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Iván Vélez

Románticos y racistas

Ávidos de novedades ajenas a la Escolástica, algunos sectores de la decimonónica sociedad española acogieron las ideas racistas del XIX.

Ávidos de novedades ajenas a la Escolástica, algunos sectores de la decimonónica sociedad española acogieron las ideas racistas del XIX.
Mertxe Aizpurua y Arnaldo Otegi, en rueda de prensa en San Sebastián | EFE

La conversión de EHBildu en socio prioritario del PSOE, es decir, del partido que, contando con el seguidismo del pastueño PP, ha construido un régimen, el autonómico, basado en atender las demandas de las facciones hispanófobas existentes en cada región española, representa la culminación de un proceso de hondas raíces. Un proceso que, en lo tocante a lo ideológico, reconstruye Jorge Polo Blanco en su reciente Románticos y racistas (El Viejo Topo, 2021). Libro que cuenta con un prólogo de Pedro Insua y con un subtítulo revelador: Orígenes ideológicos de los etnonacionalismos españoles.

Doctor en Filosofía, Polo Blanco, actualmente afincado en Ecuador, circunstancia, la de la distancia, que siempre favorece una mejor perspectiva, cimenta su ensayo en la reconstrucción de las fuentes filosóficas que están en la raíz de los mentados etnonacionalismos patrios. Unos orígenes que nos conducen, aunque no de forma exclusiva, a la Alemania que alcanzó la realización de muchos de sus delirios racistas en los campos de extermino provistos de gas Zyklon B. En efecto, la filosofía alemana del XIX, de la que Heine dijo que engendraría una "terrible conmoción", fue, en palabras de nuestro autor, "rabiosamente anti-ilustrada", lo que le obligó a buscar el modo de mantener el contacto con el antisemita Martín Lutero, que afirmó que la razón es una ramera a la que conviene evitar.

Las necesarias dosis de un espiritualismo de perfiles nacionalistas aparejadas al Volksgeist vendrían de la mano de las lenguas, portadoras, siempre desde las coordenadas a las que se refiere Polo Blanco, de formas únicas y ensimismadas de entender el mundo. Será la biologización de ese Volksgeist, tesis que lanza el autor de Románticos y racistas, la que determinaría el surgimiento de un furibundo racismo capaz de entregarse a la craneometría, disciplina que ocupó largas horas en los laboratorios de las sociedades políticas más avanzadas tecnológicamente. De las tablas en las que se consignaban los diferentes resultados obtenidos mediante el uso del pie de rey, surgió una estratificación de razas.

España no quedaría al margen de los efectos de la sustitución del reino de la Gracia por el de la Cultura. Ávidos de novedades ajenas a la Escolástica, algunos sectores de la decimonónica sociedad española acogieron las ideas referidas. A ellos se dedica el tramo final del libro, en el que se abordan especialmente los casos vasco, catalán y gallego. Por las páginas de Románticos y racistas desfilan más racistas que románticos, muchos de los cuales, debido al entreguismo y el oportunismo de los partidos hegemónicos de la democracia coronada que echó a andar en 1978, han sido mitificados y ampliamente homenajeados en las regiones en las cuales ha brotado un nacionalismo fragmentario que trata, cuidadosamente, de esconder sus orígenes bajo espesas capas –"derecho a decidir"— de fundamentalismo democrático. A la ampliamente estudiada terna nacionalista —véase la obra de Jesús Laínz— que dio cuerpo al acrónimo Galeuscat, Polo Blanco añade los movimientos surgidos en Andalucía y Canarias, a los que se ha prestado una menor atención, acaso porque no han dejado un rastro de sangre y extorsión al Estado comparable como el dejado por las tierras de Castelao, Arana y Gener.

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