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Santiago Navajas

De Hegel a Puigdemont, pasando por Hitler

La Constitución y las leyes españolas deberían ser mucho más contundentes con aquellas políticas que pretendan subvertir el Estado de Derecho.

Hitler pasa revista a las tropas nazis en Núremberg en 1935 | Cordon Press

"Eran apuestos, brillantes, inteligentes y cultivados. Fueron responsables de la muerte de varios cientos de miles de personas". Así empieza Christian Ingrao su Creer y destruir. Los intelectuales en la máquina de guerra de las SS. Aunque se equivoca Ingrao porque, en realidad, mataron a millones. Un mito suele presentar a los nazis como un hatajo de bebedores de cerveza indocumentados. Especialmente Hitler, al que poco menos que se le presenta como un analfabeto funcional. Lo cierto es que el Führer tenía una biblioteca impresionante. Es famoso que en las trincheras de la Primera Guerra Mundial le acompañaba un ejemplar de El mundo como voluntad y como representación. Es menos conocido que en la mesita donde se suicidó tenía un ensayo sobre Parsifal, otro sobre las profecías de Nostradamus y una historia de la esvástica.

Hablemos precisamente de la bandera nazi, concretamente del libro Hegel bajo la esvástica, de Federico Fernández-Crehuet. Porque gran parte de la intelectualidad alemana puso todo el potencial cultural germano al servicio del nazismo. No solo con grandes figuras como Heidegger en filosofía, Schmitt en derecho y Heisenberg en física. A través del análisis de dos figuras menores, pero de gran prestigio e influencia, Larenz y Binder, de la Escuela de Kiel, Fernández-Crehuet nos brinda un pormenorizado estudio de los debates jurídicos que blindaron teóricamente el régimen nazi, haciéndolo emerger con poderío y triunfante sobre el positivismo que sostenía la República de Weimar, encarnado en Kelsen.

Este libro es especialmente interesante porque nos sirve también para iluminar algunos aspectos de los debates jurídicos en la actual democracia española, enfrentada a desafíos como el del golpe de Estado en Cataluña o a la desintegración europea tras el Brexit. Los pensadores nazis se oponían al emergente Estado cosmopolita de corte liberal, que denunciaban por ser presuntamente homogeneizador y aniquilador de la soberanía de los Estados nacionales, de los que decían defender su honor y dignidad. Salvando las distancias, resuenan aquí ecos de Steven Bannon, Salvini y Orban.

Igualmente se critica, por parte de los juristas nazis, el individualismo liberal como un signo del atomismo social y la cosificación de las personas. Lo que les servía para demonizar los derechos subjetivos y los derechos del hombre. Por el contrario, y con la reivindicación de Fichte –cuyas obras completas tenía Hitler en su biblioteca, regaladas por la cineasta Leni Riefenstahl–, se insistía en que la dignidad del hombre pasaba por la comunidad, el colectivo basado en la sangre y la tierra. De este modo, el nazismo entroncaba con el romanticismo filosófico y se oponía a la Ilustración (que veían como un invento foráneo, francés e inglés).

Binder, en su obra Fichte y la Nación, escribió este párrafo que haría las delicias de Puigdemont y Junqueras:

No es el sentimiento de poseer un origen común, ni la conciencia de hablar el mismo idioma y de vivir bajo el mismo Estado, sino poseer la conciencia de ser miembro de una comunidad cultural vital construida históricamente, a través de la pertenencia a un pueblo determinado, que se concibe a sí mismo por medio de hechos históricos y no naturales, el participar de determinados valores culturales… [y culmina] el pueblo quizá sea la comunidad de origen, el Estado, la comunidad jurídica y la nación la comunidad cultural.

Y es que no va a ser Nietzsche el teórico del Estado hitleriano, por muchos aspavientos wagnerianos que hicieran los jerarcas nazis, sino Hegel el que les prestaría su idea del Estado para promover una visión organicista, antiindividualista y antiigualitaria de lo que Nietzsche había denominado "el monstruo más frío". Y eso que no conocía la maquinaria estatal nazi.

De hecho, a Nietzsche lo consideraban algunos nazis un "liberal radical del anarquismo". Por el contrario, Hegel pasó a ser considerado el primer pensador que se elevó por encima de la concepción individualista del Estado que estaba representada en Kelsen, el heredero de Kant. Para la concepción hegeliana del Estado que desarrollaron los juristas se pensaba que en el Derecho Penal la comunidad es la que predomina, donde la cualidad de la persona depende de la pertenencia a la comunidad por medio del criterio de sangre y tierra. El Estado es visto bajo la metáfora del organismo, donde los individuos no serían más que células intercambiables. Unos individuos-células cuya conciencia vendría dada por el querer y actuar colectivo-estatal.

Hegel, así, sería el ideólogo de un Estado transpersonalista que, siguiendo su doctrina del Espíritu Absoluto, eliminaría cualquier separación entre sujeto y objeto pero también entre sujeto y Estado, fusionados a través de la comunidad del pueblo. Esta cita también entusiasmaría a Quim Torra:

Así, el auténtico principio real del Derecho, la voluntad vital del pueblo, desde el que se produce su propio Derecho, se erige en Estado y actúa como Estado.

