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Iván Vélez

Cortés en México, "un tema complicado"

La figura del ministro de Cultura del doctor Sánchez, José Guirao, contrasta con la del también socialista Indalecio Prieto, quien dijo a los mexicanos: "Cortés es vuestro, mas también nuestro, muy nuestro".

La figura del ministro de Cultura del doctor Sánchez, José Guirao, contrasta con la del también socialista Indalecio Prieto, quien dijo a los mexicanos: "Cortés es vuestro, mas también nuestro, muy nuestro".
Indalecio Prieto | Cordon Press

"Es que allí ese tema es complicado". Así se pronunció José Guirao, ministro de Cultura y Deportes del Reino de España, cuando, después de desgranar el contenido del programa Foco Cultura España-México, en el que tendrá un gran protagonismo el 80 aniversario de la llegada de los exiliados españoles al México cardenista, se le preguntó por la llamativa ausencia de actos conmemorativos de la llegada de Hernán Cortés a aquellas tierras, acontecimiento del cual se cumplirá medio milenio en abril del presente año. El quite de Josep Borrell, que anunció que "se hará algo" una vez establecidos los oportunos contactos con "intelectuales mexicanos", no ha podido evitar el alud de críticas provocado por una ausencia celebratoria que se antoja vergonzante.

Parece claro que el ánimo de Guirao acusa el peso de la Leyenda Negra, que tiene en Cortés a una de sus figuras más representativas e identificables. El escapismo laudatorio del exdirector del Reina Sofía no hace, sin embargo, más que dar continuidad a una de las líneas tradicionales de su ministerio. No ha de olvidarse que el Ministerio de Cultura ha entregado el Cervantes, premio que lleva el nombre de un soldado escritor defensor del Imperio español y del catolicismo al que hoy se trata de ajustar a los márgenes ideológicos del momento, a consumados cultivadores de la oscura leyenda, tales como Rafael Sánchez Ferlosio o Juan Goytisolo. Pese a todo, en uno de los proyectos anunciados y financiados, lleva don José la penitencia cortesiana.

Como es sabido, antes de sus años maduros, José Luis Rodríguez Zapatero, autodefinido como "rojo", puso en marcha una maquinaria, mayoritariamente propagandística, asociada a la llamada Memoria Histórica. En la estela de esta maniobra de tintes ideológicos que ha operado a favor del maniqueísmo hoy reinante en amplios sectores de la sociedad española, artificiosamente dividida, ¡en 2019!, en franquistas y antifranquistas, se han impulsado muy diferentes proyectos memorísticos, algunos realmente forzados, con el fin de inyectar una actualidad constante a unos hechos que todavía no han alcanzado el siglo de antigüedad.

En este contexto podemos ubicar los fastos anunciados por Guirao a propósito de los 80 años del comienzo del exilio español de posguerra en México, etiquetado, común e imprecisamente, como republicano. La atención al viaje de aquellos españoles contrasta con el intencionado olvido del que serán víctimas aquellos otros compatriotas que llegaron a las playas continentales americanas acompañando a Cortés. La omisión de Guirao, tendente a esquivar tan "complicado" asunto, resulta, no obstante, estéril si se tiene en cuenta un episodio poco conocido que conecta directamente a un destacado miembro del PSOE exiliado con Hernán Cortés o, por mejor decir, de sus reliquias.

Los hechos nos conducen al año 1946 y a la oronda figura de Indalecio Prieto. En aquel año aparecieron unos documentos, elaborados por el hispanófilo Lucas Alamán, en los que se precisaba la ubicación de los restos del conquistador, salvados de su destrucción en 1822. En tan convulsas fechas, Alamán logró preservar los huesos de don Hernando ocultándolos provisionalmente bajo la tarima del Hospital de Jesús, fundado por el propio Cortés. Con los ánimos más templados, los restos quedaron ocultos en 1836 dentro de una pared del altar del templo anexo al hospital. Allí, tal y como se pudo comprobar tras la apertura del muro más de un siglo después, se hallaba la incompleta osamenta del de Medellín. La exhumación se llevó a cabo después de que se descubriera que José de Benito, subsecretario de la Presidencia del Consejo de Ministros, había sustraído los papeles aludidos de la caja fuerte de la embajada Española en México en los que se conservaban. Fue Fernando Baeza Martos, asistente al Contubernio de Múnich, hombre vinculado al Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura y posterior senador del PSOE por Huesca, quien dio la voz de alerta que precipitó los acontecimientos, al saber que De Benito pretendía salir con los documentos en dirección a Europa.

