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Xavier Reyes Matheus

Ricardo Levene y las ficciones del nacionalismo en la Argentina

Levene (Buenos Aires, 1885-1959) fue, junto a Emilio Ravignani y Rómulo Carbia, uno de los motores de la llamada Nueva Escuela Histórica argentina.

Levene (Buenos Aires, 1885-1959) fue, junto a Emilio Ravignani y Rómulo Carbia, uno de los motores de la llamada Nueva Escuela Histórica argentina.
Medalla de Ricardo Levene acuñada por Pascual Buigues.

Ricardo Levene (Buenos Aires, 1885-1959) fue, junto a Emilio Ravignani y Rómulo Carbia, uno de los motores de la llamada Nueva Escuela Histórica argentina. Formado como jurista, Levene se incorporó como profesor de Sociología a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y por los mismos años entró a formar parte de la Junta de Historia y Numismática Americana, germen de la futura Academia de la Historia, sembrado en 1893 por el expresidente de la nación Bartolomé Mitre.

Precisamente Mitre, uno de los artífices del Estado liberal argentino, había sido el gran precursor de la historiografía moderna en su país. Sus monumentales trabajos históricos –como la Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina o la Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana– se habían transformado en claves obligadas para la comprensión de la identidad del país austral. Durante el siglo XIX, la nacionalidad rioplatense que había querido fundarse con el movimiento de la independencia se había visto seriamente debilitada por las luchas intestinas entre unitarios y federales y por la masiva llegada de población inmigrante. Para Mitre, trazar la historia de la nueva patria era imprimir un sentido al proyecto de nación que debía consolidar a la vez el sentimiento colectivo y las instituciones del Estado moderno en la Argentina.

Levene y los historiadores de la Nueva Escuela recogieron en el siglo XX el testigo del histórico presidente, sumando a su programa historiográfico algunos puntos más. Se proponían, por una parte, marcar distancia con el positivismo de Comte y con el materialismo de Marx y, por la otra, huir del ensayismo psicologista representado por el franco-argentino Paul Groussac, director de la Biblioteca Nacional. Frente a todo eso Levene defendía una solución de síntesis, sólidamente basada en la investigación documental, pero comprometida, al mismo tiempo, con la empresa de edificar la conciencia del país.

Pero las tesis de la Nueva Escuela se verían cuestionadas por los que adversaban la institucionalidad liberal y el Tratado Roca-Runciman, un acuerdo suscrito en 1933 con el fin de mantener a Argentina como socio comercial privilegiado (y privilegiante) del Reino Unido. De inmediato se levantaron las voces que denunciaban el colonialismo británico y las componendas de la oligarquía para vender la nación en condiciones humillantes; y serían esas mismas voces las que acabarían bautizando aquel tiempo de restauración liberal-conservadora con la imborrable etiqueta de Década Infame. En un primer momento, fueron simpatizantes del radicalismo los que lideraron la reacción antiimperialista; más adelante, el peronismo les dará buena acogida. Para los revisionistas (como se llamó a los historiadores de tal tendencia), el reencuentro con la nacionalidad auténtica reclamaba una exaltación del pueblo ("la tierra y los hombres"), cuya realización política se hallaba en la figura del caudillo, representado por antonomasia por el que los historiadores liberales habían pintado siempre como símbolo de la barbarie y la arbitrariedad: el dictador decimonónico Juan Manuel de Rosas. El nacionalismo católico y ultramontano hizo también causa común con esta corriente.

A Levene, el golpe militar contra Castillo –último presidente de la Década Infame– y el ascenso de Perón lo sorprenden en el cargo de presidente de la Comisión de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. Tras ser derrocado el líder populista en 1955, Levene ejerce la dirección de la Academia Nacional de la Historia. En 1951 había publicado la obra por la que quizá se le conoce más a este lado del Atlántico: el ensayo Las Indias no eran colonias. Ganado para esa tesis, en octubre de 1948 había promovido en la Academia argentina un debate en el que había argumentado lo siguiente:

Las Leyes de la Recopilación de Indias nunca hablaban de colonias, y en diversas prescripciones se establece expresamente que son Provincias, Reinos, Señoríos, Repúblicas o territorios de Islas y Tierra Firme incorporados a la Corona de Castilla y León, que no podían enajenarse.

El principio de la incorporación de estas Provincias implicaba el de la igualdad legal entre Castilla e Indias, amplio concepto que abarca la jerarquía y dignidad de sus instituciones, por ejemplo, la igualdad de los Consejos de Castilla y de Indias, como el reconocimiento de iguales derechos a sus naturales y la potestad legislativa de las autoridades de Indias, que crearon el nuevo Derecho Indiano, imagen fiel de las necesidades territoriales.

Este aspecto legal debe distinguirse del de la realidad del proceso revolucionario de América que tuvo por fin la emancipación y la organización republicana, determinado por causas fundamentales que explican la formación orgánica y consciente de las nacionalidades libres del Nuevo Mundo.

En atención a las precedentes consideraciones la Academia Nacional de la Historia de la Argentina, respetando la libertad de opinión y de ideas históricas, sugiere a los autores de obras, de investigación, de síntesis o de textos de Historia de América y de la Argentina, quieran excusar la expresión período colonial y sustituirla entre otras por la de período de la dominación y civilización española.

Curiosamente, los revisionistas que denostaban la Nueva Escuela Histórica de Levene tampoco se mostraban como enemigos de España, cuya civilización oponían a la odiada rapacidad de los colonizadores ingleses. De hecho, el ala católica de este nacionalismo telurista simpatizó abiertamente con la idea y los valores de la Hispanidad promocionada por el franquismo.

En nuestro tiempo, el discurso chavista-kirchnerista ha devuelto nuevos bríos al nacionalismo de los revisionistas argentinos (Cristina Fernández creó en 2011 el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, que reunía a historiadores tan polémicos como Pacho O'Donnell o Felipe Pigna). ¿Podría resurgir también, acaso, la perspectiva institucionalista representada por Levene? Difícilmente, si la Historia pretende servir para dejar al descubierto la evidente intención política que subyace a todo nacionalismo, y que sólo parece ocultárseles a los que apoyan proyectos trasnochados como el de los separatistas catalanes. Incluso si nos identificamos con el optimismo cívico y constructivo y con la fe en el progreso heredados de la Ilustración, hoy resultaría inasumible la premisa puesta por Levene al fijar, en 1935, las directrices de la Comisión Argentina para la Enseñanza de la Historia y la Geografía Americanas:

(…) la interpretación de los hechos del pasado histórico es privativa de la soberanía de los Estados y se fundamenta en el sentimiento del respectivo pueblo y en la labor crítica de instituciones e historiadores representativos del mismo.

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