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Santiago Navajas

Maoístas y alienígenas, tanto monta

El relato futurista de Cixin Liu traza paralelismos entre los comunistas y una caterva de apocalípticos que pretenden destruir a la Humanidad.

Nova

Estimado lector, piense, haga el favor, en esta cuestión:

¿Es la filosofía la que debe guiar los experimentos o son los experimentos los que deben guiar la filosofía?

Reflexione bien porque la respuesta le podría costar la misma vida. Este dilema se lo presentó el año 1967 Ye Zhetai, reputado profesor chino de Física, a sus alumnos, que se habían convertido el año anterior en fervientes miembros de la Gran Revolución Cultural Proletaria que había puesto en marcha Mao Zedong con la publicación de su Libro Rojo. En Occidente tenía gran éxito, y en mayo del 68 los estudiantes parisinos harán su propia versión de la Revolución Cultural al grito de "¡Marx, Mao, Marcuse!".

Pero volvamos a Zhetai y sus estudiantes de Física, a los que ha planteado una cuestión filosófica. Zhetai está algo incómodo porque los jóvenes con los que debate le están torturando, le han puesto un grueso sombrero de barrotes de hierro y colgado una puerta metálica de un horno de laboratorio que lleva su nombre escrito en llamativos caracteres negros, tachados por una gran equis roja. El antes eminente y respetado profesor ha pasado a ser simplemente un "monstruo y demonio" en cuanto que "burgués y reaccionario".

Al principio, los académicos resisten desafiantes sobre la base de su orgullo intelectual. Por lo que son rápidamente asesinados. Los que no, terminan por sollozar pidiendo perdón y mostrando un arrepentimiento total por sus actividades contrarrevolucionarias, digamos traducir a Balzac o interpretar a Mozart, esos artistas occidentales al servicio indigno de la burguesía. Zhetai es el último que permanece tranquilo y lúcido, sin trazas de soberbia ni de arrepentimiento. Por lo que despierta más morbo entre los jóvenes revolucionarios armados de consignas marxistas y látigos proletarios.

La pregunta que les ha formulado, ¿qué tiene preeminencia epistemológica, la filosofía o los experimentos?, supone su sentencia de muerte. Porque los dogmáticos inquisidores ideológicos no pueden permitir que se ponga en duda la verdad de la teoría marxista-maoísta. Y admitir que los experimentos deben guiar a la teoría significaría un golpe de muerte para una doctrina que ha sido refutada cien veces desde que Marx la expuso por primera vez, cien años antes.

Además, Zhetai les ha enseñado la teoría de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica de Bohr, dos científicos igualmente burgueses y reaccionarios cuyas ideas están, según les dice Mao, al servicio del capitalismo. Como también Darwin, cuya teoría de la evolución, como todo el mundo sabe, no hace sino legitimar la feroz competencia en el libre mercado, Einstein y Bohr también debe ser proscritos de la feliz utopía comunista. En definitiva, Zhetai debe morir.

Esta historia consiste el primer capítulo de la extraordinaria trilogía del autor chino Cixin Liu, El problema de los tres cuerpos. Aunque es ficción, retrata a la perfección la atroz historia de la inquisición ideológica de la extrema izquierda durante el siglo XX. Y nos tiene que servir de advertencia porque la barbarie filosófica no muere sino que se transforma. En la actualidad, la vemos transmutada en feminismo radical, dogmas políticamente correctos y políticas de la identidad, un cóctel de intimidación mediática, matonismo en las redes y opresión política que hace que se autocensuren la mayor parte de los intelectuales occidentales por miedo a perder puestos académicos, oportunidades de publicación o, simplemente, prestigio social.

Como en los cómics, podríamos distinguir dos tendencias estilísticas en las novelas de ciencia ficción. Por una parte, la línea clara de escritores como Asimov, en la que el texto parece escrito en plain English, es decir, sentencias cortas, preferencia por los verbos activos, bastante diálogo y uso de palabras comunes; por otro, la línea oscura de autores como Philip K. Dick, más rebuscados formal y estilísticamente. Cixin Liu pertenece a la categoría asimoviana (aunque le da un bajonazo al escritor norteamericano), y con una prosa diáfana plantea un paralelismo entre la represión comunista en la China maoísta y una posible invasión alienígena por parte de una civilización moribunda.

La gran novedad formal de la propuesta de Cixin Liu consiste en situar el encuentro entre humanos y extraterrestres en el desarrollo de un juego de ordenador, Los tres cuerpos, por el que nos vamos enterando de los problemas cosmológicos de la civilización foránea, mientras se van combinando los personajes de la trama china contemporánea con los personajes virtuales del desarrollo del videojuego, de Copérnico a Newton y de John von Neumann a diversos emperadores de la historia china. El videojuego consiste en una inmersión sensorial profunda gracias a un casco y un traje de realidad virtual que hacen que la experiencia virtual sea cuasi-real. Estos son los mejores capítulos del libro, con el apocalipsis periódico de un universo alternativo que parece extraído de uno de los círculos infernales de Dante que estuviera contado en la serie Rick y Morty.

El relato futurista de Cixin Liu traza paralelismos entre los fanáticos ideológicos de ayer, los comunistas, y hoy, una caterva de apocalípticos más o menos integrados que pretenden destruir a la Humanidad porque no se amolda a sus ideales de superior moralidad. En la portada anuncian que lo han comprado más de cinco millones de lectores, entre ellos Barack Obama y Mark Zuckerberg, que confiesan que el libro impactó en su "imaginación política", lo que no deja de ser divertidamente paradójico, viniendo de dos personajes que representan como nadie la superioridad moral y la censura ideológica, criticada en la novela de Cixin Liu, como complejo vital.

Una tuerca de más en la alienfobia de la sci-fi, de los robots y cyborgs de Blade Runner y Robocop a la inteligencia artificial de 2001 y Terminator, pasando por los extraterrestres de Alien o Predator, El problema de los tres mundos nos prepara para el improbable caso de que alguna civilización exterior descubra el disco de oro que se depositó en la nave Voyager con grabaciones de Beethoven o Chuck Berry y decidan venir a visitarnos a escuchar en directo algún concierto de su músico favorito. El problema será cuando aparezcan por aquí y se encuentren a Justin Bieber y Beyoncé. Igual se enfadan ante la estafa y nos convierten a todos en sus esclavos. Esperemos que tarden lo suficiente en llegar para que nos dé tiempo a leer el resto de la trilogía, que no es una "obra maestra",como pretende la publicidad post Premio Hugo a la primera novela no escrita en inglés, pero sí es un buen relato en la senda, mal que le duela al escritor chino, que quisiera haber escrito Solaris pero no llega a 2001: una odisea del espacio, de Isaac Asimov.

Cixin Liu, El problema de los tres cuerpos (Trilogía de los Tres Cuerpos, 1), editorial Nova.

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