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Xavier Reyes Matheus

"Latino-catalanes"

Sería una marrullería que los hispanoamericanos resentidos contra España pretendiesen realizar sus ideales indigenistas en los proyectos del nacionalismo catalán.

Sería una marrullería que los hispanoamericanos resentidos contra España pretendiesen realizar sus ideales indigenistas en los proyectos del nacionalismo catalán.
Gabriel Fernández, el concejal de ERC que anima a los 'latino-catalanes' a votar por la independencia | blogs.uab.cat

Viene en ABC que un concejal de Sabadell por ERC, nacido en Montevideo, ha redactado una arenga dirigida a los latinoamericanos que viven en Cataluña ("latino-catalanes", los llama) para que voten en el famoso 1-O y "hagan posible", también ellos, la independencia de aquellas tierras. Según él, los secesionistas catalanes proceden "igual que lo hicieron nuestros pueblos y países de nacimiento hace más o menos unos 200 años", argumento al que añade otras lecciones de historia tan agudas como las que siguen:

De hecho, la enorme mayoría de territorios que componen nuestro continente de nacimiento formaron parte de España y según La Pepa (la primera Constitución española de 1812), todos los hombres y mujeres que habitaban aquellos territorios eran súbditos del rey y parte de la "indivisible" nación española. Y después de todo este tiempo, con momentos buenos y malos en la historia de nuestras naciones, yo no conozco que ninguno de nuestros países y pueblos se hayan arrepentido de ser independientes. La prueba de ello es que ninguno ha solicitado nunca el reingreso.

No sé si vale la pena enzarzarse con precisiones que ciertamente no serían decisivas para mover la opinión de nadie sobre el asunto de Cataluña, pero que al menos dejarían en evidencia la incontenible manía del nacionalismo y de la izquierda por deformar la historia para alimentar la visión maniquea que presentan siempre del mundo. Cabría corregir, por ejemplo, apuntando que el gran mérito de la Constitución de Cádiz fue precisamente el de que los españoles –americanos incluidos– dejasen de ser súbditos del rey y se convirtiesen en ciudadanos, únicos titulares de la soberanía nacional (como se establecía en el artículo 3). Los líderes americanos no podían por menos que demostrar su simpatía por ese principio, según dejaron escrito en múltiples declaraciones; y si al final prefirieron embarcarse en la empresa de la independencia no fue, naturalmente, por que lo combatiesen, sino porque dudaban (con razones muy fundadas) de que pudiese hacerse efectivo. Pero ninguno dejaba de comprender que si algo lograba la Constitución gaditana era que los territorios americanos se integrasen a España no sólo "de hecho" –como dice el texto del concejal, no se sabe si tirando de muletilla o con todo el significado de la expresión–, pues, al otorgar a esos territorios representación en las Cortes españolas, la Pepa fundaba en la ley y en el ideal democrático la existencia de una nación que se extendía igualitariamente por ambos hemisferios y en la que sus diversas partes concurrían a decidir el destino común mediante el ejercicio de sus derechos políticos. Tal y como los ejercen hoy los catalanes para resolver sus asuntos propios y para participar de los del conjunto de la nación española, sin tener ninguno de los motivos que tuvieron los hispanoamericanos para recelar del verdadero alcance de tales prerrogativas. ¿Qué motivos eran esos? Pues, básicamente, tres: 1) creer que el régimen constitucional sucumbiría más temprano que tarde ante la ofensiva de una potencia extranjera (el imperio napoleónico: ese peligro evidentemente no existe hoy para los catalanes); 2) la dudosa legitimidad del Gobierno y de las Cortes gaditanas, improvisados en medio de una emergencia y actuando con las facultades de un rey ausente (por el contrario, el sistema constitucional de 1978 se basa en el apoyo democráticamente expresado de los españoles a la Constitución, habiendo sido la provincia de Barcelona la más entusiasta en manifestarlo); y 3) el problemático censo, que diferenciaba entre españoles y ciudadanos, y que en el reparto de los escaños dejaba América en una situación de infrarrepresentación respecto de su peso demográfico (los catalanes de hoy no sólo no tienen ese problema, sino que sus partidos independentistas desempeñan no pocas veces un papel clave en la vida política nacional).

