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Santiago Navajas

¿Violencia? ¿Qué violencia?

Solo desde la experiencia propia podrán comprender los tullidos conceptuales alemanes la amenaza nacionalista.

Solo desde la experiencia propia podrán comprender los tullidos conceptuales alemanes la amenaza nacionalista.
La ministra de Justicia federal, Katarina Barley | Cordon Press

En Canarias, un jurado popular ha condenado a un hombre que mató en defensa propia a un atracador que, enmascarado y armado con un palo y una pistola, entró en su casa para robar y estaba torturando a su mujer. En Alemania, un juez ha liberado a un golpista catalán que ha llevado al país que gobernaba al borde de la guerra civil. El jurado canario argumenta que el hombre debería haber intentado otras opciones contra el asaltante de su hogar. El juez alemán sostiene que la violencia empleada por los golpistas no era suficientemente fuerte como para poner en peligro las instituciones democráticas españolas.

Si esto fuera un capítulo de Black Mirror, todos los miembros del jurado canario se verían sometidos al asalto brutal de sus casas para comprobar cómo hubiesen reaccionado en una situación similar a la del hombre al que han condenado. Y el juez alemán, así como la ministra socialista de Justicia que lo ha apoyado, vivirían una situación de insurrección popular en Baviera, semejante a la de Cataluña, para testar cómo respondería el Estado alemán cuando el Gobierno de una de sus regiones plantease la independencia de facto destrozando coches de la Bundespolizei, atacando las sedes de los partidos federales y acosando a los bávaros leales a Alemania, a la República y a su Constitución.

Los movimientos de liberación nacional (terrorismo, golpismo) tienen un aire romántico. Así como los sicarios cuando proclaman que son "víctimas de la sociedad". El romanticismo coloca la sentimentalidad por encima de la racionalidad, las reacciones emocionales por delante de los razonamientos lógicos. Para un romántico, una imagen no solo vale más que mil palabras, sino que las mil palabras que emplee estarán llenas de metáforas y adjetivos y no de conceptos y sustantivos. Lo que es peor, porque además de falacias lógicas tendremos mala literatura cursi. Por ello me temo que la violencia y el golpismo desarrollados en Cataluña solo se entenderían en Alemania si se propagasen a Baviera. Solo desde la experiencia propia podrán comprender los tullidos conceptuales alemanes la amenaza nacionalista. La violencia es estética, para estos nuevos románticos de pacotilla, si la perpetran los buenos. Por eso hay que tratar siempre no sólo de tener razón sino de parecerlo. Los catalanistas han conseguido pasar por los rebeldes en la película de guerra civil que se vive en Cataluña, y ahora en Europa toman a Puigdemont como si fuese Luke Skywalker y enfrentándose a Darth Vader, el juez Llarena (con Rajoy en el papel estelar de Jabba the Hutt).

La puñalada a traición de la ministra socialista de Justicia no ha sido solo contra España sino contra la Unión Europea. El caso de la rebelión de los catalanistas ha sido tan evidente en el terreno de los hechos como complejo de demostrar en el ámbito jurídico. Igual que sucede con otros delitos, como la violencia doméstica. Pero a nadie en su sano juicio moral se le ocurre ponerse de lado de los violadores, por mucho que en un sistema garantista haya que dejarlos en libertad si no se consigue demostrar su culpabilidad con pruebas legítimas.

Donde hay que poner el acento es en laactitud de los socialistas. En Cataluña y ahora en Alemania. Las declaraciones de la ministra socialista de Justicia no solo son una metedura de pata, sino que muestran que el principal enemigo de la democracia europea es la alianza entre el socialismo y el nacionalismo. Porque han sido el nacionalismo y el socialismo los que han incendiado Europea en los últimos lustros, no solo con terrorismo sino, lo que es peor, con la justificación del crimen con motivaciones políticas. Que es como disculpar las violaciones como lamentables pero inevitables consecuencias de la liberación sexual. El blanqueamiento de la actividad terrorista en España la ha realizado la élite cultural de izquierdas con entrevistas laudatorias como la realizada por Jordi Évole a Arnaldo Otegui o con la obra de teatro Ragazzo, en la que se convierte en héroe a un manifestante violento abatido cuando trataba de matar a un policía.

