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Iván Vélez

España frente a Europa

20 años después de su salida a la luz, el trabajo de Gustavo Bueno mantiene todo su vigor y debiera figurar como obra imprescindible.

20 años después de su salida a la luz, el trabajo de Gustavo Bueno mantiene todo su vigor y debiera figurar como obra imprescindible.
Gustavo Bueno | TVE

Dos décadas después de la aparición de España frente a Europa (Alba Editorial, 1999), la Fundación Gustavo Bueno, a través de la editorial Pentalfa, ha iniciado la publicación de las obras completas del filósofo calceatense con una obra en cuya estela podemos situar a una serie de trabajos firmados por miembros, entre ellos quien firma este escrito, de la Escuela de Oviedo. Por lo que respecta a las novedades añadidas a aquella primera edición y a las dos que le sucedieron, cabe destacar la incorporación de algunas notas que el autor dejó manuscritas en el ejemplar que manejó, así como un "Apunte para las solapas" que finalmente no vio la luz.

Como todas las producciones de Gustavo Bueno, España frente a Europa se caracteriza por un desarrollo sistemático que ya aparece en la Introducción, en la que se distingue entre los "problemas de España" y el "problema de España", enunciados que se desarrollan en diferentes planos, pues en el segundo de los casos, el problema adquiere tintes identitarios con profundas repercusiones en el día a día de nuestra nación. El "problema", en suma, tiene una dimensión filosófica, condición que excluye la posibilidad de su encapsulamiento en los ámbitos del dominio de los historiadores, pues tal "problema", por su escala, afecta a la Historia Universal.

En efecto, en el primer capítulo se trata de dar respuesta a la célebre pregunta orteguiana: "¡Dios mío!, ¿qué es España?". A lo largo de la misma, Bueno rechaza las ideas de tintes sustancialistas –teológicas, zoológicas-, analiza las conexiones entre unidad e identidad de España, y aborda el concepto de pensamiento español, dentro del cual juega un papel medular el idioma español, que no castellano.

El segundo capítulo lleva por título una afirmación de difícil digestión para muchos de los que, llevados por sus prejuicios, han tratado burdamente de caricaturizar o adscribir a determinadas corrientes ideológicas a Bueno: "España no es originariamente una nación". El rótulo toma distancia con la España eterna y obliga a establecer una serie secuencial, concatenada, de los conceptos de nación. Así, la nación podrá ser adjetivada como: biológica, étnica, histórica, política y fraccionaria, esta última siempre acompañada de la mentira histórica, como bien saben los españoles que todavía no han sido embrutecidos en las diferentes instituciones adoctrinadoras en el odio a España. Culminada la clasificación, Bueno afirma, sin titubeos, que España, como sociedad política, existe anteriormente a su constitución como Estado nacional, debido a su carácter de totalidad atributiva previa a la redacción de unas constituciones que han desempeñado un papel similar al de la Gramática de Nebrija en relación a nuestro idioma común.

La alusión a la obra de Nebrija –recordemos su "que siempre fue la lengua compañera del imperio"- no es gratuita, pues sirve para adentrarnos en el siguiente capítulo, aquel en el que Bueno, apoyado en un desarrollo histórico de gran erudición, distingue entre los tipos de imperio y en la que emplea un concepto imprescindible para entender el despliegue planetario: ortograma. Es en este tramo del libro donde aparece el par imperio depredador/imperio generador, imprescindible para discriminar, en virtud de su metodología, objetivos y momento histórico, a los distintos imperios que en el mundo han sido y le han dado forma. Un mundo inexplicable si se pretende eludir una realidad, la imperial, que a muchos, cuando apareció el libro, les provocó paulovias reacciones de rechazo. España, al igual que el resto de las naciones hispanoamericanas, es fruto de las transformaciones del Imperio católico español, que se debatió entre el "Por el Imperio hacia Dios" y el "Por Dios hacia el Imperio", opción, esta última, que se abrió paso por la vía de los hechos.

Frente a la idea hispanoamericanista de Bueno, la alternativa europeísta, disolvente en muchos casos, de nuestra soberanía nacional –no han faltado políticos conservadores firmes partidarios de entregar "toneladas de soberanía" a Europa- es criticada por Bueno, que caracteriza a la mitificada Europa como una "biocenosis" de Estados. Firme partidario de fortalecer los lazos con Hispanoamérica, Bueno combate la idea sublime de Europa tan cara para Ortega. Proyecto nunca llevado a cabo históricamente, el sueño de una Europa de los pueblos, verdadero anhelo de las sectas hispanófobas regionales, especialmente aquellas que se autodenominan, sin más matiz, como "de izquierdas", fue impulsado por la Alemania nazi y dio paso, tras su caída, a una alternativa mercantil que supuso un dique frente a la Unión Soviética. Caída esta –recordemos que el libro apareció apenas una década después del derribo del Muro- la unidad europea mostró su carácter utópico y la realidad, como Bueno afirma, de ser una estructura dominada por una "élite políglota", alrededor de la cual gravitan en la actualidad individuos como el sedicioso Puigdemont.

Veinte años después de su salida a la luz, el trabajo de Gustavo Bueno, que se cerró con un repaso por otros frentes –España ante el Islam, ante el protestantismo y el capitalismo, ante el federalismo- mantiene todo su vigor y debiera figurar como obra imprescindible para todos aquellos que pretenden enfrenarse, con razones, a aquellos españoles que, arrastrados por su narcisismo o por su autodesprecio, pretenden liquidar a esa España a la que con tanto patriotismo cantó Miguel Hernández.

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