Colabora
Santiago Navajas

Churchill y Orwell, pasión por la libertad

Ambos se enfrentaron al totalitarismo, tanto de izquierdas como de derechas, lo que les granjeó la desconfianza y la animadversión de sus compañeros de filas.

Noam Chomsky se refiere con "el problema de Platón" y "el problema de Orwell" a las dos grandes cuestiones filosóficas sobre el conocimiento. Platón se preguntaba cómo a partir de tan poca experiencia sensible llegamos a tener tanto conocimiento teórico. Piensen en la Teoría de la Relatividad. Orwell, de manera paradójicamente complementaria, cómo disponiendo de tanta evidencia nos engañamos tanto. Piensen en los creyentes en la homeopatía. Una aproximación a una posible respuesta al problema de Orwell la tenemos precisamente al estudiar su vida. Y si se estudia en paralelo la de alguien que, como el novelista británico, fue capaz de evitar los engaños masivos de la época que le tocó vivir, mucho mejor.

El libro de Thomas E. Ricks Churchill y Orwell. La lucha por la libertad comienza con esta dedicatoria:

Dedicado a todos aquellos que buscan preservar nuestras libertades.

Es decir, casi nadie en estos días de populismo, nacionalismo y socialismo identitario. El núcleo del ensayo de Ricks es la década de los 30 y los 40, cuando tanto Churchill como Orwell pasaron de casi estar muertos a triunfar por todo lo alto. Una amarga victoria para ambos, en cualquier caso, consecuencia de su carácter insobornablemente independiente.

Churchill era un conservador y Orwell un socialista. Pero representan mejor que ningún otro el talante liberal, esa pasión por la libertad y la autonomía que constituye el núcleo central del liberalismo político. Ambos se enfrentaron al totalitarismo, tanto de izquierdas como de derechas, lo que les granjeó la desconfianza y la animadversión de sus compañeros de filas, que los contemplaron como dos traidores, porque antepusieron la verdad y los hechos al interés sectario y la ideología.

Ambos combatieron con las armas y con las letras, a tiro limpio y con las palabras más espléndidas. Orwell estuvo a punto de morir de un balazo franquista en España y los comunistas de Stalin lo persiguieron para matarlo. Churchill fue hecho prisionero en la Guerra de los Bóers y Hitler envió asesinos para acabar con él. Las vidas paralelas que traza Ricks entre ambos ingleses es limpia, ordenada y amena. Está escrita siguiendo las reglas que Orwell recomendaba a la hora de tener un estilo a prueba de jergas y un pensamiento a salvo de consignas:

Nunca uses una metáfora, símil u otra figura retórica que estés acostumbrado a ver por escrito.

Nunca uses una palabra larga donde puedas usar una corta.

Si tienes la posibilidad de eliminar una palabra, elimínala siempre.

Nunca uses una voz pasiva cuando puedas usar la activa.

Nunca uses una locución extranjera, una palabra científica o un término de jerga si puedes encontrar una palabra equivalente en [la lengua] habitual.

Rompe cualquiera de estas reglas antes de escribir algo que esté fuera de lugar.

Unas reglas de las que Churchill era el mejor representante en el terreno político, alejado absolutamente de la retórica vacía y pomposa habitual. ¿Qué les hizo ser tan especiales y por qué resulta tan pertinente leer sus vidas de manera entrecruzada? Uno de los sesgos más fuertes al que nos enfrentamos es el comportamiento gregario (el efecto bandwagon o de arrastre) por el que tendemos a seguir a la mayoría sin analizar si hay razones o no para ello. Sin embargo, tanto Churchill como Orwell parecían inmunes a dicho sesgo. Y no era por empecinamiento, terquedad o afán de llevar la contraria, que es un sesgo tan irracional como el del seguidismo, sino porque ambos sentían una pasión que suele ir pareja a la de la libertad: la de pensar por uno mismo. Esa lucidez corajuda y esa habilidad literaria llevaron a Churchill a decir en un discurso anti Hitler:

Si fallamos, el mundo entero (...) se hundirá en los abismos de una nueva edad oscura, aún más siniestra y quizá también más larga, por el uso de una ciencia perversa.

