grosera de algunos autores de la Generación del 27 a su visión de la poesía lírica en lengua española, la utilización de su pensamiento por intelectuales franquistas que se sirvieron de él para justificar primero sus posiciones totalitarias, y, más tarde, democráticas, las lecturas amaneradas y dulzonas de muchos de sus seguidores profesionales, o sea, profesores, editores y compendiadores, etcétera, etcétera, son sólo unos cuantos elementos de toda una ideología para excluir de la vida académica y cultural a Menéndez Pelayo.

Aunque reconozco la urgencia de hacer una fenomenología de los tópicos sobre este autor, que quizá nos explicara la desaparición de la cultura española de uno de sus "clásicos contemporáneos", la ocupación prioritaria de estas páginas es otra muy distinta. Aquí se trata solo de resaltar el vigor narrativo de su obra para dar al traste con todos esos prejuicios. No hay jamás pesadez en su prosa. A pesar de que algunos de los temas tratados no se presten a la fluidez de su narración, jamás sus libros se dejan vencer por la pesadez y la oscuridad. Lo artístico y lo concreto, la narración de la vida de los libros, domina sobre el fárrago y lo abstracto de los esquemas ideológicos. El aprender disfrutando es prioritario en su obra. Fue más hombre de libros vivos que de archivos muertos. Estamos ante un artista erudito. Un creador. Quizá sea una ingenuidad por mi parte creer que el acceso directo a la prosa de Menéndez Pelayo pueda vencer todos los prejuicios contra su obra, pero prefiero pecar de ingenuo a tener que condenarme a pelear con fantasmas, discutir lo obvio y deshacer sinsentidos derivados de esa funesta ideología en torno a su figura que encumbra el tópico y mata la lectura.

No me hago muchas ilusiones sobre el éxito de mi empresa. Me conformo con seguir dialogando con un buen amigo, Ángel Cidad Vicario, que ha descubierto recientemente la figura de don Marcelino. Me pidió opinión sobre el personaje y yo le di algunos consejitos para leerlo. Este libro recoge esos apuntes. Gracias a su interés lector he conseguido escribir este ensayo. Le estaré eternamente agradecido por haberme mantenido despierto durante el verano y el otoño de 2021. Espoleado por la rica prosa de este gigante de las letras españolas, he tratado de transmitirle a mi amigo las impresiones que me ha provocado la lectura de algunos de sus trabajos, investigaciones y ensayos. La máxima aspiración de este libro es compartir con usted, querido lector, la generosa amenidad, inteligencia y pasión que yo he recibido de Marcelino Menéndez Pelayo. El gran heterodoxo, don Marcelino Menéndez Pelayo, da eso a manos llenas y, de paso, nos enseña el camino principal de la sabiduría: la libertad. Su crítico espíritu jamás mezcló el saber con el poder. Nunca confundió la República de las Letras con un régimen político y menos aún con una ideología. Es la lección clave de un libre pensador para reformar todas la instituciones de investigación en la España de hoy.

0
comentarios