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Jesús Laínz

Ridiculizando a Rubén Darío

Tanto él como sus seguidores fueron acusados de neogongorinos, siempre en busca de la palabra más retorcida.

Caricatura de Rubén Darío | LD

Continuemos con el escarnecimiento de los pobres modernistas. Pues hasta uno de los suyos, el inalcanzable Valle-Inclán, los caricaturizó en el extravagante coro de Luces de bohemia, esperpento en el que incluyó como personaje al propio Rubén Darío.

Tanto él como sus seguidores fueron acusados de neogongorinos, siempre en busca de la palabra más retorcida e incluso sospechosos de compartir con Góngora su arterioesclerosis y su amnesia. Unamuno, en otra de sus andanadas contra los modernistas, confesó detestar a Góngora y proclamó que no valía la pena gastar energías en descifrarlo. Además, consideró que el esteticismo modernista estaba empezando a corroer las Letras españolas al difundir por ellas "un soplo de erotismo blandengue y baboso, de mozos impúberes o de viejos decrépitos". Y no les regateó epítetos, entre ellos el de falsos, pues consideró que sus alegrías, sus tristezas, sus arrebatos y sus sensualidades no eran más que poses juveniles de las que se curaron al entrar en la treintena.

Otros fueron más crueles. Ése fue el caso del cubano Emilio Bobadilla, alias Fray Candil, escritor naturalista que no dudó en sacar a pasear la espada para defender los frutos de su pluma, como en la ocasión en la que cosió a estocadas a un incauto Clarín. Bobadilla dictaminó que Darío tenía enfermo el cerebro y que los modernistas eran "unos locos melenudos y abracadabrantes que suelen oler mal".

Junto a melenas, aromas y desvaríos, también proliferaron las acusaciones de afeminados y sodomitas. En ocasiones, estas acusaciones fueron dirigidas personalmente contra Juan Ramón Jiménez y, sobre todo, contra Jacinto Benavente. No fue casualidad que, cuando se estrenó en 1920 su comedia Una señora, lograra gran éxito esta cuarteta de José Vicente Puente:

Don Jacinto Benavente
ha estrenado Una señora,
y es lo que dice la gente:
–Ya era hora, ya era hora.

El poeta y dramaturgo Vicente Colorado, poco antes de morir en 1904, dedicó este malvado soneto a la tropa modernista:

¿Será verdad? ¿Calumnia? ¿Acaso broma?
¿Tendremos todos perturbado el juicio?
Dicen que hay en Madrid un cierto oficio,
o lo que fuere, en que se da y se toma.

Dicen que aquí, como en la antigua Roma,
los hombres, apestados por el vicio,
han cambiado de sexo y de ejercicio
y levantado altares a Sodoma.

Dicen que ése, y aquél… y los cronistas
no se andan con rodeos ni pronombres,
sino que en alta voz, y aun a ojos vistas,

señalan con el dedo, citan nombres
y dicen que son cosas modernistas…
Y debe ser verdad, porque no hay hombres.

Al mujeriego Darío no pudieron acusarle de homosexual, pero su notorio alcoholismo presentó a sus enemigos un flanco en el que se cebaron. En 1902, en el semanario argentino Caras y Caretas, Carlos Molina Massey transformó el poema dariano "Era un aire suave" en un corrosivo retrato de su autor, que, borracho, parece estar cortejando en el jardín a una bella damisela mientras en el salón suena la música:

Al fin torpe el pie resbala con los giros desiguales
mientras tiernamente muere la sonata de Chopin.
Rompe el golpe en los pedruscos, y se quiebra en cien cristales
la botella de champaña que es la amada de Rubén.

Pero, ataques personales aparte, el grueso de la literatura antimodernista se centró en la crítica al retorcido léxico que la caracterizó por encima de cualquier otra cuestión de forma o fondo. Las flores, las joyas, la mitología, los lugares exóticos, los cultismos grecolatinos, los arcaísmos y los neologismos enrevesados fueron fuente incesante de burla por parte de sus enemigos.

Ramiro de Maeztu hasta lo sistematizó. En primer lugar, el paganismo (ninfos, faunos, satiresas). A ello había que añadir las repeticiones ("lánguido, lánguido, lánguido"), aunque ese método "recordara demasiado al de nuestras nodrizas cuando nos contaban que el coco era muy grande, muy grande, muy grande, muy grande y que comía mucho, mucho, mucho, mucho…"; los nombres exóticos; las metáforas atrevidas; las mayúsculas donde no debiera haberlas (no en vano Unamuno había dedicado a los modernistas el título de "melenudos mayusculizadores"); y los "vocablos lindos" tan característicos, como glauco y opalescente. Agitando la mezcla, hasta el propio Maeztu se veía capaz de pasar por modernista.

