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Jesús Laínz

Miguel Amilibia: la izquierda expañola hecha carne

Amilibia confesó su arrepentimiento por no haber conseguido dominar la lengua sacralizada que en sus tiempos jóvenes había despreciado.

Iker Merodio - Flickr

La Historia es la más trepidante, extraña, divertida e imprevisible de las novelas. No hay sorpresa que no quepa en ella. Por ejemplo, cuando en una persona, sin que ella misma se dé cuenta, se concentran elementos y características que resumen toda una época, como si dicha época deseara personificarse para mejor ilustración de las generaciones venideras.

Pero antes de presentarles a nuestro protagonista, destacado dirigente del PSOE vasco, echemos un breve vistazo a lo que dicho partido representó frente al incipiente nacionalismo de las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX. Pues los socialistas vascos se destacaron por su rechazo a la ideología conservadora, su anticlericalismo, su defensa de España y su eusquerofobia.

Efectivamente, el muy marxista PSOE de aquellos días tuvo como eje de su ideario la lucha de clases, que no por casualidad dio nombre al periódico que, fundado en 1891, contaría entre sus colaboradores con un bisoño Miguel de Unamuno y desaparecería con la entrada de las tropas franquistas en Bilbao en junio de 1937.

Los socialistas vascos de aquel tiempo menospreciaban el catolicismo militante de los peneuvistas, a los que denominaban "tragahostias de conveniencia", y se burlaban de símbolos tradicionales como el roble de la Casa de Juntas de Guernica, el "santo alcornoque" en el que orinaban alegremente cuando se les presentaba ocasión y cuya tala proponían por considerarlo una reliquia de la reacción.

Por lo que se refiere a la cuestión nacional, Felipe Carretero, uno de los fundadores del socialismo vasco y gran enemigo del bizkaitarrismo, defendió en numerosas ocasiones la necesidad de oponerse al "Gora Euskadi!" de los sabinianos con el "¡Viva España!" de los socialistas. Y Ramón Rubial, histórico dirigente que alcanzaría la presidencia del PSOE, recordaba que el grito de "Gora Euskadi!" ofendía a los socialistas y les empujaba a lanzarse al ataque contra sus enemigos.

En cuanto al vascuence, el PSOE se distinguió por su deseo de que desapareciese. Por ejemplo, en La Lucha de Clases del 7 de octubre de 1899 se publicó lo siguiente:

Quisiéramos un Gobierno que prohibiese los Juegos Florales, donde se ensalzan las costumbres de una región en detrimento de otras, que no permitiera la literatura regionalista y que acabara con todos los dialectos y todas las lenguas diferentes de la nacional, que son causa de que los hombres de un país se miren como enemigos y no como hermanos.

Y en 1917 Teodosio Mendive, director de El Liberal, órgano oficioso del republicanismo socialista vizcaíno que años después sería dirigido por Indalecio Prieto, consideró el vascuence una lengua impotente para el pensamiento por tratarse de "un idioma vacío, sin ideas y sin espíritu (…) más parece lengua para uso de irracionales".

Vayamos, pues, con Miguel Amilibia Machimbarrena. O más bien con Miguel de Amilibia, pues la aristocrática partícula adornó el apellido de quien no en vano fue hijo del sexto marqués de la Paz. Nacido en 1901 de noble cuna de militares y alcaldes donostiarras, fue educado por sus piadosos padres en los valores religiosos tradicionales y concluyó brillantemente sus estudios de abogado.

En una entrevista concedida al semanario separatista Punto y hora de Euskal Herria pocos meses antes de morir en octubre de 1982, Amilibia relató que "hablar euskara era cosa de aldeanos. El servicio doméstico que teníamos en casa todo él era vasco, pero ni se nos ocurría hablarles en euskara (…) Nosotros éramos chicos que considerábamos que hablar euskara era cosa de rústicos".

A los quince años leyó en un libro de divulgación socialista que los seres humanos se dividen entre "los que se ganan el pan con el sudor de su frente y los que se ganan el pan, con mucha mantequilla encima, con el sudor de la frente ajena". Aquella frase le convirtió en socialista, pero no se afiliaría al PSOE hasta el año 1934, cuando se encargó de la defensa de varios procesados por la sangrienta revolución que dicho partido desató en octubre de aquel año.

