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Santiago Navajas

Unamuno: el héroe liberal

En esta época amenazada por el golpismo nacionalista y el populismo totalitario, en el que un juez es acosado por el mismísimo ministro de Justicia, el ejemplo y las ideas de Unamuno son hoy tan necesarios como en 1936.

En esta época amenazada por el golpismo nacionalista y el populismo totalitario, en el que un juez es acosado por el mismísimo ministro de Justicia, el ejemplo y las ideas de Unamuno son hoy tan necesarios como en 1936.
Miguel de Unamuno | Cordon Press

En 1946 Wittgenstein y Popper se enfrentaron en una habitación de Cambridge delante de varios de los pensadores más distinguidos de la universidad. La versión más conocida de la discusión entre los dos filósofos es que Wittgenstein había agitado un atizador de chimenea en las narices de Popper, el cual lo fulminó con una respuesta lúcida y afilada, tras lo que el autor del Tractatus Logico-Philosophicus se largó dando un portazo. Cincuenta años más tarde, los periodistas Edmonds y Eidinow investigaron el incidente, preguntando a los que en esa habitación habían estado, y se encontraron con la sorpresa de había ya no divergencias sino contradicciones entre los testimonios que hacían imposible determinar a ciencia cierta qué había pasado. Ni siquiera aclararon si Wittgenstein había blandido o no el célebre atizador. Y si es imposible que unos testigos privilegiados (dada su categoría intelectual) sean capaces de superar ciertos sesgos de su memoria, imaginen el resto de los relatos históricos…

Algo semejante ha pasado recientemente con el (des)encuentro entre Unanumo y Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, en octubre de 1936. Que el enfrentamiento tuvo que ser sonado lo demuestra el hecho de que esa misma tarde Unamuno fue insultado en el casino de la ciudad, donde lo tildaron de "rojo", lo que en aquel momento era la ofensa suprema, y en los días siguientes fuese despojado de sus cargos en el ayuntamiento y en la propia universidad. Un testimonio nada sospechoso, el de José María Pemán, certificó no solo el choque entre el filósofo y el militar, sino algunas de las frases que allí se dijeron: de la importancia de convencer además de vencer, por un lado, y de que se muriesen los intelectuales, por otra. Pero de la desmitificación de la totalidad de la letra de lo que cada uno de los protagonistas dijo exactamente, algunos están pretendiendo echar por tierra el mismo espíritu del combate entre el liberal y el autoritario.

En lo que sigue, pretendo enmarcar el enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray en el contexto de la evolución ideológica de Unamuno hacia un liberalismo humanista que conectaba con la tradición española de la Constitución de 1812 y la Gloriosa Revolución.

Frente a lo que pueda parecer, en España se han dado más liberales de lo que uno pudiera pensar a primera vista, dado el predominio de conservadores, socialistas y, últimamente, la hegemonía de feministas de género y nacionalistas. Entre ellos, las dos figuras filosóficas más relevantes del siglo XX en España, Ortega y Unamuno. Presentados como si fuesen muy distantes, en realidad eran la cara y la cruz de una misma moneda: la Ilustración civilizada, razonable y, por supuesto, liberal.

Unamuno, que comenzó su carrera intelectual más bien cercano al socialismo de Pablo Iglesias, pronto se separó de la izquierda porque no tenía en cuenta los derechos individuales, que para él eran fundamentales. Tampoco tenía simpatías por la derecha conservadora, ya que estaba demasiado subordinada al dogma religioso y a la inercia tradicionalista. Por ello, en un artículo publicado en mayo de 1936, menciona a varias figuras señeras de la España que ha conocido, de Menéndez Pelayo a Canalejas, pasando por Valle Inclán, para terminar recordando a su amigo Cossío

en su lecho de quietud, encendiéndonos mutuamente en liberalismo.

Un poco antes, nada menos que en el aniversario de la instauración de la república -es decir, el 14 de abril de 1936-, hizo también profesión de fe liberal, en este caso dentro de un contexto de choque de cosmovisiones políticas, en particular la fascista, la comunista y, claro, la liberal. Este párrafo es fundamental para entender cómo es posible que unos meses después el mayor valedor de la Segunda República apoyara una sublevación militar que pretendía acabar con ella. Pero es que la perspectiva de Unamuno se situaba en una altura superior, donde se pierden los detalles pero se tiene mejor vista del conjunto.

Un espectador acongojado y de espíritu liberal —como el que esto escribe— que contemple la inminencia del choque desde el puente de cubierta podrá temer o esperar lo que tema o lo que espere; mas no se le ocurrirá pensar que es la garita del timonel la que lo resiste y aguanta. Ni que el timonel pueda dirigir su navío con pactos ni de proa ni de popa. Sólo a un piloto de tierra adentro, escurialense, se le puede antojar que un pacto sirva de brújula o compás de marear. Como tampoco sirven ni maniobras de gabarras de ría ni de balandros de abra. ¿Está claro?

Pues no, no estaba claro. Eran tiempos en los que Mussolini decretaba que Italia era una "nación de proletarios" y en los que Hitler llegaría a hacer un pacto con el otro gran totalitarismo, el de Stalin. Remontemos un poco antes, a marzo de 1936, cuando hace un homenaje a su amigo Hipólito Rodríguez Pinilla, del que recuerda que vivió en

la nobilísima tradición liberal de la Gloriosa, el liberalismo que está pasando por pasajero eclipse.