En los días que rodearon al redescubrimiento de las reliquias óseas destacó la voz de Indalecio Prieto, ya entregado a la restauración borbónica. El socialista ovetense publicó en la prensa mexicana una serie de artículos en los que se incluían afirmaciones del siguiente tenor:

Mexicanos: Os habla un español que, por carecer de toda representación, puede y debe hablaros con entera libertad; un español –nada más, pero nada menos– y consiguientemente un hermano vuestro. Hermano no sólo por vínculos de raza y de idioma sino, además, por lazos de gratitud. (…)

El pueblo de México está ya en posesión de los restos mortales de tan gigantesca figura humana. No sólo porque cuanto hay en suelo de México pertenece a los mexicanos, sino porque además, según su voluntad postrera, el Conquistador yacerá para siempre aquí, en la patria que fundó, en unión de los nobles indios, aquí deben quedar los huesos. Pero han de quedar dignamente, glorificándolos, elevando sobre ellos un majestuoso monumento. ¿Obra sólo de los mexicanos? No, obra de mexicanos y españoles. Hernán Cortés es vuestro, mas también nuestro, muy nuestro. ¿Por qué no hermanarnos, más aún, en torno a su glorificación?

El 16 de diciembre de 1940, para festejar la Independencia de México, aquel día conmemorada, hablé a los mexicanos desde una estación radiodifusora. De aquel discurso son estas palabras:

"¿Quién puede negar la grandeza a la obra de España en América? ¿Y quién puede negar la grandiosidad de esa misma obra en las tierras de México? Los templos, los palacios, las casonas andaluzas y extremeñas del tiempo colonial, esa arquitectura maravillosa en que, asegurada la comodidad, el arte, para ornarla, se entretuvo en exquisiteces, eso ¿qué es, sino español? Mientras las soberbias catedrales se levanten en vuestro suelo, y permanezcan erguidos los magníficos palacios, hasta no derrumbarse las casas de bello patio interior que recuerdan a Andalucía; en tanto todas esas edificaciones subsistan, España estará aquí, amorosamente, no imperiosamente, pero estará, y la huella de su genio resultará imborrable. Pensemos, dejando desbordar alocadamente la imaginación, que un fenómeno telúrico o una gigantesca ola de odio derribara tanta muestra del genio español. ¡Pues no bastaría para borrar la traza de España aquí! Tendrían vuestros literatos que romper las plumas con que escriben en castellano, y tendríais vosotros todos, mexicanos, que enmudecer. Porque en tanto habléis nuestro viril idioma, limpio de acentos duros, de gangosidades confusas, y de dulzarronerías empalagosas, este idioma sonoro y bello en que cada palabra parece un diamante y todo él una joya majestuosa, en tanto lo habléis, que lo hablaréis siempre, no podréis negar la huella de lo español en México… ¿Qué es, sino español, el magnífico respeto a la inteligencia y a la sabiduría que figura en vuestras fórmulas sociales cuando decís: Sr. Ingeniero, Sr. Licenciado…? Esa es una vieja costumbre española, que en nuestra patria fue extinguiéndose. ¿Qué es, sino española, vuestra delicada cortesía, que tiene, aun entre las clases humildes, extraña expresión?... Yo, que no milito en la Iglesia Católica, y que acaso crea que ésta perdió mucho de su pureza fundacional inspirada en las doctrinas de Cristo, ahogándola, en parte, entre la pompa excesiva de sus ritos, afirmo que la Iglesia Católica ha sido y es una soberbia congregación de abnegaciones y un ejemplo excelso de disciplina. Pues bien, este hombre descreído no puede menos de reconocer la inmensa superioridad de la religión católica sobre los cultos idolátricos practicados por las razas que poblaban México cuando el país fue conquistado, porque en los altares católicos no hay inmolaciones, no se sacrifican vidas humanas, no se depositan, en holocausto a los ídolos, dioses o no de la guerra, corazones palpitantes de hombres a quienes al pie del ara se les desgarraban las entrañas para el sacrificio. Idioma, costumbres, cultura, religión, todo eso trajo España a México. Pero, además, cualesquiera que sean las salpicaduras crueles de la conquista, y que se hayan repetido durante la dominación –¿qué conquista y qué dominación están libres de ellas?– queda aquí un testimonio irrecusable del sentido humano que tuvo la empresa española. ¿Cuál es ese testimonio? Los millones de indios que todavía pueblan el territorio mexicano. España no los exterminó, sino que respetó su vida.

(Novedades, Ciudad de México, 28 de noviembre de 1946).

Las razones por las que España y México, nación política que surgió de la transformación del Virreinato de la Nueva España, debieran conmemorar lo ocurrido hace quinientos años se amontonan. Con el libertador Cortés, del yugo mexica que atenazaba a diversas naciones étnicas, se entiende, llegó el modo hispánico, las instituciones políticas y religiosas que desactivaron una dominación que exigía un tributo de sangre. Conscientes de que el sectarismo es probablemente la seña de identidad más característica de la partitocracia española, ofrecemos esta adhesión cortesiana socialista, por si pudiera servir para accionar los oxidados resortes del principio de no contradicción.

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