En algunos de los obituarios dedicados a Little Richard se incluyó una anécdota, al parecer trascendental en el desarrollo de su carrera: el 4 de octubre de 1957, después de un concierto en Sidney, el excéntrico roquero vio cómo una gran bola de fuego cruzaba la noche australiana. El músico interpretó aquella luz roja como una señal con la que Dios le pedía que abandonara su estilo musical y su existencia excesiva y consagrara su vida a predicar la palabra del Señor. Marcado por aquella visión, Richard Wayne Penniman dio un giro a su carrera. A partir de entonces, convertido en ministro pentecostal, la imagen de Little Richard subido a un escenario acompañado por una biblia fue frecuente. Sin embargo, nada había de divino en aquella visión littlerichardiana. Antes al contrario, quienes trazaron aquella parábola rojiza eran precisamente los cultivadores del ateísmo científico. La esfera metálica tenía incluso un nombre. Se trataba del Sputnik 1, primer satélite artificial de la historia, lanzado por los soviéticos.