Recordemos que la Gloriosa fue un golpe de Estado militar de sentido liberal que acabó con el régimen monárquico autoritario para instaurar otro régimen monárquico pero democrático. Fue la Gloriosa resultado de una unión de militares progresistas, liberales y demócratas, que en el documento de justificación del golpe decían:

Contamos para realizar nuestro inquebrantable propósito con el concurso de todos los liberales, unánimes y compactos ante el común peligro (...) con los ardientes partidarios de las libertades individuales, cuyas aspiraciones pondremos bajo el amparo de la ley.

Como decía, eran malos tiempos los de la primera mitad del siglo XX para el liberalismo. En este contexto, Unamuno se reivindica como liberal. O, dicho con el término despectivo que usaban sus adversarios, "liberaloide": alguien con que pone la justicia como eje fundamental de la política, junto a la reivindicación de la libertad de la "santa individualidad".

"La política no tiene entrañas" —se dice a menudo para excusar verdaderos crímenes vulgares. Y cuando se dice eso suele querer decirse que la política tiene malas entrañas. Algunas veces en que he execrado medidas de esas que llaman de gobierno —de defensa del régimen, sea el que fuere éste—, a las claras injustas, se me ha solido responder que no se trataba de justicia, sino de política. Y alguno, que se creía discípulo de Maquiavelo y exaltador de eso que se llama eficacia, ha solido decirme: "Aquí no se trata de justicia; eso de la justicia responde a un criterio liberaloide". Esto de "liberaloide" lo han empezado a poner en moda los que ni sienten la libertad ni saben lo que fue y sigue siendo y volverá a ser el liberalismo al que tanto odian los pasionales, los sociales y los vulgares... Cuando no tachan de anarquistas o anarquizantes a los espíritus liberales. Tristes resultados de este empacho de civilización mal digerida que amenaza ahogar la individualidad, la santa individualidad.

Hay en este análisis intuitivo de Unamuno del liberalismo como una teoría de la justicia cuyo primer y más importante principio es el de la libertad, una anticipación de lo que años más tarde, y precisamente como un desafío a la hegemonía del socialismo y del pragmatismo utilitarista en todas sus versiones, desarrollará con el máximo rigor y profundidad John Rawls en sus obras Teoría de la justicia y Liberalismo político. Y es que tanto Unamuno como Ortega y Gasset fueron de los pocos intelectuales de su época, la mayor parte de ellos seducidos por las cosmovisiones totalitarias del fascismo y el comunismo, que defendieron las virtudes del liberalismo clásico.

Y contra este liberalismo, que es, como dijo don Antonio Maura, el derecho de gentes moderno; contra este liberalismo, que es la civilización internacional, se están conjurando las dos Internacionales antiliberales, las de las dos dictaduras: la fajista (expresión con la que Unamuno se solía referir al fascismo) y la comunista. Ambas coinciden en execrar de la libertad y de la individualidad, ambas en combatir a la democracia. Para sustituirla por una "memocracia".

También, y en esto coincidía de igual manera con Ortega, el liberalismo de Unamuno combatía la intransigencia y la carcundia cristianas. Que no es igual que el cristianismo a secas. Unamuno y Ortega y Gasset, a pesar de su "agnosticismo filosófico", fueron grandes defensores de los derechos de los cristianos cuando la Constitución de 1931 vino a conculcarlos. De hecho, al proclamarse constitucionalmente la Segunda República como un tipo de Estado no laico sino anticlerical, tanto el filósofo vasco como el madrileño empezaron a distanciarse de ella, entregada al populismo revolucionario, muy alejado del liberalismo progresista por el que ellos habían luchado contra la dictadura de Primo de Rivera.

Un liberalismo que consiste, además, como decía antes, en la supremacía del valor político de la justicia, elaborada a partir del valor moral de la libertad, en un método político consistente en la discusión libre. Todo lo contrario del comunismo y el fascismo, que ofrecen no un método sino una solución: la de la dictadura, ya sea del proletariado como de la plutocracia. Por ello, Unamuno es un referente fundamental del liberalismo porque vincula al mismo con la democracia.

Una muestra del liberalismo radical de Unamuno, en el sentido de ir a las raíces, lo encontramos en el pecado originario de la Segunda República, la deriva anticlerical de la Constitución por el artículo 26 de la misma, que abrió un frente de agresividad institucional contra la Iglesia y las creencias católicas que vino a legitimar la ola de agresiones contra los cristianos que habían comenzado en mayo de ese mismo año con una quema masiva de conventos e instituciones religiosas.

Cuando se votó en las Constituyentes la prohibición a las Órdenes monásticas católicas de ejercer la enseñanza pública y sostener colegios externos y la disolución de la Compañía de Jesús, confiscándole sus bienes, el buen liberal Cossío se pronunciaba con energía contra este atentado despótico a la libertad. Le oí decir que dudaba de si, en rigor, la Institución Libre de Enseñanza no caería, con igual sinrazón, bajo aquella proscripción (...) Pero es que el pseudo-laicismo de las Constituyentes era, por anti-liberal, torpísimo.

Unamuno, el del abolengo liberal, el que en el enésimo fracaso de España para dotarse de un sistema democrático pleno sentía afirmarse en él la tradición familiar liberal que le venía de su abuela, Benita Unamuno y Larraza, que se remontaba a la Constitución de 1812 y las dos guerras civiles del XIX, moriría en el desierto de la soledad liberal rodeado de fanáticos de ambas tendencias, prontos a reducir a España al totalitarismo de derechas o de izquierdas. Por ello, en esta época también amenazada por el golpismo nacionalista y el populismo totalitario, en el que un juez es acosado por el mismísimo ministro de Justicia, el ejemplo y las ideas de Unamuno son hoy tan necesarios como en aquel 1936 en el que, remedandoel título de Manuel Chaves Nogales sobre la revolución bolchevique de 1917, España se perdió para el liberalismo.

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