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Regino García-Badell

La atracción (¿fatal?) del 1 de octubre

A los que nos interesa la Historia de España, esa fecha nos evoca un momento clave de la Guerra Civil, que merece la pena recordarse.

Franco, con el general Mola a su derecha | Alamy

No sé si los independentistas catalanes pensaron mucho a la hora de elegir el 1 de octubre para celebrar –o no- ese referéndum que, según ellos, va a conducirles no sólo a la independencia, sino a la felicidad individual y colectiva.

Pero a los que nos interesa la Historia de España (no la memoria histórica, ese oxímoron que ya se sabe que sólo es una simple cachiporra con la que los antifranquistas retrospectivos sacuden el cogote de cualquier persona que consideran que no es de izquierdas), esa fecha nos evoca un momento clave de la Guerra Civil, que merece la pena recordarse: el 1 de octubre de 1936.

A la altura de ese día los que se habían levantado el 18 de julio ya sabían que su golpe de Estado, es decir, su intento de hacerse con el poder, había fracasado. Al mismo tiempo, las autoridades del gobierno republicano del Frente Popular también sabían que su respuesta al golpe de Estado también había fracasado. De manera que los dos bandos contendientes compartían la certeza de que su doble fracaso había desembocado en una guerra civil y que se imponía arbitrar políticas apropiadas a esa situación bélica.

Dejemos a un lado las medidas militares que fueron tomando y fijémonos en las políticas. Tanto para la República como para los insurrectos era fundamental dar la sensación, ante los ciudadanos españoles y ante la comunidad internacional, de que ellos representaban de forma unívoca al Estado Español, fuera lo que fuera lo que eso significaba.

La República quería dar una imagen de cierta normalidad institucional para intentar demostrar que en España, aunque hubiera algunos enfrentamientos militares, seguían funcionando las Instituciones propias de una democracia. Y una de esas Instituciones esenciales era el Congreso de los Diputados, que, según el artículo 58 de la Constitución de 1931 tenía que reunirse, incluso sin convocatoria previa, el primer día hábil de los meses de febrero y de octubre de cada año para iniciar el periodo de sesiones parlamentarias. Por lo tanto, como el Congreso de los Diputados estaba de vacaciones parlamentarias desde el 10 de julio, si se quería dar sensación de normalidad, el 1 de octubre había que reunir a las Cortes. Por cierto, que, hasta el final de la Guerra, la República se esforzó por mantener esa ficción de normalidad y las únicas veces que se volvieron a reunir las Cortes fueron, precisamente, el 1 de febrero de 1937 en el Ayuntamiento de Valencia, el 1 de octubre de 1937 en la Lonja de Valencia, el 1 de febrero de 1938 en el Monasterio de Montserrat, el1 de octubre de 1938 en Sabadell y, por último, en febrero de 1939, en el Castillo de Figueras.

Por este afán de dar la sensación de normalidad institucional el 1 de octubre del 36, y bajo la presidencia de su Presidente, Diego Martínez Barrio, se celebró un Pleno Ordinario en el edificio de la Carrera de San Jerónimo al que asistieron los diputados que aún estaban en Madrid. Un pleno formalmente ordinario que, por razones evidentes, no pudo ser más extraordinario. No es fácil saber cuántos, de los 473 que componían aquellas Cortes, asistieron, porque el diario de Sesiones sólo publicó un extracto de la sesión, y los autores que han tratado el asunto no dan una cifra concluyente, pero no debieron pasar de doscientos, entre los que, por cierto, hubo algunos –muy pocos- de partidos de derechas. En las tribunas estaban algunos representantes del Cuerpo Diplomático, pero tampoco es fácil saber quiénes eran y de qué países; sí que estaba Marcel Rosenberg, el recién llegado embajador de la Unión Soviética, que, por cierto, fue ovacionado por los diputados.

En esta Sesión se trataron algunos asuntos de trámite, al tiempo que se tomaba conocimiento de diversas comunicaciones de la Presidencia del Consejo de Ministros para dar cuenta, entre otras, de la dimisión y formación de todos los gobiernos que la República había tenido desde el 17 de julio anterior: el de Casares Quiroga, el de Martínez Barrio, el de Giral y, por último, el de Largo Caballero.

Terminados los asuntos de trámite, el Presidente del Congreso, Martínez Barrio, dirigió unas breves y vibrantes palabras en las que, además de saludar a las fuerzas de mar y tierra que estaban luchando en defensa de la República, insistió en demostrar al Mundo la legitimidad democrática de las Instituciones republicanas.

