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Eduardo Goligorsky

Los cerdos populistas

En 'Sumisión en la granja', de Miquel Porta Perales, los cerdos están al día de las nuevas técnicas de polarización cainita.

En 'Sumisión en la granja', de Miquel Porta Perales, los cerdos están al día de las nuevas técnicas de polarización cainita.

Miquel Porta Perales abandona en esta oportunidad su vocación por el ensayo pero no su compromiso con el pensamiento liberal, y lo hace con una recreación de la sátira anticomunista de George Orwell Rebelión en la granja. El título y el subtítulo que Porta Perales ha elegido para esta narración refleja su fuerte contenido polémico: Sumisión en la granja. La obediencia os hará libres (ED Libros, Barcelona, 2019).

Arma cultural

El prólogo nos recuerda cómo se definió Orwell: "Si uno mira dentro de sí mismo, ¿don Quijote o Sancho Panza? Casi con toda seguridad, uno es ambos". Dualidad que se reflejó en su contradictoria experiencia vital: simpatizante del anarquismo y el trotskismo, furibundo antitotalitario que no se privó de entregar a los servicios de inteligencia británicos una lista de treinta y ocho intelectuales y actores "cripto-comunistas" que incluía a Charlie Chaplin, Michael Redgrave, George Bernard Shaw y el historiador Edward H. Carr.

Rebelión en la Granja apareció en 1945, cuando despuntaba la Guerra Fría. Había sido rechazada por cuatro editores porque aún perduraba la simpatía por el aliado soviético, que el libro demonizaba, pero no tardó en convertirse, como la otra novela de Orwell, 1984, en un arma cultural poderosa para combatir las falsas utopías con que se disfrazaba la barbarie comunista. El The New Yorker lo consideró un libro "absolutamente magistral", comparable a Voltaire.

Polarización cainita

Porta Perales retoma el argumento de la novela actualizando la alegoría. El cerdo veterano Old Major enardece a los animales de la granja con su discurso demagógico. Tras su muerte, prematura como la de Lenin, otro cerdo, Napoleón, asume el liderazgo en compañía del resto de la piara y estalla la rebelión en la granja. Los propietarios, el matrimonio Jones, son expulsados, y se pone en marcha la utopía igualitaria en la nueva República Democrática Animal. Pero el autor nos cuenta que ahora los cerdos intelectuales que monopolizan el poder han leído, además de los manuales clásicos del marxismo-leninismo, La razón populista, de Ernesto Laclau, e ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel. O sea que están al día de las nuevas técnicas de polarización cainita.

Los Siete Mandamientos de la flamante república podrían haber sido redactados por un cerdo de la granja discípulo de Laclau o Kessel, o por cualquiera de sus crías podemitas. Los dos primeros rezan:

Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo.

Todo lo que camina sobre cuatro patas o tenga alas es un amigo.

Y el séptimo sentencia:

Todos los animales son iguales.

También las consignas pintadas en las paredes nos resultan familiares: "Sean realistas, pidan lo imposible", "Prohibido prohibir", "¡Roben!", "¡Organizarse! ¡Armarse!" y otras parecidas.

La dictadura porcina

Pero… en los regímenes totalitarios –nazis, comunistas, populistas, nacionalistas– todos son iguales, pero unos son más iguales que otros. Y en la República Democrática Animal los cerdos eran más iguales que las ovejas, las gallinas, los caballos, los perros o los patos. Sin embargo, Ellos, los de abajo, estaban satisfechos porque habían expulsado a los Otros, a los hombres, a los patrones. Solo los burros desconfiaban y se mantenían apartados. Eran los racionales de la fábula.

Hasta que se empezaron a notar los efectos de la falta de iniciativa: la escasez de pienso, el deterioro de los cobertizos, la invasión de la mugre, la plaga de garrapatas. Los burros, encabezados por el lúcido Benjamín, se pusieron al frente de las protestas, y los cerdos montaron un sistema represivo, con un Comité de Defensa de la Rebelión (CDR, ¿les suena?) y un Servicio de Inteligencia Animal (SIA). Declararon el estado de excepción y el estado de sitio. La coqueta yegua Mollie fue sometida a juicio sumario porque aceptó una cinta de colores de un hombre, un bípedo con el que estaba prohibido todo contacto. La condenaron a trabajos forzados.

La dictadura porcina estaba en marcha. Los cerdos nadaban en la opulencia. Ellos sí tenían contacto con los hombres: vendían a las granjas McDonald´s y Kentucky los productos que requisaban a la plebe. El déspota Napoleón se hizo construir un "casoplón" (textualmente) con piscina en terrenos vecinos a la granja.

Arenga aleccionadora

La dictadura porcina es derrocada tras muchas peripecias. Y el burro sabio Benjamín, que ha leído a Montesquieu, Voltaire, John Stuart Mill, Adam Smith, Alexis de Tocqueville, Friedrich von Hayek, Milton Friedman, Karl Popper, Raymond Aron y Jean-François Revel, e incluso ha conversado con George Orwell gracias a las licencias que permite la literatura, pone punto final al libro con una aleccionadora arenga a los animales de la granja.

Por supuesto, quien toma la palabra aquí es el autor, con un discurso que, simulando referirse a la obligada sumisión del animal al hombre, demuele las falacias de la corrección política. En su concepción liberal de las relaciones humanas, tanto en el plano social como en el individual, no caben las legislaciones totalitarias, ni las nivelaciones arbitrarias. Por eso le hace decir a su alter ego Benjamín, hablando a los animales para ceñirse a la ficción cuando en realidad se está dirigiendo a los lectores de la obra:

Sostenemos como evidente por sí mismo que todos los animales son creados iguales, que están dotados de derechos inalienables, que entre sus derechos están la vida, la libertad, la igualdad, la seguridad, la justicia, la solidaridad y la democracia.

La nueva organización social de la granja alegórica descansa sobre la reconciliación de los animales con la autoridad civilizadora de los hombres y –el autor lo insinúa, aunque no lo dice taxativamente– sobre la meritocracia. La meritocracia –agrego de mi cosecha– es la piedra angular del progreso que la discriminación positiva tritura sin piedad.

Obediencia a la ley

Entiendo que Porta Perales haya empleado la palabra sumisión en el título de su libro porque quería dejar sentado su repudio a las rebeliones totalitarias y esclavizadoras, disfrazadas de liberadoras, como la que se había producido en la granja y los demagogos populistas nos invitan a imitar. Pero igualmente me choca cuando aparece como desiderátum. El totalitarismo es el que engendra y necesita sumisos. En cuanto a la obediencia del subtítulo, ciertamente nos hará libres, pero aclarando que es a la ley en el seno de una sociedad abierta. Habría preferido como título, no menos contundente, Contrarrevolución en la granja. Porque esto es lo que propone el libro y lo que hace aconsejable su lectura.

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