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Pedro Fernández Barbadillo

Sofía Casanova, la española que conoció cuatro guerras

Con ochenta años de edad y habiendo sobrevivido a los bolcheviques, a Sofía Casanova los nazis no la callaron.

LD (David Alonso) | Wikipedia

Parte de la guerra cultural en que está volcada la izquierda que controla el Ayuntamiento de Madrid consiste en feminizar la política y la sociedad. Por eso se está poniendo nombres de mujeres a calles, a parques, a bibliotecas y a todo lo que no se mueve. La ridiculez llega al punto de presentar como gran poetisa (perdón, poeta; poetisa es palabra machista) a la pobre Gloria Fuertes, entre cuyas virtudes no se encontraba la rima, y para comprobarlo basta leer cualquiera de sus poemas.

Hace unos días, dentro del Plan Memoria (sic), el Ayuntamiento puso en una casa una placa a Victoria Kent, que se opuso en las Cortes de la II República a la concesión del voto a las mujeres, porque éstas eran tan tontas que iban a ser manipuladas por sus maridos y confesores. ¡La misma excusa que ha dado Hillary Clinton para justificar su derrota!

Como vecino de Madrid, me gustaría proponer calles, placas y bibliotecas a dos grandes mujeres. Una es Mercedes Formica, que en los años 50 consiguió cambiar el Código Civil en favor de las mujeres separadas. Y la otra, Sofía Casanova, escritora y cronista desde Moscú y Petrogrado de la revolución bolchevique, que al menos sí tiene calle (al igual que la sectaria y machista Victoria Kent, puesta ésta por los acomplejados del PP en 2001). Dudo de que ambas propuestas prosperen, porque Formica era falangista y Casanova denunció en ABCla crueldad bolchevique.

Enamorada de un polaco

Sofía Casanova nació el 30 de noviembre de 1861 en La Coruña. Su padre, Vicente Pérez Eguía, descendía de carlistas ennoblecidos por los pretendientes, mientras que su madre, Rosa Casanova, lo era de una familia de comerciantes. El padre falleció en un naufragio en 1865 y en 1876 la viuda se trasladó a Madrid con sus padres y sus tres hijos.

En la capital, Sofía asistió al conservatorio, aprendió idiomas, acudió a tertulias, leyó mucho y empezó a escribir poesías y cuentos. En 1886 conoció al polaco Wicenty Lutoslawsky, graduado en Filosofía y Química, nacionalista polaco y cosmopolita. Se casaron en Madrid en 1887 y se instalaron en la finca familiar, en la Polonia rusa.

La relación con su marido fue mala, aunque no con la familia de éste. Sofía tuvo cuatro hijas (una de ellas murió joven) y realizó la proeza de aprender polaco. Su primera novela, El doctor Wolski, se publicó en España en 1894. En 1899 se trasladaron a Cracovia, porque Wicenty fue contratado como profesor en la universidad.

En 1905 regresó a España sola y empezó a publicar en la prensa de derechas madrileña (ABC, El Debate, Blanco y Negro) y gallega, así como en El Cuento Semanal. En 1908 se publicó una traducción suya de Quo vadis? En la Belle Epoque solía viajar una vez al año a Polonia para reunirse con sus otras tres hijas vivas. Allí le sorprendió el estallido de la Gran Guerra.

En los meses siguientes, hasta su evacuación en agosto de 1915 a Moscú debido al avance alemán, trabajó en hospitales. Antes de la guerra elogiaba a los polacos y criticaba a los rusos y al zarismo, pero a partir del verano de 1914 consideraba peor para su pueblo de acogida el imperialismo germano.

Corresponsal de guerra

En diciembre de 1914 publicó una larga carta sobre la guerra en Polonia dirigida a los españoles. Gustó tanto que Torcuato Luca de Tena le propuso ser corresponsal de ABC en el frente oriental. La colaboración con este periódico duraría hasta junio de 1944, en que se publicó su último artículo.

Primero en Moscú y luego en Petrogrado, Casanova escribió artículos en los que relata la decadencia del régimen zarista y el malestar popular; incluso trató de entrevistar a Rasputín. Cuando la censura rusa le cerró el telégrafo, recurrió a otros métodos para enviar sus textos a España, desde la valija diplomática (el embajador español, conde de Cartagena, la protegía) a sencillos viajeros.

Su mayor mérito: haber conocido a los bolcheviques y advertido a los españoles del peligro que constituían para la civilización.

