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Amando de Miguel

Autopresentación de ‘Una Vox’

Este libro me va a traer no pocos resquemores por parte de ciertos colegas.

Santiago Abascal, en Vistalegre. | David Alonso Rincón

Para ser sincero, siempre me parecieron más interesantes las Cartas marruecas de Cadalso que las Cartas persas de Montesquieu. Lo que tienen de común ambos libros es el ingenio para desvelar un nuevo género literario, entre la crítica y el humor, con una técnica de distanciamiento. Yo no he hecho más que continuar tan estimulante precedente en mi último libro: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Lo prologa Santiago Abascal (el caballerito de Amurrio) y lo epiloga Jesús Laínz (el polígrafo montañés), dos magníficos ejemplares de la raza. El libro es más bien una humorada en forma de ficción, una modalidad que he practicado algunas veces, más por pasatiempo que por interés profesional. Si bien se mira, soy un novelista frustrado o irresoluto.

En este último libro, mi labor solo ha sido la de recopilación de las cartas del embajador de Botsuana en Madrid, Ñame Busdongo, dirigidas a su cuñado. Los originales me los proporcionó su mujer, Mildred Trujillo, a quien conocí hace años en un curso que di en la Universidad de Texas, en San Antonio. Mildred es una cuarterona de Venezuela, "de rompe y rasga", que diríamos en madrileño. Ha recobrado sus raíces españolas y las ha encontrado en Vox.

El libro me va a traer no pocos resquemores por parte de ciertos colegas. Al menos, algunos lectores supondrán que las opiniones de Mildred y de Ñame son las mías. Cierto que coincido con ellas en su visión radical de la política española, pero me maravilla en la pareja la frescura y la ingenuidad de los conversos. En cambio, yo me siento un vejote verecundo con más conchas que un galápago, de vuelta de todo sin haber llegado a ninguna parte.

Ya sé que algunos lectores, incluso los fieles que me siguen en la prensa digital, pensarán que este libro es mi canto del cisne. Siento defraudarles, pues el confinamiento de seis meses de pandemia ha precipitado otros dos libros, actualmente en el taller, de forma manuscrita. De momento, son más bien dos palimpsestos, que mis herederos tendrán que descifrar algún día. Toda mi obra la he escrito a mano, solo que la letranga se hace cada vez más ilegible.

Vuelvo a la asombrosa ingenuidad de mi amigo Ñame. Me pidió que le sacara de la biblioteca de mi Facultad de Ciencias Políticas y Sociología alguna tesis doctoral o trabajo similar que se hubiera hecho sobre Vox. Sentí defraudarle. Le expliqué que en España no es infrecuente que la tesis doctoral la haga de encargo remunerado lo que en inglés dicen ghost writer. Aquí le damos el apelativo cariñoso de negro. El hombre se rió con todos sus marfileños dientes, y eso que ya está acostumbrado a las varias acepciones que damos en castellano a la palabra negro. Le animé a que se matriculara en el doctorado de mi facultad y que redactara una tesis sobre la significación de Vox en la política española. Creo que va a seguir mi consejo en cuanto deje la embajada y adquiera la nacionalidad española. De momento, le ha salido un buen trabajo: traducir al inglés el libro de aforismos del colombiano Nicolás Gómez Dávila, Escolios para un texto implícito. Mildred (quien trató mucho al autor, Colacho, amigo de su padre) considera que ese vademécum viene a ser la sustancia de las ideas que se asignan a un partido como Vox. Me parece una presunción un tanto arriesgada, pero la imaginación de los Busdongo me supera. Debe de ser algo así como el fenómeno literario de la venganza de la ficción, que ha sido tan estudiado. Vamos, que mis personajes cobran vida; sus tribulaciones las hago mías.

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