A continuación, y para cumplir con un trámite constitucional, tomó la palabra Largo Caballero para presentar ante las Cortes el Gobierno que había formado el 4 de septiembre. En un discurso corto explicó cómo había formado ese gobierno en el que estaban desde los nacionalistas vascos (ahora veremos por qué) hasta los comunistas, pero en el que faltaban los anarquistas de la CNT, a los que Largo se refirió eufemísticamente como "un sector proletario de importancia en nuestro país". Para explicar esa ausencia, "el Lenin español" dijo que "organismos superiores rectificaron después el acuerdo" (al que él había llegado con los anarquistas), lo que, traducido al román paladino, quería decir que el presidente Azaña, visceral enemigo de los cenetistas, se había negado a aceptar su presencia en el Gobierno. Negativa que le duró muy poco porque escasas semanas después, el 4 de noviembre, con el gobierno abandonando Madrid camino de Valencia, terminó por aceptar la entrada de tres ministros anarquistas. El discurso de Largo, como era de suponer, hizo hincapié en la necesidad de alcanzar la victoria y, muy importante, de que, una vez lograda, se haga "realidad el artículo 1 de la Constitución, que dice que España es una república de trabajadores de todas clases". Terminó con un "¡Viva la República!" y fue fuertemente ovacionado mientras algunos diputados gritaban "¡Viva Rusia!".

Tras la intervención del presidente del Consejo de Ministros intervinieron siete diputados, entre los que estuvo el vasco José Antonio Aguirre con un discurso en el que hizo curiosos malabares para conciliar su apoyo a Largo Caballero y la participación del PNV en un gobierno de socialistas y comunistas con el carácter confesional católico de su partido. Esa intervención se produjo cuando ya las tropas levantadas el 18 de julio habían conquistado toda Guipúzcoa y después de que el PNV de Navarra y el de Álava hubieran mostrado su adhesión al levantamiento militar; es decir, en unos momentos en que sólo la provincia de Vizcaya estaba bajo control republicano. Y se produjo porque los nacionalistas ya habían pactado con el gobierno de Largo la aprobación, por el trámite de urgencia, del Estatuto de Autonomía. El dictamen preceptivo sobre ese Estatuto había quedado aparcado en el Congreso al iniciarse las vacaciones parlamentarias en julio, pero la voluntad política de añadir a los nacionalistas al gobierno de Largo hizo que, en esa Sesión del 1 de octubre, el presidente de las Cortes preguntara si se podía declarar de urgencia la aprobación de ese dictamen, a lo que, por supuesto, asintieron los asistentes. Leído el dictamen, se aprobó por asentimiento el Estatuto Vasco, que fue recibido por la señora Ibarruri con el grito de "¡Viva el Estatuto Vasco!", coreado por los presentes.

Poco después se levantó esa Sesión que sólo duró una hora y veinte minutos, pero que había pretendido expresar y recordar ante el Mundo (en el extracto siempre que aparece esta palabra lo hace con mayúscula) que la República era la depositaria de la legitimidad democrática e institucional del Estado Español.

De manera curiosamente simultánea, los alzados se enfrentaban a un problema similar, el de expresar, ante los españoles en primer lugar y ante el mundo (ahora ya sin mayúscula) en general, qué eran, qué representaban, qué pretendían. Porque hay que partir del hecho de que su golpe de estado había fracasado y había desembocado en una guerra civil.

El fracaso de facto del golpe del 18 de julio hizo que el mismo 24 de julio se constituyera en Burgos una Junta de Defensa Nacional, formada por los generales Cabanellas, Saliquet, Mola, Dávila y Ponte y los coroneles Montaner y Moreno Calderón, que no estaba claro qué era pero que proclamaba que había asumido todos los poderes del Estado. A esta Junta se unió Franco el 4 de agosto.

Esta Junta no tenía nada claras cuáles eran sus funciones, como tampoco quién era el líder y, sobre todo, no expresaba con nitidez cuáles eran los objetivos últimos de la insurrección, convertida ya en pura y dura guerra civil. Porque hay que tener en cuenta que entre los militares sublevados los había, como Kindelán, Orgaz o Saliquet, que querían restaurar en el trono a Alfonso XIII; o como Varela, que era carlista; o como Cabanellas -masón reconocido- y Queipo de Llano, que eran republicanos acreditados.

