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Santiago Navajas

El 'Glossarium' de Schmitt, jurista de Hitler

Schmitt era un hombre incandescente habitando una casa en llamas.

Schmitt era un hombre incandescente habitando una casa en llamas.
El Paseo

En 1962 se celebró un homenaje de personalidades e intelectuales franquistas, de Serrano Súñer a Manuel Fraga, a Carl Schmitt, el jurista por antonomasia de Hitler. Sumido en un proceso de desnazificación que lo tenía sumido en las tinieblas del oprobio, incluso más que Heidegger y a años luz de Jünger (que siempre supo nadar y guardar la ropa, por muy revoltosos que viniesen los torrentes de acero), Schmitt consideraba que la España de Franco era el "último asilo del pensamiento europeo en un tiempo de suicidio europeo". La reserva espiritual de Occidente, que se decía por aquí.

Se acaba de publicar de Schmitt Glossarium, sus notas privadas previas a dicho encuentro; "Anotaciones desde 1947 hasta 1958", un monumento filosófico, una obra maestra literaria, un prodigio de diario intelectual, un testimonio volcánico. Viejo pero combativo, exiliado interior y rencoroso, derrotado total pero como Sísifo incansable, Schmitt no se arredra y subido a la chepa de sus gigantes favoritos, de Thomas Hobbes a Donoso Cortés, sigue clamando, católico infernal:

¿No está implícita la enemistad en la esencia del hombre?

Con una edición soberbia por parte la editorial El Paseo y una potente traducción de Fernando González Viñas (especialmente trabajada, dado que jalonan el texto original en alemán innumerables citas en otros idiomas, del latín al francés pasando por el inglés, muchas de ellas incorrectas, siendo repuestas en su fidedigna originalidad por Gónzalez Viñas), las seiscientas páginas del torrente schmittiano de reflexiones, puñaladas traperas, vómitos íntimos (su antisemitismo fue redoblado al ser juzgado por judíos vueltos a Alemania) y panorámicas olímpicas desde las alturas del Ser se complementan con un apéndice gráfico en el que vemos cómo Schmitt recortaba artículos, viñetas y noticias, sobre todo del Frankfurter Allgemeine Zeitung, para pegarlos en sus cuadernos y anotarlos en los márgenes. También el imprescindible en estos casos índice onomástico, en el que destacan Bruno Bauer, Juan Donoso Cortés, Goethe, Hegel, Heidegger, Hitler, Hobbes, Jesucristo, Jünger, Kierkegaard, Nietzsche y Schiller. Absténgase el que no sea capaz de sumergirse en un baño de lava, porque Schmitt era un hombre incandescente habitando una casa en llamas.

En el siglo XXI, Schmitt es, quién lo diría, un pensador al que hay que volver urgentemente. Sumidos en un proceso de emergencia de dictaduras postotalitarias, al estilo de la China de Xi Jinping y la Rusia de Putin, de debacle de las nacientes democracias hispanoamericanas en los agujeros negros del populismo de ultraizquierda y de degradación de las democracias liberales a cargo de instituciones burocráticas y tecnócratas que sobrevuelan el Estado de Derecho como superhéroes aclamados por las masas, las tesis de Schmitt acerca de la soberanía basada en la voluntad de un dictador tienen más relevancia que nunca. Veta intelectual en la obra de pensadores tan alejados como Friedrich Hayek y Giorgio Agamben que se sentirían reconocidos en profecías como esta:

Se ha alcanzado el punto en el que este mundo dinámico aniquile sin remisión al antiguo y la libre capacidad creadora abarque por completo a la naturaleza, añadiendo también la naturaleza física y psíquica de los humanos. Este es el problema de la totalidad, la obligación de una planificación absoluta, ese poder absoluto de los humanos, ese rechazo completo a los postulados naturales.

Schmitt ansiaba un encuentro con Franco, el astuto dictador que había sobrevivido a fuerza de pragmatismo y conservadurismo a los hiperbólicos neuróticos que eran Hitler y Mussolini, pero nunca se produjo, quizás porque el militar gallego desconfiaba de los intelectuales, seres veleidosos y narcisistas como pocos. Por ejemplo, Tierno Galván, que admiraba a Schmitt (aparece en dos ocasiones en Glossarium, en una ocasión como traductor de la Canción del sesentón del propio Schmitt) y con el que se carteaba hasta que asumió que para convertirse en alcalde progre y cool de drogadictos, cantautores y otras malas compañías no le convenía que lo viesen próximo al cínico, brillante, resentido, lúcido y antisemita teórico del Tercer Reich ("Una vez más: hay que permanecer incomprensible para los enemigos. Pero, comprendiéndolos, me convierto en ellos; ¿o ellos en mí?").

Antes me referí al poema que escribió en su sesenta cumpleaños, cuya primera estrofa canta:

He experimentado la escabechina del destino/ victoria y derrota, revoluciones y restauraciones,/ inflaciones y deflaciones, bombardeos y/ difamaciones, cambios de régimen y de cañerías,/ hambre y frío,/ internamiento y soledad./ He pasado por todo ello,/ y todo ha pasado por mí.

No será un meteorito el que ponga en peligro la civilización occidental, sino otra escabechina de revoluciones y restauraciones, inflaciones y deflaciones, etc. Siendo Schmitt el mejor Virgilio para transitar por el Infierno que se abre ante nosotros, todavía felices e inconscientes ante el olvido de que los enemigos siguen ahí fuera, cuando dejemos de ser "eunucos que necesitan licencia" y volvamos a ser "partisanos del espíritu del mundo".


Carl Schmitt, Glossarium. Anotaciones desde 1947 hasta 1958. Editorial El Paseo, 2021. Edición y notas: Gerd Geisler y Martin Tielke. Edición española y notas adicionales: David González Romero. Traducción: Fernando González Viñas.

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