Y a Orwell a destacar el papel del mandatario que estaba en sus antípodas ideológicas pero con el que tenía tanta afinidad moral. Ricks es capaz de hacernos imaginar a Churchill mientras leía (dos veces) con aprobación 1984 y de sentir a Orwell asintiendo al escuchar por la radio los discursos de Churchill mientras sorteaba las bombas alemanas sobre Londres:

No existía nadie más (...) para subir al poder y en quien confiar en que no se rendiría (...). Lo que se requería, por encima de todo, era obstinación, algo que Churchill poseía a espuertas.

A finales del siglo XX, la revista conservadora estadounidense National Review escogió como los tres ensayos más relevantes del siglo las memorias de guerra de Churchill, Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn y Homenaje a Cataluña de Orwell (que tenía otro título entre los diez primeros: sus Ensayos). Entrado el siglo XXI, Orwell toma ventaja en cuanto a la escritura, aunque Churchill gana en cuanto a representaciones cinematográficas. Por cierto, ¿cómo es posible que nadie en la industria cinematográfica española se haya lanzado a versionar para la gran pantalla Homenaje a Cataluña? Quizás porque pone en cuestión el relato hegemónico de la Ley de Memoria Histórica (parafraseando a Big Brother, Memoria Histórica realmente significa Manipulación Ideológica). También Churchill resulta intempestivo en un tiempo como el actual, donde una ley como la de Violencia de Género consagra la asimetría penal entre ciudadanos por su sexo, mientras un Gobierno socialista pone en cuestión un fundamento del Estado de Derecho al cuestionar la presunción de inocencia de los hombres.

El poder del Ejecutivo para arrojar a un hombre a prisión sin formularle cargo alguno contemplado por la ley, y en especial privarle durante un tiempo indefinido del derecho a ser juzgado por sus pares, resulta extremadamente detestable, y supone el fundamento de cualquier gobierno totalitario, ya sea nazi o comunista (...). No existe mayor atentado contra la democracia que encarcelar a una persona o mantenerla en prisión por ser impopular. Es aquí donde la civilización se pone a prueba.

Una virtud de la biografía en paralelo de Ricks es cómo combina lo serio con lo humorístico, la gravedad y la levedad. Con lo que somos capaces de representarnos a Churchill pidiéndole perdón a su gato por no poder alimentarlo con nata durante la guerra, o a Orwell divertido ante el regocijo de un clérigo anglicano cuando le informa de que las iglesias incendiadas durante la guerra civil española eran católicas romanas. O nos da el detalle de actualidad de que en la Cuba castrista terminó en la cárcel el dramaturgo que pensaba llevar a las tablas una Rebelión en la granja en la que los dos cerdos dictatoriales se llamaban Fidel y Raúl. También nos hiela la sangre cuando, en una cena en Teherán, Stalin anuncia su plan de exterminar a los oficiales del Ejército alemán, ante la indiferencia de Roosevelt y la indignación de Churchill. Y el más revelador: el último artículo que Orwell completó y publicó antes de su muerte fue una reseña de las memorias de Churchill:

Por mucho que uno pueda llegar a disentir de Churchill, por muy agradecido que uno pueda estar de que su partido no ganara las elecciones de 1945, uno no solo debe admirar su coraje, sino una cierta generosidad y genialidad que se hacen patentes incluso en unas memorias tan formales como estas.

Decíamos al principio de esta reseña que un libro dedicado a todos aquellos que luchan por preservar la libertad es más bien para nadie. Orwell explicó casi al final de 1984 la razón de ello:

La Humanidad debe elegir entre la libertad y la felicidad, y el grueso de ella prefiere la libertad.

Usted mismo, estimado lector.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario