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Santiago Navajas

Chomsky, liberal

Chomsky nos sirve como recordatorio de que las grandes empresas pueden llegar a corromper tanto la institución del mercado como del Estado.

Chomsky nos sirve como recordatorio de que las grandes empresas pueden llegar a corromper tanto la institución del mercado como del Estado.

En su Homenaje a Cataluña, George Orwell insistía en distinguir entre el comunismo y el anarquismo por una cuestión de "énfasis bastante irreconciliable". El énfasis comunista sería sobre el centralismo y la eficiencia, mientras que el anarquismo lo sería sobre libertad e igualdad. Así dicho, el anarquismo no sería sino una modalidad del liberalismo. Lo que no extrañará a los seguidores de Murray Rothbard y el anarco-capitalismo. Pero sí a los amigos y/o adversarios de Noam Chomsky. Y no deberían.

En una de sus últimas obras publicadas en España, ¿Qué clase de criaturas somos?, Noam Chomsky hace una síntesis de toda su obra de manera que la podríamos clasificar como de antropología filosófica, de la lingüística a la política pasando por la filosofía de la mente y la sociología. Dado que Chomsky ha sido sobre todo un lingüista no es raro que comience aclarando su visión sobre cómo adquirimos y en qué consiste el lenguaje. Este es el capítulo crucial porque de su concepción del lenguaje se deriva su compromiso con una determinada idea del ser humano que fijará su concepción política.

El siguiente capítulo se titula ¿Qué podemos entender? y analiza el pensamiento en sí así como sus límites, lo que conectará con la parte final donde se ocupa de Los misterios de la naturaleza: ¿A qué profundidad se esconden?. Entre medias, un capítulo dedicado a la política, en el sentido más amplio, denominado ¿Qué es el bien común?. Comienza este último apartado declarándose "heredero de las ideas liberales clásicas surgidas de la Ilustración" y cita para ello a Adam Smith y su La Riqueza de las Naciones:

El hombre que dedica su vida a realizar una cuantas operaciones sencillas, cuyos efectos son, tal vez, siempre o casi los mismos, no tienen ocasión de ejercitar su inteligencia…y, en general, se vuelve tan estúpido e ignorante como puede volverse una criatura humana… Pero en cualquier sociedad desarrollada y civilizada, éste es el estado en el que caerán necesariamente los obreros pobres, es decir, la gran masa de la población, menos que el Estado tome medidas para impedirlo.

Esta visión de Smith del Estado como necesario para la emancipación de los seres humanos la conecta Chomsky con otros dos autores liberales, John Stuart Mill y Wilhelm von Humboldt. El inglés tomó (para Sobre la libertad), del alemán (Los límites de la acción del Estado) la siguiente máxima:

El gran principio rector hacia el que converge directamente cada argumento expuesto en estas páginas es la importancia absoluta y esencial del desenvolvimiento humano en su más rica diversidad.

Ese concepto de "diversidad" es clave para la aproximación de Chomsky al liberalismo porque, como veremos, está directamente relacionado con la característica fundamental de la naturaleza humana que defiende Chomsky: la creatividad (fundada en el lenguaje como capacidad innata y universal de la especie). Por otra parte, y esta es otra dimensión antropológica de Chomsky que lo entronca con el liberalismo, tiene una visión optimista del carácter moral del ser humano, al estilo de Locke o de Adam Smith al que también cita, en este caso la Teoría de los sentimientos morales:

Por muy egoísta que se suponga que es el hombre, es evidente que hay en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la fortuna de los demás, y hacerle necesaria su felicidad, aunque nada derive de ella si no es el placer de verla.

Por otra parte, y esto lo podría haber suscrito Karl Marx, Adam Smith denunció

la vil máxima a la que se entregan los amos de la humanidad: "Todo para nosotros y nada para los demás".

Y es que Chomsky podría citar más a Smith en defensa de su tesis sobre el problema de los capitalistas como enemigos de la humanidad. Por ejemplo, en La riqueza de las naciones:

La violencia e injusticia de los gobernantes de la humanidad es un mal muy antiguo, y mucho me temo que apenas tenga remedio en la naturaleza de los asuntos humanos. Pero la mezquina rapacidad y el espíritu monopolista de los comerciantes e industriales, que no son ni deben ser los gobernantes de la humanidad, es algo que aunque acaso no puede corregirse, sí puede fácilmente conseguirse que no perturbe la tranquilidad de nadie salvo la de ellos mismos.

En este punto, sin embargo, es cuando considera Chomsky que "el liberalismo clásico naufragó en los arrecifes del capitalismo" por lo que se echa en brazos de un anarquismo-sindical que defiende una organización utópica basada en "una alianza de grupos libres de hombres y mujeres basados en el trabajo cooperativo y una administración planificada en interés de la comunidad". Lo que diferencia a los pensadores liberales como Smith, Humboldt y Mill de Chomsky es que son mucho más realistas y sofisticados a la hora de analizar la sociedad y los mecanismos económicos y políticos que pueden llevar a lo que sí tienen en común con el pensador anarquista norteamericano: un odio a la plutocracia junto a una ferviente defensa de la democracia y del pueblo.

Forma parte de su incapacidad para asimilar la virtualidad del liberalismo clásico en su forma económica como liberador de la humanidad viene dado por su sesgo norteamericano que le hace meter dentro del saco "liberal" también a los socialdemócratas. Porque si algo suscita todavía más su desprecio que la plutocracia de Wall Street, capaz de imponer sistemáticamente a uno de Goldman Sachs como Secretario del Tesoro en cualquier gobierno norteamericano, ya sea demócrata o republicano, es la Santísima Trinidad de presidentes de izquierda Wilson-FDR-Kennedy (cabe sospechar que también Obama) porque ellos y su troupe despreciaban al común de los mortales y pensaban que "las decisiones deben estar en manos de la minoría inteligente de hombres responsables" a los que hay que proteger "de los pisotones y rugidos del desconcertado rebaño" porque "todo por su propio bien. No deberíamos sucumbir a "dogmatismos democráticos según los cuales los hombres son los mejores jueces de sus propios intereses". Al problema de la democracia, la envidia provocada por la desigualdad, Chomsky opta por la solución de Aristóteles, reducir la desigualdad, en lugar de la de James Madison, uno de los padres de los EEUU, reducir la democracia.

Pero Chomsky no solo es un heredero sui generis de la tradición liberal clásico sino que puede ser uno de sus máximos referentes hoy en día (a pesar de él mismo y de los sarpullidos que suele provocar en las tribus liberales). Para ello hemos de analizar su concepción del lenguaje y del pensamiento. Para ello hemos de remontarnos a su debate-duelo con Michel Foucault sobre la naturaleza humana. Aunque ambos filósofos estaban situados en la extrema izquierda política, sus concepciones antropológicas no podían ser más antitéticas. Allí donde Foucault lo fiaba todo a las relaciones sociales, por lo que sería imposible que hubiese una naturaleza común a todos los seres humanos, que estarían compartimentado en módulos incompatibles de clase, culturales, de género, etc., Chomsky sí que establece una común naturaleza humana basada en lo que había sido su principal aportación al mundo intelectual desde los años 50: el lenguaje entendido como una capacidad innata que se desarrolla de manera natural en los individuos una vez que la experiencia social pone en funcionamiento el interno mecanismo genético que nos lleva a hablar una lengua concreta. No solo eso, sino que además de la universalidad que nos hace a todos iguales en lo infraestructura innata, aunque diversos en la superestructura de cada lengua particular, nos dota del rasgo más peculiar y específico de la especie: la creatividad, dado que el lenguaje humano es el único capaz de infinitos mensajes a partir de unos medios finitos.

Esta universalidad del lenguaje que hace emerger la creatividad como rasgos definitorios y compartidos de la especie humana salta, por así decir, por encima de barreras culturales, raciales, sociales, etc. es lo que posibilidad la gran apuesta de Chomsky por la libertad, creando así la base antropológica más sólida para el proyecto de liberalismo clásico.

No solo el lenguaje sino también el pensamiento. Porque los límites del lenguaje no son los límites del pensamiento. Dotados también de una estructura cognitiva innata, que iría desde los 50 conceptos innatos que defiende Steven Pinker hasta los 50.000 que sostiene que tenemos de Jerry Fodor, también Chomsky considera que tenemos un sistema conceptual innato que junto a la estructura lingüística de nuestra mente es lo posibilita la explosión de creatividad racional e imaginativa que implica políticamente el sistema que permita el más amplio esquema de libertades compatible con el disfrute de un esquema idéntico por el resto de ciudadanos.

Liberal a fuer de anarquista, Chomsky se equivoca al satanizar el capitalismo como el reverso tenebroso del liberalismo político pero, sin embargo, sí que nos sirve como recordatorio de que las grandes empresas pueden llegar a corromper tanto la institución del mercado como del Estado. Es paradójico que sea un anarquista quien tenga que decirlo pero, en este sentido, Chomsky es como Murray Rothbard en el flanco anarco-capitalista, alguien que nos previene contra el capitalismo "de amigotes" porque mientras que el comunista es el mejor amigo del comunismo, el capitalista no lo es del capitalismo. Y esta es una verdad que suelen olvidar los liberales que prestan mucha atención a la amenaza contra las libertades provenientes del Estado pero olvidan que también las empresas tratan de conseguir capturar al Estado y anular la competencia.

Noam Chomsky, ¿Qué clase de criaturas somos?, Ariel, Barcelona, 2017.

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