Para solventar todos esas indefiniciones la Junta convocó dos reuniones en los barracones de un aeródromo cerca de Salamanca los días 21 y 28 de septiembre. El 21, los reunidos decidieron casi por unanimidad (se abstuvo Cabanellas) que el mando único debía recaer en Franco. En esa decisión influyó el hecho de que el ejército de África, a su mando, había llevado a cabo una campaña triunfal, y desde Sevilla había llegado, en apenas dos meses, a Maqueda, a las puertas de Madrid, y que, además, era el que había contactado con Hitler y con Mussolini para encontrar ayuda.

El día 28 los reunidos tomaron decisiones acerca de la estructura política que tenía que tener la España que iban conquistando. Se ha escrito mucho acerca de los tiras y aflojas de aquella reunión y de las intrigas que movieron unos y otros antes de redactar el Decreto de la Junta de Defensa Nacional –parece que Nicolás Franco, el hermano mayor del general, tuvo mucho que ver en la redacción final-, pero el resultado fue que, al mando militar que le habían otorgado el día 21, se unió el mando político del movimiento al proclamar "Jefe del Gobierno del Estado Españolal Excmo. Sr. General de División D. Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado", según apareció en el Boletín Oficial de esa Junta el 30 de septiembre, fechado en Burgos.

En el escueto articulado de ese Decreto hay una referencia expresa a que "se hará la oportuna comunicación a los gobiernos extranjeros", lo que incide en la preocupación compartida en esos momentos por las dos Españas por ser reconocidas internacionalmente.

No es baladí la expresión "Estado Español", que fue la forma elegida para esquivar la pregunta que entonces se hacían muchos dentro y fuera de España sobre qué régimen querían instaurar o restaurar los sublevados, si monarquía, república o qué. Los que, en nuestros últimos tiempos, han utilizado y utilizan la misma expresión para evitar la para ellos nefanda palabra "España" probablemente no han sabido nunca que estaban y están utilizando un término inequívocamente franquista.

Al día siguiente a la publicación en el Boletín de ese trascendental Decreto, en el Salón del Trono de la Capitanía General de Burgos, tuvo lugar, casi a la misma hora que en Madrid se estaba celebrando la Sesión de las Cortes antes narrada, la proclamación de Franco como Jefe de Estado. Y se puede decir así porque el general Cabanellas, al entregarle el mando, ya se dirigió a él con ese título. De más es decir que en el acto estuvieron presentes representantes de la Alemania nazi, de la Italia fascista y del Portugal de Salazar.

Franco, en las cortas palabras que allí pronunció, dijo eso de que "ponéis en mis manos España y yo os aseguro que mi pulso no temblará", expresión que después repetiría múltiples veces.

Franco, que desde el día 28 sabía que iba a acumular todos los poderes del Estado, demostró una especial habilidad para la comunicación y la propaganda al trasladarse el día 30 al Toledo recién liberado por sus tropas para encontrarse con el coronel Moscardó y los demás sitiados del Alcázar y para ser allí profusamente fotografiado. Hay que tener en cuenta que el asedio del Alcázar se había convertido en una noticia de alcance mundial y que Franco había tomado la discutible decisión, desde el punto de vista estrictamente militar, de desviar a sus tropas, que iban directas a tomar Madrid, para liberar a los sitiados en Toledo. Las fotos de Franco en el Alcázar en ruinas pero liberado fueron publicadas en medio mundo, justo el día en que, en Burgos, era exaltado a la Jefatura del Estado.

El Primero de Octubre, en recuerdo de esa exaltación, fue festivo durante los años que duró su régimen. El último de esos Primeros de Octubre, el de 1975, se celebró en la Plaza de Oriente una manifestación de adhesión a Franco ante la unánime repulsa internacional que habían provocado las ejecuciones de dos etarras y tres miembros del FRAP el 27 de septiembre anterior. Y mientras se estaba celebrando esa manifestación, ante la que habló por última vez en público un Franco que ya estaba muy gravemente enfermo, hizo su aparición en el panorama político español el GRAPO. Hoy no hay mucha gente que sepa que esas siglas corresponden a "Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre" porque fue precisamente ese mismo día cuando asesinaron en Madrid a cuatro policías armados, a la hora de la manifestación franquista.

No sé cuánto de todo esto han tenido en cuenta los independentistas catalanes al elegir esa fecha para su referéndum, pero no deja de ser curioso que esa fecha esté marcada por acontecimientos tan importantes y significativos como los que aquí se han recordado.

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