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Iván Vélez

Notas sobre Francisco de Mendoza, 'el Indio'

Francisco fue un segundón que pudo haber alcanzado los más altos cargos del Nuevo Mundo de haber fructificado las maniobras hechas por su padre.

Francisco fue un segundón que pudo haber alcanzado los más altos cargos del Nuevo Mundo de haber fructificado las maniobras hechas por su padre.
Mapa de Nueva España de Abraham Ortelius (1579) | lbrowncollection.com

El 26 de julio de 1563, los ojos del Capitán General de las Galeras de España, incendiados por la calentura, se cerraron por última vez en la ciudad de Málaga. Terminaba así la corta vida de Francisco de Mendoza, apodado El Indio, segundón que pudo haber alcanzado los más altos cargos del Nuevo Mundo de haber fructificado las maniobras protagonizadas por su padre: Antonio de Mendoza.

Don Francisco fue el tercer hijo del matrimonio que unió, por poco tiempo, a don Antonio de Mendoza y a su esposa, doña Catalina de Vargas y Carvajal. Antes que él nacieron don Íñigo, apodado el Largo por su elevada estatura, y su hermana, doña Francisca, Condesa de Alcaudete. Nacido en Socuéllamos en 1524, el joven Francisco vio partir a su padre en 1535, cuando fue enviado a la Nueva España como primer virrey, quedando el mozo bajo la tutela de un ayo y varios criados. Según refiere Francisco Javier Escudero Buendía en su Francisco de Mendoza el Indio (1524-1563) (Guadalajara 2006), fuente principal de esta pieza, el muchacho tuyo ya experiencia de gobierno en España, pues actuó como alcaide de Betomiz y Vélez Málaga por designación de su padre. En 1540, a la edad de dieciséis años, se convirtió en marino al servicio de las galeras de su tío y tutor, don Bernardino de Mendoza.

En 1541 cruzó el Atlántico para reunirse con su padre. Es a partir de esa fecha cuando ocurrieron unos hechos tan poco conocidos como interesantes para indagar a propósito de la mentalidad e intereses que movieron al Virrey de la Nueva España, que ya tenía abiertos dos frentes: el de la Guerra del Mixtón y su rivalidad con Hernán Cortés. Experto en moverse en complicados escenarios -su infancia transcurrió en la Granada en la que dominaba el orden morisco-, don Antonio concedió licencias a los caciques indios para llevar espadas y poseer caballos para, a pesar de contravenir las leyes, afianzar el dominio hispano al norte de la capital novohispana. A ese ambiente llegó, finales de 1542, don Francisco, favorito de su padre. Un año después, la ciudad de México recibió al licenciado Tello de Sandoval, canónigo sevillano encargado de inspeccionar las labores de gobierno de aquellas tierras. El pulso entre ambos hombres, tras el cual se movía el mismísimo Cortés, comenzó de inmediato y se prolongó por cuatro años tras los cuales Sandoval regresó a España.

Mientras todo eso ocurría, el joven acumuló experiencia y conocimiento de un mundo, el novohispano, que al igual que el peruano, convulsionó tras la promulgación, en 1542, de las Leyes Nuevas que limitaban la encomienda indiana. El rigor en la aplicación de aquellas medidas le costó literalmente la cabeza al virrey del Perú, Blasco de Vela, cuya testa fue paseada atada de una cuerda tras la rebelión de Gonzalo Pizarro. Su sustituto, el presidente de la Audiencia, el licenciado La Gasca, pidió socorro a Mendoza, que nombró a su hijo Capitán General de la Armada, si bien su concurso no fue necesario, pues Pizarro fue derrotado antes.

Sobre el trasfondo marcado por las Leyes Nuevas, que don Antonio no aplicó con severidad, se desarrollaron los hechos que queremos exponer. Como es sabido, don Antonio de Mendoza pertenecía a un linaje señorial que se fortaleció en posiciones fronterizas. La última de ellas había sido una Granada que quedó marcada por el poder y la impronta mendocina. Ya en el Nuevo Mundo, el virrey trató de perpetuar su dinastía a través de su hijo Francisco. En efecto, a la luz de la documentación conservada, todo invita a pensar que su envío al Virreinato del Perú, en el que le esperaba la muerte, fue una medida de castigo desencadenada tras conocerse su intención de convertir su cargo en hereditario, haciéndolo recaer en Francisco, al que ya había nombrado visitador y con el cual llegó a cogobernar durante su enfermedad. Para alcanzar sus propósitos, el Virrey solicitó permiso para regresar a España alegando tener que ocuparse de sus asuntos peninsulares primero, y estar enfermo, después. Con estos pretextos buscaba dejar en el gobierno novohispano a un Francisco para el cual ganó importantes voluntades civiles y eclesiásticas. La destacada figura de su hermano Luis Hurtado de Mendoza, Presidente del Consejo de Indias, podía favorecer la estrategia.

Las peticiones de don Antonio fueron, no obstante, desatendidas en una Corte que comenzó a recelar de su máximo representante en la Nueva España. La sospecha de que pudiera alzarse con la tierra planeó sobre su lejana figura. Era necesario, por lo tanto, alejar a los Mendoza de la tierra conquistada por Cortés, razón por la cual, a pesar de que don Antonio rehusó marchar hacia el sur peruano, el mandato fue firme. Las razones quedaron meridianamente claras en una carta que el rey envió a su secretario Juan Vázquez de Molina el 26 de febrero de 1549:

Y porque se ha entendido que Don Anthonio de MENDOÇA ha tenido fin a esto, dexando lo de la Nueva Hespaña a Don Francisco su hijo, lo qual en ninguna manera concederíamos por muchas causas y razones que ay.

De esta contundente forma terminaron las ambiciones dinásticas mendocinas. La vida de don Francisco, no obstante este revés, continuó en Perú. Allí se dedicó a la elaboración de unas relaciones geográficas y a diversos negocios relacionados con la minería. Propietario de una extensa encomienda, su experiencia le permitió regresar a España, donde se convirtió en Administrador General de las Minas de los reinos y de Guadalcanal. Encomendero de Socuéllamos y señor de Estremera, el final de su vida le condujo a los paisajes sureños de su infancia, allí donde los berberiscos seguían hostigando las costas españolas. La alusión que Cervantes hizo de él en El gallardo español es uno de los escasos recuerdos que quedaron de don Francisco antes de que Escudero Buendía le dedicara un buen número de documentadas páginas.

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