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Iván Vélez

La rosaleda memoriohistoricista

Mucho nos tememos que entre los lectores de 'Arderéis como en el 36' no se contarán los miembros del Consejo de Ministros.

Mucho nos tememos que entre los lectores de 'Arderéis como en el 36' no se contarán los miembros del Consejo de Ministros.
Sasuka-Pixabay

Fiel a su cita anual, Pedro Sánchez Pérez-Castejón lanzó este trino en la red Twitter:

Desposeídas de sus apellidos por motivos tan formales como propagandísticos, Adelina, Carmen, Virtudes… se mueven entre lo familiar y lo simbólico, pues, a decir del doctor que pernocta en la Moncloa, la defensa de la justicia y la libertad fueron lo que condujo a las inocentes muchachas a una suerte de martirologio laico. Inserto en una estrategia, acaso diseñada por Redondo, el mensaje de Pedro Sánchez estuvo acompañado en ese reñidero por algunos de sus más destacados palmeros. Propios como la lacrimógena Lastra o el desabrido Ábalos, pero también socios de coalición, con Iglesias y Montero a la cabeza, secundaron a Sánchez en su ardoroso antifranquismo postmortem. El filón maniqueo abierto por ZP, que abismó a un Partido Popular que, preso de sus complejos, no se atrevió a sellarlo, sigue dando buenos réditos en una sociedad, la española, capaz de seguir polarizada por hechos ocurridos hace más de ocho décadas en un contexto histórico que poco o nada tiene que ver con el actual.

La identificación con personajes y causas del pasado es algo muy común. En el caso que nos ocupa, ello viene facilitado por el hecho de que las jóvenes citadas pertenecían a la Juventud Socialista Unificada (JSU), organización política que cristalizó el 1 de abril de 1936, cuando se produjo la unión de la Juventud Socialista y la Juventud Comunista, cuya cúpula directiva estaba compuesta por Santiago Carrillo, Trifón Medrano y Fernando Claudín. Los objetivos fundacionales de la JSU eran nítidos: educar a las nuevas generaciones en el espíritu de los principios del marxismo-leninismo. La convergencia histórica de socialistas y comunistas ofrece, por lo tanto, una magnífica oportunidad a los miembros del PSOE y de Unidas Podemos, que forman parte del actual Gobierno, para recordar a quienes son tenidas por compañeras o camaradas.

Sin embargo, la identificación con las consideradas víctimas del franquismo, pues no en vano fueron ejecutadas meses después del victorioso 1 de abril de 1939, en el que el bando alzado alcanzó sus últimos objetivos militares, exige, a nuestro juicio, un excesivo ejercicio de contorsionismo. Si, como dice Sánchez, las 13 rosas, imagen identificativa de un PSOE que hace tiempo se deshizo del puño con el que agarraba la flor en su logotipo, luchaban por la democracia, cabe preguntarse qué semejanzas existen entre la democracia a la que las chicas aspiraban y la que hoy gobierna un presidente que, apenas unas horas antes, había pronunciado estas palabras: "El Gobierno que yo presido considera plenamente vigente el pacto constitucional". Un pacto en el que la Monarquía ocupa un papel central.

Convertida en fecha de obligado recuerdo, es precisamente esta condición recordatoria, es decir, no histórica, lo que permite a Sánchez la fantasiosa revocación de una condena, pues las fusiladas lo fueron después de la celebración de un juicio ante un tribunal. Juan Pflüger, en su reciente Arderéis como en el 36 (SND Editores, 2020), dedica a este episodio unas páginas en las cuales la candorosa imagen ofrecida por el Gobierno y sus terminales mediáticas queda seriamente comprometida. En ellas, Ana es Ana López Gallego y resulta ser la responsable de la rama femenina de las JSU. Ana había tenido una destacada participación en la organización de un atentado frustrado que debía realizarse durante el Desfile de la Victoria. Sus potenciales víctimas eran los espectadores de la exhibición marcial. Ana tenía como misión el transporte del explosivo, empleando para ello a rosas de entre 15 y 17 años.

En el libro de Pflüger, la rosa Joaquina también aparece acompañada por sus apellidos. Joaquina López Laffite fue secretaria del Comité Provincial de las JSU. En su domicilio se organizaban reuniones en las que se tejió una red preparada para utilizar a jóvenes comunistas que, empleando sus encantos, debían intimar con falangistas y sacarles información para señalar a posibles víctimas. Una metodología que recuerda aquella que Dolores Delgado calificó de "éxito asegurado".

En definitiva, la rosaleda conmemorada anualmente formaba parte de una estructura, la de la JSU, que, tal y como se recoge en los archivos del PCE, controlaba cinco checas madrileñas, en las que se cometieron cientos de asesinatos. Pflüger es concluyente:

Quienes las presentan como garantes de la democracia [Sánchez entre ellos, añadiríamos nosotros] suelen olvidar, entre otros, este detalle: a ellas se les juzgó, pero ellas participaron en una organización que asesinó sin juicio a miles de personas y que, en el momento de ser detenidas, se había convertido en un grupo terrorista dirigido por José Pena, Severino Rodríguez y Federico Bascuñana.

Mucho nos tememos que entre los lectores de Arderéis como en el 36 no se hallen los miembros de un Consejo de Ministros que, de acceder accidentalmente a la obra de Pflüger, probablemente procedería a un previsible encapsulamiento del autor y, por ende, de la obra citada. Sin embargo, en el libro aparecen numerosos y documentados crímenes cometidos contra españoles de aquel convulso tiempo en el que no se luchaba por democracias homologables con la actual. Un tiempo en el que, por sus creencias, fueron asesinadas mujeres cuyo recuerdo está vedado en el vergel ideológico en el que Sánchez e Iglesias cultivan sus mitos.

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