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Jesús Laínz

La lengua de Dios

No fueron pocos los curas vascos que, hasta los siglos XIX e incluso XX, siguieron sosteniendo que el vascuence es la lengua que habla Dios.

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Durante muchos siglos se creyó que el Antiguo Testamento era una fuente rigurosamente histórica. Así, mediante su interpretación textual, algunos eruditos fijaron la edad de la Tierra en unos pocos miles de años. Para llegar al cálculo actual, algo más abultado, de unos 4.600 millones, hubo que esperar al desarrollo de las ciencias en siglos posteriores.

Algunos afinaron bastante la puntería. Ése fue el caso del obispo anglicano James Ussher, que en el siglo XVII, mediante el cuidadoso cálculo de la edad de los profetas, estableció que Dios creó el mundo el 22 de octubre del 4004 a. de C. a las seis de la tarde. Y que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso el 10 de noviembre de aquel mismo año. Por increíble que pueda parecer, cuatro siglos después de Ussher y dos después de Darwin decenas de millones de protestantes, sobre todo en los Estados Unidos, siguen creyendo que la Tierra tiene poco más de seis mil años de edad. Ventajas del ilustrado y progresista protestantismo frente al oscurantista y reaccionario catolicismo.

Otra de las consecuencias de la lectura textual de la Biblia fue la consideración de las distintas naciones como descendientes de cada uno de los nietos de Noé, diseminados por el mundo tras el diluvio. Según Flavio Josefo, a los españoles les tocó Túbal, el hijo de Jafet encargado de venir a poblar la Península Ibérica. Tanto san Jerónimo en el siglo V como san Isidoro de Sevilla en el VII repitieron la idea, que sería tenida por dogma incontestable durante muchos siglos.

Sobre todo a partir del siglo XV comenzó a sospecharse que la lengua más antigua de España, el vascuence, tendría que ser la que trajo Túbal. Y como los vascongados eran los únicos españoles que la habían conservado, se dedujo que eran los que menos se habían mezclado con otros pueblos llegados más tarde al solar hispano. Por eso eran los más españoles de todos los españoles. Por eso eran merecedores de un trato privilegiado. Por eso debían ser todos ellos hidalgos. Por eso, de todos los sostenedores de la tesis tubaliana, que fueron muchos y muy autorizados, como Florián de Ocampo, Juan de Valdés y Antonio de Nebrija, los más activos fueron varios vascongados, por la vanidad y los intereses que con ello satisfacían.

Pero olvidémonos de las consecuencias históricas, políticas y fiscales que, alucinante y vergonzosamente, llegan hasta nuestros días, y centrémonos en la faceta lingüística. Comencemos por el siglo XVI con el guipuzcoano Esteban de Garibay, cronista de Felipe II, que sostuvo que el patriarca Túbal hablaba vascuence, "la primera lengua de España". Un siglo más tarde, Antonio Navarro de Larreátegui, secretario de Felipe III, afirmó que el vascuence es una de las setenta y dos lenguas que surgieron de la torre de Babel, traída a España por Túbal, que desembarcó en algún lugar entre Santurce y Fuenterrabía.

Y con esto llegamos al siglo XVIII, durante el que el muy ilustrado jesuita guipuzcoano Manuel de Larramendi escribió que los vascongados son "los españoles legítimos, impermixtos, descendientes de los primeros pobladores de España y de sus sucesores", como lo prueba el hecho de que son los únicos que han conservado la lengua que trajo Túbal tras el Diluvio Universal. Pero la lengua de los vascongados no sólo podía presumir de ser la primera de España. También era superior a las demás lenguas del planeta, ya que "otras lenguas son formadas por el ingenio y gusto de los hombres, y por eso susceptibles de ages, yerros e inconsecuencias, efectos de achacoso origen. El Bascuenze fue lengua formada por sólo el ingenio de Dios". Y éste es el divino motivo por el cual al ángel de la guarda hay que hablarle en vascuence:

Señores, si los theólogos y otros supiérades el bascuenze, concluiríades al instante que el bascuenze es la locución angélica, y que para hablar a los ángeles en su lengua es necesario hablarles en bascuenze.

Por aquellos mismos años, Juan de Perochegui abundó en la idea al proclamar que la lengua de los vascongados, nación "que excede con muchos quilates a la griega y a la romana", no fue sólo "la lengua primitiva de España y Francia, sino también la propia y nativa del Patriarca Noé; y por consiguiente la primera del mundo, y aquella misma que infundida por Dios a nuestro Primer Padre Adán, fue la única hasta la mezcla y confusión de la Torre de Babel".