Dice Woody Allen que cuando escucha a Richard Wagner le entran ganas de invadir Polonia. Parafraseando su fino humor vitriólico, podríamos decir que cuando las ministras socialistas alemanas se convierten en abogadas de los golpistas en España nos entran ganas de que haya un nuevo putsch nacional-socialista en Múnich, para que sientan en sus delicadas carnes socialdemócratas lo que es sufrir un atentado contra los valores democráticos que ponga en cuestión de nuevo la República liberal, construida con tanto esfuerzo a partir de las cenizas totalitarias que dejaron a su paso los extremistas de derecha y de izquierda (recordemos que Alemania ha prohibido dos partidos políticos, uno de ideología nazi y otro comunista).

Estamos en el caso del golpe de Estado en Cataluña ante un fenómeno denominado amok, que la Organización Mundial de la Salud describe así:

Episodio aleatorio, aparentemente no provocado, de un comportamiento asesino o destructor de los demás, seguido de amnesia o agotamiento. A menudo va acompañado de un viraje hacia un comportamiento autodestructivo, es decir, de causarse lesiones o amputaciones llegándose hasta el suicidio.

Ante este amok catalanista, donde se conjuga la xenofobia nacionalista con la querencia por la violencia de la izquierda, el Gobierno de Rajoy ha optado por una actitud prudencial que no refleja moderación y diálogo sino cobardía y falta de nervio moral. Como explica el filósofo alemán Wolfang Sofsky en su Tiempos de horror:

El perdón no pocas veces requiere generosidad, grandeza moral, superación de uno mismo; el olvido, simplemente una memoria de muy corto plazo. Sin embargo, hay atrocidades que no se pueden perdonar. Los pecados veniales, los errores y faltas de la vida cotidiana merecen ser olvidados, el crimen no. Las equivocaciones son fruto de la ligereza del que olvida, de su descuido, su inadvertencia. El crimen, por el contrario, se comete con premeditación y planificación. El criminal sabe de la prohibición de antemano. No es una persona que vive sólo en el presente, pues actúa con memoria y conocimiento de causa.

Lo que es aplicable en el plano individual al asesinato y en el plano colectivo a su equivalente político, el golpe de Estado, una atrocidad que no se puede perdonar por su premeditación y planificación. Además, porque en última instancia conduce al asesinato masivo que supone una guerra civil (larvada de facto en Cataluña, no sangrienta… todavía). Termina Sofsky recordando que

sin la protección de la espada no hay contrato posible.

Una espada, la de la violencia legítima, que ha sido rendida por la plana mayor de la política española. Ni Feijóo ni Felipe González, por ejemplo, han sido capaces de plantar cara al periodista progolpista Jordi Évole (el equivalente catalanista, junto a Enric Juliana, de Antonio Izquierdo, director de El Imparcial durante el golpe de Estado de Armada y Tejero), y de defender a las Fuerzas de Seguridad del Estado el día del referéndum en Cataluña, cuando instauraron el orden frente a las masas nacional-socialistas que violaban a conciencia y mediante la agresión el orden constitucional y democrático. Porque, como explicaba Hobbes en el Leviatán,

quien teniendo garantía suficiente de que los demás observarán respecto a él las mismas leyes no las observa a su vez, no busca la paz sino la guerra y, por consiguiente, la destrucción de su naturaleza por la violencia.

Mientras los catalanistas se deslizan cada vez más por la senda de la violencia insidiosa, astuta y mendaz, la ministra socialista alemana se lanza contra los principios del Estado de Derecho y contra la economía de mercado: su última hazaña intelectual ha sido proponer censurar las redes sociales con la excusa de las fake news. Entre la infamia nacionalista, la complicidad socialista y la cobardía conservadora, la Europa liberal es cada vez más, como el título de la obra maestra de Stefan Zweig, "un mundo de ayer".

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