En cuanto a que ninguna de las repúblicas hispanoamericanas haya solicitado "el reingreso" a España, no nos pongamos tampoco pedantes y guardémonos de sorprender al concejal independentista con la anécdota dominicana de 1861, bajo el régimen del general Santana. Ahora bien: si lo que pretendía decir el señor de Esquerra es que no hay más que ver a los países de Hispanoamérica para probar lo acertado de su decisión de independizarse, yo creo que el partido de Junqueras debería comenzar a considerar al uruguayo una especie de abogado del diablo. "Con momentos malos y buenos", dice el concejal, procurando aminorar el ridículo. Ya, hombre: considerando que en otras épocas a Argentina o a Venezuela le iba mejor que a España, hay que dejar claro que es sólo esta España de hoy la que supera con creces el desarrollo y la calidad de vida de la más avanzada de las repúblicas de Hispanoamérica. La ironía es que es precisamente de esta España de la que se pretende independizar Cataluña.

Tampoco sé yo si queda muy redondo eso de denunciar a España frente a América intentando salvar la responsabilidad de Cataluña. Bien podría preguntar el señor concejal a los cubanos por su experiencia colonial, a ver si los catalanes no tuvieron nada que ver en el tema (y para ello remito a este artículo que escribí hace un tiempo). Ya que ni aun el magnífico Imperiofobia de la profesora Roca Barea conseguirá desplazar un milímetro la losa de complejos freudianos que pesa sobre varias generaciones de hispanoamericanos veniabiertos, me pregunto si el político de Sabadell preferirá renunciar al Colón catalán con tal de cargar todas las culpas sobre esa Castilla que fue única propietaria del descubrimiento y la conquista americanas. Porque, claro: resulta que la corona catalano-aragonesa (según la denominación que gusta ahora) no tuvo nunca ningún afán expansivo, aunque su habilidad para la incorporación y el gobierno de distintos pueblos fue tal que, a la hora de administrarse el Nuevo Mundo, inspiró la institución imperialista y odiosa por antonomasia para los americanos: el virreinato.

El trabajo de los historiadores hispanoamericanos cada vez se ha hecho más amplio y más ambicioso para comprender la conformación de la sociedad hispanoamericana y la creación de las repúblicas en aquel continente. Se publican muchos y muy buenos trabajos que han logrado superar la vieja historiografía patriotera, marcada por los dogmas nacionalistas y la narrativa épica sobre los libertadores, tan cara a la derecha más cerril como a la izquierda resentida. La emancipación de Hispanoamérica se inscribe cada vez más, a los ojos de los estudiosos, en el contexto del desarrollo de las ideas liberales y de los proyectos constitucionales del mundo occidental, abandonando las perspectivas reduccionistas e infantiles de una guerra entre buenos y malos, entre opresores y oprimidos.

Pero la izquierda de allende los mares sigue rumiando sus viejos rencores y frustraciones, y lo que ahora tiene delito es que pretenda trasplantarlos a la situación catalana para buscar, como ha procurado siempre, el liderazgo demagógico. Y tiene delito no sólo por el perjuicio que causa a España, sino porque un vistazo a la política lingüística catalana pone de manifiesto el grandísimo desprecio que los nacionalistas hacen de Hispanoamérica, con la que les importa un bledo mantener el idioma común. Un hispanoamericano que venga a vivir en Cataluña y se encuentre limitado por el hecho de hablar español, ¿no está sufriendo una incomprensible discriminación que invalida completamente la ventaja de pertenecer a una misma comunidad histórica y cultural?

Curiosamente, parece que muchos hispanoamericanos están encantados de tener que aprender catalán por necesidad. En eso, los nacionalistas han sido infinitamente más hábiles, porque, lejos de atenerse a los ridículos miramientos del credo multicultural, que exigen no tocar ni con el pétalo de una rosa las costumbres de quienes llegan de fuera, en Cataluña se ha comprendido perfectamente que el inmigrante no quiere mantenerse como un bicho raro ni vivir en un gueto, sino formar parte de la sociedad que lo recibe; y nada mejor, para ello, que adoptar un idioma que se le presenta como la esencia de la identidad y como el santo y seña de la secta del Volkgeist.

Que haya hispano –o latino– americanos apasionados de la lengua y de la cultura catalanas hasta el punto de sentirse de aquella tierra a mí me parece muy bien, y ello no debería ser sino la consecuencia de esa relación de amor que toda persona establece con el lugar donde reconoce su casa; el lugar al que liga sus recuerdos y sus afectos. Pero sería una marrullería perversa que los hispanoamericanos resentidos contra España pretendiesen realizar sus ideales indigenistas en los proyectos del nacionalismo catalán. Aunque sea por respeto a esos libertadores que tanto admiran; porque, señores: el aristócrata Simón Bolívar sacrificó toda su fortuna al ideal de la república y murió con una camisa prestada… ¿tienen ustedes líderes dispuestos a hacer eso?

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