Según el católico Perochegui, coincidiendo bastante con la cronología del hereje Ussher, el vascuence fue la lengua traída por Túbal a España, adonde llegó "ciento cuarenta y tres años después del Diluvio, que corresponde al de 1800 de la Creación del Mundo". Para probar que el vascuence fue en tiempos pretéritos la lengua de todos los españoles, Perochegui explicó el origen vasco de numerosos topónimos de toda la península. Por ejemplo, Cantabria vendría de Cantaberría, canción nueva; Burgos de Buru-gois, cabeza temprana; Extremadura viene de Extaramaura, no lleva agua; Andalucía, de Landa-lucea, campo dilatado; Murcia, de Mur-rucia, raso o pelado; Valencia, de Hual-oncia, depósito de aguas; y Cataluña de Catalona, buen pedazo.

Pero no sólo toda España fue vasca en tiempos antiguos, ya que lo mismo puede decirse del mundo entero, como demuestran infinidad de topónimos: Languedoc, de Langueroc, trabajar nosotros mismos; Gascuña, de Gauscón, bueno para de noche; Normandía, de Horma-andia, helada grande; y lo mismo para Picardía, Lorena, Alsacia, Pavía, Milán, Verona, Venecia, Holanda, Alemania, Irlanda, Dinamarca, Suecia, Noruega, Quebec y Mississipi, todos ellos nombres vascongados.

Y con esto llegamos al durangués Pablo Pedro de Astarloa, que a principios del siglo XIX empleó su pluma en demostrar la perfección y antigüedad del vascuence sobre las demás lenguas del mundo por tratarse de la lengua primitiva de la Humanidad desde Adán y Eva. Pero no por haber sido infundida por Dios al hombre, sino por tratarse de un producto instintivo y natural de éste. Como la naturaleza del hombre le faculta para hablar, ello demuestra que no fue Dios el que le dio el habla, sino que fue el hombre el que, ejerciendo la facultad vocal que Dios le dio, creó el habla de forma natural. Según Astarloa, tan natural sería para el caballo relinchar y para el toro bramar como para el ser humano hablar vascuence.

Pero en todas parten cueces habas, pues su contemporáneo el abate vascofrancés Dominique Lahetjuzan escribió en 1808 que el vascuence era la lengua original de la Humanidad y prueba de la divinidad del libro sagrado, cuyos primeros protagonistas (Adán, Eva, Caín y Abel) habían sido vascos.

Veinte años más tarde, el también vascofrancés abate d'Iharce de Bidassouet llegó todavía más lejos, afirmando en un tratado sobre historia y lingüística vasca que el vascuence es la lengua que habla Dios.

A finales de dicho siglo, el eminente explorador inglés Henry Stanley, tras su paso por las Provincias Vascongadas cubriendo la tercera guerra carlista como corresponsal del New York Herald, escribió sobre la idea generalizada entre los vascos acerca de su especial origen:

En muchos aspectos, como la lengua, el vestir, las costumbres, la superstición o la idea favorable que tienen de sí mismos, los vascos se parecen bastante, en mi opinión, a los galeses. Cada vascongado, al igual que cada galés, es descendiente de un rey o de un noble de alto rango. Adán fue el primero que habló vasco, si bien los hay que afirman que lo que habló fue galés. Noé habló vasco. Los diez mandamientos se ha dicho que fueron escritos en vasco.

No fueron pocos los curas vascos que, hasta los siglos XIX e incluso XX, siguieron sosteniendo que el vascuence es la lengua que habla Dios. En fecha tan reciente como 1910 el presbítero guipuzcoano José García Oregui y Aramburu publicó un opúsculo de expresivo título: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. Gloriosísimo Descubierto, Reconocimiento y Demostración de la Lengua Paradisíaca en el Vascuence.

De lectura insoportable, el libro de Oregui, lejos de demostrar nada, se limitó a repetir los antiguos axiomas sobre la edad del mundo –en este caso, siete mil años–, sobre el vascuence como la lengua "que salió de la misma boca del Altísimo" y sobre su condición de "oficial o solemne de todos los bienaventurados en el Reino de los cielos".

Así que ya lo saben: tarde o temprano todos acabaremos hablando vascuence. Y sin pasar por la ikastola.

Bueno…, al menos los bienaventurados que acaben brincando de nubecilla en nubecilla tocando el arpa. Porque sobre el destino lingüístico de los que hayamos sido malos no se aclaran los expertos.

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