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Santiago Navajas

El libro que quiere quemar la 'Inqueersición'

Nuestra solidaridad con los profesores José Errasti y Marino Pérez, víctimas de la intolerancia transtotalitaria, no impide que seamos críticos con un libro fallido.

Nuestra solidaridad con los profesores José Errasti y Marino Pérez, víctimas de la intolerancia transtotalitaria, no impide que seamos críticos con un libro fallido.
Deusto

Antes de nada, procede manifestar nuestra solidaridad con los profesores José Errasti y Marino Pérez por la violencia que han desatado sectarios de organizaciones LGTBI contra ellos a raíz de la presentación por toda España de su libro Nadie nace en un cuerpo equivocado. Los ataques de los transtotalitarios vienen a dar la razón a los autores del libro en cuanto al dogmatismo de cierto feminismo queer que organiza, promueve y alienta los escraches contra este libro. Lo que denominan La Santa Inqueersición.

Pero nuestra solidaridad no impide que seamos críticos con un libro fundamentalmente fallido. Leer a Errasti y Pérez contra Butler y Preciado, dos referentes del feminismo queer (un término inglés para referirse a algo raro, extraño, anómalo) es como retrotraerse a las polémicas entre trotskistas y estalinistas sobre cuál era la corriente auténtica del marxismo-leninismo. Si uno no era comunista, las argumentaciones parecían entre equivocadas y absurdas, cuando no completamente delirantes. Algo semejante sucede con esta pelea académica y callejera dentro del feminismo de izquierdas.

La tesis principal que sostienen estos profesores de psicología es que el feminismo queer vinculado a la extrema izquierda política es producto del, atención, ¡neoliberalismo! Ya sabe, en el Matrix ideológico de izquierda el cliché neoliberal sirve lo mismo para demonizar a Elon Musk que para protestar contra el turismo de sol y playa. Para Errasti y Pérez, son el "salvaje" individualismo y la doctrina liberal de la autonomía de las personas lo que ha llevado a una especie de solipsismo de la identidad, en el cual cada cual se puede autodefinir como prefiera, sin relación con la realidad física ni los vínculos sociales.

De entrada cabe oponerse a la idea de que la sociedad es el conjunto de individuos, y defender que la sociedad es el conjunto de relaciones entre individuos.

Esta visión colectivista que prioriza el conjunto sobre los elementos, y que reduce a los seres humanos a un haz de relaciones sociales (de clase en el marxismo clase, de múltiples identidades racial-sexuales en el socialismo posmoderno), es clave en esta discusión entre iliberales que conforma el enfrentamiento entre feministas socialistas clásicos –entre los que se encuentra la autora del prólogo, la filósofa vinculada al PSOE Amelia Valcárcel– y feministas queer –que dominan el Ministerio de Igualdad–.

Los autores se incluyen de este modo en un feminismo socialista de corte colectivista y antiindividualista según lo cual el fundamento de la sociedad no son los individuos sino las relaciones. Tener que elegir entre el feminismo queer de Irene Montero o el femisocialismo de Carmen Calvo, las dos políticas más relevantes de cada posición, no sólo es una falacia de falso dilema sino que oscurece, en primer lugar, la alternativa del feminismo liberal, que silencian Errasti y Pérez, y malinterpreta el feminismo queer que critica.

El núcleo filosófico del libro se encuentra en la página 148:

Butler malentiende el aforismo "no se hace mujer, se llega a serlo", desbarata la base fenomenológica de la que parecía partir y desperdicia la perspectiva fenomenológica existencial que se abre con Simone de Beauvoir.