Una máxima que legitima cualquier golpe de Estado en nombre de la "voluntad vital del pueblo", porque "el Estado es un pueblo que, por medio del Derecho, se ha conformado en unidad". Desde este punto de vista de un Estado hegeliano orgánico, ni el Gobierno español, ni el Tribunal Constitucional ni la Constitución tendrían ningún valor para un nacionalista, ya que el Derecho positivo no puede limitar la voluntad del pueblo, que crea su Derecho "de sangre y tierra", superior a cualquier Derecho meramente positivo.

Muchas veces conocer la Historia no sirve de nada, ante las anteojeras ideológicas que nos impiden aprender de ella.

Frente al Estado liberal, al que se le acusa de ser meramente formalista y gestor de la libertad negativa de los ciudadanos, el Estado nazi, hegeliano-orgánico, se basa en la unidad nacional expresada a través de su caudillo. De nuevo, salvando las distancias, toda la retórica nacionalista del "un sol poble" encarnada en el presidente de la Generalitat, que no estaría sometido al principio de legalidad sino únicamente al de nacionalidad, se basa en esta forma de pensar nazi-hegeliana.

También se producen ecos de la manera nazi de pensar en los delirios genéticos y raciales de Junqueras o Pujol. Para la Rechsgenosse, no hay personas en abstracto sino solo en cuanto incorporan el rol social basando en la etnia. Por eso algunos jueces proclives a la causa nacionalista, como Pérez Royo, creen que los jueces no han de guiarse por la legalidad constitucional, sino que han de plasmar el Volkgeist, el Espíritu del Pueblo, de manera que lo expresado en el Parlamento catalán y en las urnas catalanas no ha de someterse el imperio de la Ley, sustituyendo el Estado de Derecho por el Estado del Pueblo. Es decir, el Derecho como expresión no de la racionalidad comunicativa a través de reglas sino como "voluntad vital de la comunidad jurídica".

Otra cita que firmarían los nacionalistas catalanes, en este caso de Larenz en El derecho es la voluntad vital de la comunidad jurídica:

Por ello una auténtica revolución, que sea impulsada por la voluntad general del pueblo, nunca se convertirá, en ningún sentido, en una ruptura jurídica, sino en la eliminación de los fundamentos de validez del viejo orden y en la construcción de lo nuevo, cuya vinculatoriedad o validez ideal ahora se fundamentan en la nueva voluntad general, más las antiguas normas jurídicas siguen formando parte de él.

Por esto no admiten los golpistas catalanistas los procedimientos de cambio que contempla la Constitución española, en cuanto que no se plantean ni siquiera una ruptura sino una deconstrucción absoluta. Pérez Royo habló en su momento de "volar la Constitución". Para el catedrático de Derecho Constitucional, la ley escrita no tendría sino que expresar la conciencia vital del pueblo, sin ninguna cortapisa burguesa, ya que "legislador y juez son órganos por medio de los cuales se realiza la voluntad jurídica de la comunidad".

El Estado de cuño nacional-socialista pretende recoger la fuerza política bruta del pueblo, siendo orgánico y popular. Por el contrario, el Estado de Derecho quiere dejar la política fundamentalmente en la espontaneidad social de las personas, es individualista y liberal. Para el Estado nacionalsocialista lo que determina la esencia del individuo es la sangre, el espíritu, el destino… Para el Estado liberal, por el contrario, lo esencial del individuo es la razón, la comunicación, la libertad… Mientras que para los nacionalsocialistas lo más importante es el Pueblo (de donde se deriva la Comunidad, el Estado y solo en último lugar la Constitución), para los liberales lo primero es la Constitución, donde se establecen los derechos individuales que constituyen límites tanto para el Estado, como para la Comunidad y el Pueblo.

Las conclusiones de Fernández-Crehuet es que la República de Weimar no feneció por ser demasiada blanda, la tesis más extendida, sino todo lo contrario. Para Fernández-Crehuet, más flexibilidad y apaciguamiento por parte de las fuerzas democráticas habría solventado mejor el desafío antidemocrático planteado por ambos extremos políticos, los comunistas y los nacional-socialistas. Por ello critica aspectos de la actual Ley Fundamental de Bonn, como son la representación mínima de los partidos para entrar en el Parlamento, la prohibición del partido comunista y de mecanismos de democracia directa, así como la figura institucional del Tribunal Constitucional como revisor de la legislación y última instancia. Sin embargo, de todo lo acontecido en los últimos años en Alemania y España mi conclusión es la contraria: la Constitución y las leyes españolas deberían ser mucho más contundentes con las políticas que pretenden subvertir el Estado de Derecho y que están sometiendo la democracia constitucional a una tensión que puede acabar con ella. Pero muchas veces conocer la Historia no sirve de nada, ante las anteojeras ideológicas que nos impiden aprender de ella.

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