Aunque era monárquica, recibió con esperanza las sucesivas revoluciones del año 1917. Pronto se desilusionó. En sus crónicas cuenta sus paseos por las calles de Petrogrado, los tiroteos en los que corrió peligro su vida, los linchamientos callejeros, el desmoronamiento del orden público, el hambre y el frío…

"Comités, Consejos, Consejos y Comités, y comisariados, forman el laberinto oficial de estos días aciagos", escribe en La Revolución Bolchevista, reeditado en 2008 por última vez. Desprecia a Kerensky: "No creo en el triunfo de este hombre, que dio derechos a los soldados aniquilando la disciplina". Y espera el triunfo de los rojos por su fuerza de voluntad: "Los bolsewiksse han echado a la calle seguros de su fuerza y decididos a vencer o morir". La indecisión, señala, era el gran defecto de Nicolás II: "El Monarca que no se decidía a decir sí o no en cosas graves".

Después de que los bolcheviques tomaran el poder pudo entrevistar a León Trotski, comisario de Asuntos Exteriores, y entre otros asuntos éste le contó su estancia en España. Por fin, decepcionada con las medidas tomadas por Lenin y asustada por los asesinatos de los Románov y de las clases altas, pudo regresar a Varsovia y de ahí a España. Tenía ya 58 años y estaba agotada. Sus paisanos la recibieron en loor de multitudes.

Contra "los devotos de Mahoma"

Los horrores que sucedieron ante sus ojos le hicieron aborrecer la guerra. Sin embargo, encontró un punto positivo: la irrupción imparable de la mujer en la política y la economía.

A los contrarios al ascenso de las mujeres en la sociedad les dedicó calificativos como "conservadores amojamados", "masculinistas acérrimos" y "devotos de Mahoma" (fíjese, amigo lector, que ya había islamofobia hace casi un siglo).

En cuanto se recuperó, en 1920, volvió a su amada Polonia, donde el mariscal Pilsudski levantaba un nuevo país y combatía a los bolcheviques. Entre 1920 y 1930 vivió sus años más gloriosos: viajó seis veces a España, publicó cientos de artículos en periódicos españoles, argentinos y cubanos, escribió varios ensayos y novelas…

Los libros de Casanova, como el citado La Revolución Bolchevista. Diario de un testigo (1920) y En la Corte de los zares: del principio y del fin de un imperio (1924), son hechos que refutan la excusa progresista de que los intelectuales que apoyaron durante décadas a los comunistas no sabían lo que pasaba en Rusia.

Sofía Casanova apoyó la instauración de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y en un viaje a España, en 1930, se quedó asustada por el ambiente político. Desde la instauración de la República, advirtió de la infiltración comunista en ella. El 15 de julio de 1936, dos días después del asesinato de Calvo Sotelo por pistoleros del PSOE, se publicó en ABC su último artículo antes de la guerra, titulado "Mirando a Rusia".

En 1938 realizó su última visita a España, en concreto a La Coruña, donde residía su hermano. En su viaje de regreso, Franco la recibió en Burgos.

En la Varsovia ocupada

Al año siguiente estalló en torno a ella una nueva guerra, que fue la cuarta de su vida: la Gran Guerra, la de independencia de Polonia, la española y la Segunda Guerra Mundial. No tenía acceso a la prensa española, pero escribió una serie de cartas que en 1945 se publicaron en un libro titulado El martirio de Polonia. Con parte de su familia, abandonó Varsovia y se refugió en el campo. La destrucción de todos sus recuerdos le conmovió: "Ni un retrato de mi madre tengo, ni nada que hable de mí a mis hijas".

Gracias al embajador español en Berlín pudo volver a la Varsovia ocupada. Con ochenta años de edad y habiendo sobrevivido a los bolcheviques, a Sofía Casanova los nazis no la callaron. Numerosos soldados de la División Azul la visitaron y a todos ellos les habló sobre la persecución a los polacos y a los judíos. Se le ofreció el traslado a España, pero se negó a abandonar a sus hijas, a sus nietos y a sus amados polacos; en la resistencia lucharon varios de sus familiares.

Sus últimos años, bajo la tiranía comunista, los pasó en la casa de su hija Halita, en Poznan. Falleció en enero de 1958 y en Polonia siguen sus restos.

Su mayor mérito: haber conocido a los bolcheviques y advertido a los españoles del peligro que constituían para la civilización.

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