Para comprender el sustrato ideológico del libro tenemos que retrotraernos, como decía, a las eternas disputas escolásticas dentro del marxismo acerca de quién interpretaba correctamente a Marx y a Lenin: ¿los estalinistas, los maoístas, los trotskistas, la Escuela de Frankfurt, Althusser, Sartre? Ahora en lugar de debatir sobre lo-que-realmente-dijo Marx, o Lenin, tenemos una discusión bizantina sobre el verdadero significado de no-se-hace-mujer-se-llega-a-serlo, todo ello salpimentado con jerga fenomenológica y acusaciones de neoliberalismo vergonzante o transfobia vergonzosa. De hecho, aunque los propios socialistas han hecho todo lo posible para olvidarlo, en la dialéctica materialista que de Engels a Stalin y Mao, pasando por Lenin, dominó el paradigma académico izquierdista, y que también influyó en Simone de Beauvoir, el darwinismo se consideraba burgués y capitalista, por lo que la definición de mujer según parámetros biológicos era considerado por la izquierda ideología alienante y cosificadora.

¿Quiénes resultan más beauvoireanos, Errasti y Pérez o Butler y Preciado? Ambos grupos se lanzan acusaciones ad hominem que tienen más que ver con el dominio de un campo semántico y el presupuesto del tinglado institucional de género que con la discusión filosófica relevante. Aunque, ya que estamos, si tuviera que asumir los postulados de Simone de Beauvoir tendría que concluir que quienes han continuado su legado con mayor coherencia son los del grupo queer.

Errasti y Pérez asumen el paradigma fenomenológico existencialista según el cual el ser humano no tiene esencia sino existencia. Desde este punto de vista radicalmente antiesencialista no es posible poner límites desde fuera de la autenticidad del ser-propio al proyecto vital que uno establezca. No hay ser que limite al querer ser.

El doble fallo de Errasti y Pérez es, por un lado, no querer reconocer la radicalidad de la propuesta fenomenológica existencialista, que conduce necesariamente a la performatividad ilimitada de Butler y Preciado, mientras que en sentido contrario rechaza la alternativa del feminismo liberal, que, desde Stuart Mill a María Blanco, pasando por Clara Campoamor, pone el acento en la mujer de carne y hueso, no en los constructos fenomenológicos e idealistas habituales en la tradición existencialista, de manera que configura un humanismo que sitúa la libertad de elección real de las mujeres sin paternalismos condescendientes.

La falta de coraje intelectual de Errasti y Pérez para denunciar el mantra voluntarista de Simone de Beauvoir, que inteligentemente Judit Butler transforma en una performatividad artística que conecta con el psicoanálisis lacaniano y la filosofía del arte duchampiana, les impide asumir la evidencia de que la mujer nace y se hace en una dialéctica que relaciona la biología con la cultura, los condicionantes genéticos y hormonales con los sociales e institucionales, todo ello combinado dentro de un paradigma antropológico que reconozca el libre albedrío de la voluntad y la superioridad epistemológica de la razón. Es decir, la Ilustración que conecta con John Locke y John Stuart Mill, adalides del feminismo desde una perspectiva liberal.

A pesar de esa falla fundamental del planteamiento de Errasti y Pérez, lastrados por la dogmática feminista que idolatra a Simone de Beauvoir, una totalitaria tanto en lo político como una nihilista en lo feminista, el libro es valioso y merece mucho la pena su lectura. En primer lugar, porque da datos básicos sobre biología del sexo en una época como la actual, en la que Charles Darwin tendría más problemas con la tribu LGTBI queer que con las iglesias cristianas del siglo XIX. También porque desmantela gran parte de la narrativa hegemónica sobre el sexo y esa cosa llamada género (una mala traducción del inglés gender) que prolifera en talleres de adoctrinamiento para adolescentes en institutos y post adolescentes en la universidad (dado que la categoría de adultos está en trance de desaparecer por el infantilismo creciente en la sociedad). También porque ofrece un buen resumen, aunque sesgado y en ocasiones falaz, de la filosofía queer. Igualmente, por la advertencia sobre la Inqueersición al final del libro, que se ha cumplido punto por punto. Por último, aunque inadvertida e inconscientemente, porque contribuye a cavar la fosa para la superficial y obsoleta formulación hipersubjetiva que hizo Simone de Beauvoir sobre el feminismo, condenando a las mujeres a la relativización y banalización de su propia identidad.

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