Emilio Ferrari fue más ambicioso, ya que hizo lo propio en su soneto "Receta para un nuevo arte":

Mézclense sin concierto, a la ventura,
el lago, la neurosis, el delirio,
Titania, el sueño, Satanás, el lirio,
la libélula, el ponche y la escultura;

disuélvanse en helénica tintura
palidez auroral y luz de cirio,
dese a Musset y Baudelaire martirio,
y lengua y rima pónganse en tortura.

Pasad después la mezcolanza espesa
por alambique a la sesera vana
de un bardo azul de la última remesa,

y tendréis esa jerga soberana
que es Góngora vestido a la francesa
y pringado en compota americana.

Abundaron las parodias del estilo modernista en la prensa de ambos hemisferios. En España destacaron Blanco y Negro y Madrid Cómico. En el primero se distinguió Juan Pérez Zúñiga con poemas como el titulado "¡No os dejéis engañar!",ilustrado con la caricatura de un petimetre melenudo:

Al poeta, lectores, que os diga
que suspiran los álamos negros
y que lloran acacias y chopos,
le decís que es un gran embustero.

Al que os diga que hay horas azules
y horas verdes y rojas en serio,
le podéis enviar noramala,
porque quiere tomaros el pelo.

(…) Al que cuente que hoy pasan el día
los pastores la flauta tañendo,
le decís que se meta la flauta
en cualquier sociedad de conciertos.

Su compañero de páginas Pablo Parellada no se quedó corto en sus sátiras:

El día se desgrana; su albor adormilente
se ve quintaesenciado de tono opalescente;
se rasca y se levanta de la cama la gente.

El sol su sinfonía preludia por las cumbres;
del pueblo se desprenden los humos de las lumbres
que pucherantes cuecen flatulentas legumbres.

En Madrid Cómico publicaron sus versos satíricos autores como Vicente Fernández Alonso y Carlos Miranda. De este último es el poema "La dolora del dolor (Género modernista)":

Llorando está la clarisa
junto a la alegre fontana…
–¿Por qué lloras, sor Bibiana,
después de tocar a misa
la campana?
Dímelo, si no recelas
de mi afecto; y de ese modo
verás cómo te consuelas…
–¡Porque me duelen las muelas!

Y Fernández Alonso publicó "Las ninfas del lago y el poeta (Crepúsculo modernista)", en el que un poeta invoca a las ninfas, ondinas y hadas. Pero de las aguas…

en vez de las ninfas, salieron las ranas, y al pueblo ranista
no le toma el pelo (porque no lo tiene) ningún modernista.

Al arriba citado Pablo Parellada se le ocurrió la gamberrada de reescribir a Zorrilla al estilo de Darío: un Tenorio modernista que incluyó fragmentos como el de la celebérrima "apartada orilla":

¿No es verdad, fauno de amor,
que a la orilla del aguaje
fulge más puro el lunaje
y se halitea mejor?

A lo que respondió doña Inés:

Silenciad, don Juan, por Dios,
que tanta palabra glauca
me perplejiza y embauca
labializándola vos.

En cuanto al no menos conocido "Por donde quiera que fui la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé", vínole al pelo a Parellada para ridiculizar el neolenguaje modernista:

En todo lo que escribí
el castellano insulté,
palabras introducí
y con ellas consoné,
es decir, consonantí;
el glauco quintaesencié
si el consonante fue en e;
si fue en i quintaesencí,
y en todo escrito dejé
remembro glauco de mí.

Y para terminar, Ángel Torres del Álamo y Antonio Asenjo caricaturizaron así la "Sonatina" de Darío, aquel poema que todos los escolares antediluvianos tuvimos que recitar sobre la triste princesa de la boca de fresa:

Mi Teresa está mustia. ¿Qué tendrá mi Teresa?
Lanza cada suspiro pa partir una mesa
y tie un tipo extraplano que va a ser la risión.
La Teresa está escuálida; la Teresa tie murria;
lleva ya quince días sin tocar la bandurria.

En cuanto al caballero, con la espada en el cinto y en la mano el azor, que llega para encender los labios de la princesa con un beso de amor:

Mas yo sé que a Teresa, antiyer, su madrina,
que fue a verla un ratito, la llevó a la cocina
pa contarla en secreto que muy pronto verá
a Toribio, el cochero, que ya está arrepentido
y que viene del pueblo para dar su apellido
a una cosa que en mayo la Teresa tendrá.

Gente peligrosa, los juntaletras. Créanme.

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