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Iván Vélez

Apuntes sobre Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España

El Comendador de Socuéllamos actuó en el Nuevo Mundo como un verdadero pacificador dentro de un ambiente caracterizado por el desorden.

El Comendador de Socuéllamos actuó en el Nuevo Mundo como un verdadero pacificador dentro de un ambiente caracterizado por el desorden.
Antonio de Mendoza y Pacheco | Wikipedia

La acomplejada actitud del Gobierno socialista, continuadora de la total imprevisión del precedente, en relación a los fastos conmemorativos de la llegada de Cortés y sus compañeros a las playas donde se fundó Veracruz augura un comportamiento similar en relación a otras grandes figuras no ya de la conquista, sino de la pacificación, es decir, de la implantación del orden hispánico en el Nuevo Mundo. A esta posibilidad se expone una figura íntimamente relacionada con el de Medellín, el primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, cuya figura y trayectoria esbozaremos morosamente, apoyándonos en la obra de Francisco Javier Escudero Buendía Antonio de Mendoza. Comendador de la Villa de Socuéllamos y primer virrey de la Nueva España (Toledo 2003).

Afirma Escudero, apoyado en un más que notable aparato documental, que el que llegara a constituir el canon virreinal nació en Mondéjar, que no en Granada, en torno a 1490. Hijo del Gran Tendilla, Íñigo López de Mendoza, Antonio creció en el seno de una poderosísima familia cuyos estados se fueron desplazando hacia el sur al ritmo de la Reconquista. De Álava, los Mendoza pasaron a Guadalajara para terminar, en palabras de Pedro Mártir de Anglería, tutor de nuestro Antonio, en el "rincón del rincón", es decir, en la capital del conquistado reino nazarí. Fue en Granada donde comenzó la verdadera formación política de Antonio de Mendoza, que creció dentro de una sociedad tenuemente cristianizada. De hecho, el joven, que acaso sabía hablar árabe o algarabía, del mismo modo que lo hacía su hermano Diego Hurtado de Mendoza, vestía a la usanza morisca, como se puede comprobar en una carta que su hermano Luis recibió cuando Antonio se disponía a partir hacia la casa del Marqués de Denia para completar sus estudios:

Da priesa en que se venga luego tu hermano don Antonio, que me escribió el marqués de Denia que lo enviase, y di a Lázaro de Peralta lo que le haga de vestir y sea a la castellana...

Será ese desenvolvimiento dentro de un ambiente no cristiano un factor probablemente decisivo en su futuro en el Nuevo Mundo, si bien, antes de aquella su definitiva partida, don Antonio acumuló diversas experiencias bélicas y diplomáticas. La vida algo desordenada de su hermano mayor, el primogénito Luis, permitió que Antonio accediera a diversas responsabilidades encomendadas por su padre. Así, durante las ausencias de don Íñigo, será nuestro hombre quien se ocupe de la Capitanía o Virreinato de Granada, tarea a la que hay que añadir su cargo como tesorero de la Casa de la Moneda de la ciudad. Años después, ya como virrey de la Nueva España, Mendoza fundará la Casa de la Moneda de la ciudad de México.

Si estos cargos, a los que ha de sumarse su condición de alcaide de Dentomiz y Vélez-Málaga, fueron dando relieve a su figura, la estancia en Granada de la Corte de Carlos I sirvió para que el joven monarca se fijara en Mendoza. Durante los seis meses que tan distinguido colectivo permaneció en la ciudad durante 1526 fueron, a nuestro juicio, decisivos para que Antonio de Mendoza se ganara la confianza del nieto de los Reyes Católicos, el mismo que en los inicios de la revuelta comunera se adscribiera a estas revueltas dentro del bando encabezado, entre otros, por su cuñado Juan Padilla. Todo ello no fue óbice para que, entre 1526 y 1530, Antonio de Mendoza mostrase sus dotes diplomáticas en destinos tales como Flandes, Inglaterra y Hungría. Sus buenos oficios le procuraron el cargo de camarero del rey en Badajoz y Socuéllamos y, más tarde, la gobernación de León dentro de la Orden de Santiago. No fueron las únicas las embajadas citadas. Entre 1530 y 1532, Antonio de Mendoza visitó Bolonia, Alemania y Hungría.

En ese momento, su nombre ya se barajaba para ser quien estableciera orden en la Nueva España, desde donde el obispo Zumárraga ya había alertado de la inoperancia de la Audiencia. Es muy probable que el ofrecimiento del cargo de virrey le llegara en el otoño de 1529, si bien diversos avatares impidieron su marcha y permitieron que el abanico de aspirantes a tal cargo se ampliara. Aunque la del virreinato no era un institución castellana, el hecho de que la Nueva España se asentara sobre una estructura imperial en lugar de sobre un mosaico de tribus justificaba el uso de ese término. Aunque el cronista Herrera afirmara que el puesto le fue ofrecido al Conde de Oropesa y otros, todo parece indicar que el escogido fue siempre Mendoza, cuñado del secretario del emperador, Francisco de los Cobos, que finalmente, cuando partió, debió hacerlo convencido de que aquella oferta tenía como principal característica su perpetuidad. Ello explicará lo ocurrido posteriormente.

Cuando Mendoza llegó a la Nueva España se comportó de un modo similar a como lo había hecho él mismo y toda su familia en el complejo mundo granadino. El comendador de Socuéllamos actuó en el Nuevo Mundo como un verdadero pacificador dentro de un ambiente caracterizado por el desorden en el que se movían muchos españoles y por el desconocimiento que muchos naturales tenían de las instituciones y del mismo idioma español. Mendoza actuó con gran tolerancia hacia estos últimos, e incluso permitió que algunos señores mexicas se integraran en campañas bélicas como la de la Guerra del Mixtón. Si esta era su dimensión pública, en lo relativo a sus intereses, el de Mondéjar buscaba establecerse en la Nueva España del mismo modo que lo habían hecho sus antepasados en los lugares ya citados. Razones no le faltaban para albergar esa ambición, pues su envío no tenía un límite temporal, por lo que era posible soñar con un señorío mendocino en ultramar. Con la intención de formar una estirpe gobernante novohispana, don Antonio fue, gradualmente, ampliando las responsabilidades gubernativas de su hijo Francisco, al que pretendía entregar el virreinato, ilusión que se demostró vana, pues cuando solicitó su regreso a España, la Corona reaccionó enviándole, a pesar de su edad y de su delicado estado de salud, al Virreinato del Perú en el que le esperaba la muerte.

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