De aquellos días recordaría posteriormente que "mis compañeros socialistas, muy influidos por Prieto, rechazaban cuanto significara nacionalismo vasco" y que "en ese tiempo la izquierda no era abertzale (…) los socialistas y los comunistas no entendían el problema vasco. ¿Por qué se hablaba de internacionalismo proletario? ¿Cómo explicarles que para ser internacionalista hay que ser nacionalista?".

Pero las cosas estaban empezando a cambiar precisamente en aquellas fechas, como reflejaría su camarada vizcaíno Julián Zugazagoitia en las páginas que le dio tiempo a escribir sobre la república y la guerra antes de que la Gestapo le detuviera en Francia y entregara a un régimen franquista que no tardó en arrimarle al paredón:

Los comunistas, siguiendo instrucciones de su comité central, acentuaron su nacionalismo euzkadiano, y algo parecido, aun cuando con mayor mesura y timidez, hicieron los socialistas. El proceso de este mimetismo colectivo necesitará ser estudiado con detalle.

Elegido diputado por el Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, Amilibia ejerció de presidente de la Junta de Defensa de Guipúzcoa y de teniente de artillería. Conoció de primera mano las turbias maniobras de los peneuvistas durante aquellos meses y nunca les perdonaría la traición de Santoña que derrumbaría definitivamente el frente norte.

A continuación llegarían los largos años de exilio, sobre todo en Argentina, donde trabajó de periodista y traductor. Publicó en la prensa izquierdista numerosos artículos de crítica de la economía capitalista y contra la intervención estadounidense en Vietnam, el imperialismo yanqui, la carrera armamentística y, lógicamente, el régimen franquista.

Ésa fue la época en la que, sin abandonar el marxismo, comenzó su viaje hacia el separatismo. Respecto al primero, declaró en 1982 su confianza en que "el socialismo terminará, como sistema más racional que el capitalista, por imponerse en el mundo entero". Si el socialismo triunfaba a nivel mundial, llegaría "la supresión definitiva de paros, inflaciones y guerras". Además, consideró el marxismo-leninismo como una "aproximación a la verdad" que había permitido la aparición de "esa imponente Unión Soviética, principal garantía en estos momentos de ese triunfo final con que los pueblos sueñan". Pero, si lo que acababa triunfando era el capitalismo, el futuro que le esperaba a la Humanidad no podría ser otro que "la conflagración nuclear".

Por lo que se refiere al separatismo, el viejo socialista celebró el nacimiento de ETA como reacción juvenil a la inacción del PNV, lacayo de Washington, y se incorporó a la recién nacida Herri Batasuna, de cuya dirección formó parte hasta su fallecimiento.

En 1978, recién regresado del exilio a su San Sebastián natal, publicó Los batallones de Euskadi, sus memorias sobre la Guerra Civil. En ellas atribuyó a ETA la condición de heredera de los batallones de gudaris en los que él había militado:

La patria de los vascos estaba bajo el yugo. Pero allí, en todos los montes, confundidas todas las filiaciones, llamando a la lucha, eternamente libre, estaba la sangre derramada. Allí, señalando todas ellas el mismo camino, ese camino que sólo puede hacerse al andar, estaba la legión de las sombras, la legión abertzale. Al cabo de los años, con más fuerza que todas las represiones, las nuevas generaciones oyen atentas esa llamada. Y toman decididamente ese camino. Euskadi ta Askatasuna.

Y concluyó sus memorias con las siguientes palabras:

Euskadi ta Askatasuna. País Vasco y Libertad. ¿Hace falta decir dónde se alberga ahora el espíritu de los batallones de Euskadi?

Finalmente, para cerrar el círculo de la conversión, Amilibia confesó su arrepentimiento por no haber conseguido dominar la lengua sacralizada que en sus tiempos jóvenes había despreciado:

Si antes avergonzaba en determinados ambientes expresarse en vasco, ahora avergüenza la ignorancia de nuestro bendito idioma. O no hablarlo con la debida soltura. Como me ocurre a mí, ya demasiado viejo y aislado para convertirme en un buen euskaldun.

Pero, para compensar ese defecto, quiso probar su patriótica determinación hasta más allá de la muerte:

Yo pido que, al morir, me pongan sobre el pecho el método de euskera que en ese tiempo tenga entre manos. Sé que no llegaré a ser un perfecto euskeldun. Pero ese libro testimoniará sobre mis restos mi empeño de serlo.

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