Menú
Santiago Navajas

Machismo progre

Las mujeres se merecen prosperar gracias a sus propios méritos y no a la caridad de los hombres socialdemócratas.

Las mujeres se merecen prosperar gracias a sus propios méritos y no a la caridad de los hombres socialdemócratas.
Uno de los carteles de la huelga feminista del 8M | LD

Una iniciativa de hombres universitarios propone no participar en debates en los que no participe al menos una mujer. El anuncio de la misma plantea que "no hay que esperar a cambiar las leyes para cambiar las cosas". Se refieren a promover iniciativas intervencionistas de presión social, además de la coacción del BOE, para obligar a los ciudadanos a hacer cosas que, desde una "vanguardia de la burguesía" (vulgo progres), estiman que es lo justo y necesario, nuestro deber y salvación.

Esta es una muestra más de cómo el feminismo está siendo usado por la izquierda para dar rienda suelta a sus querencias totalitarias. Este totalitarismo, insidioso en esta manera light, fue anunciado por Hayek en Camino de servidumbre nada más terminar la II Guerra Mundial. Hayek mencionaba que los nazis habían inventado una genialidad contradictoria, Freizeitgestaltung o "la organización del tiempo libre". El feminismo de izquierda se mueve en dicha dirección y pretenden legislar hasta cómo tienen que divertirse los alumnos durante sus recreos para que no haya "sesgos heteropatriarcales", además de prohibir a autores supuestamente misóginos como Pablo Neruda o Javier Marías.

La iniciativa No Sin Mujeres forma parte del paquete de medidas paternalistas y condescendientes, junto a las cuotas y la discriminación positiva, con que la izquierda trata de someter el feminismo a su paradigma del colectivismo gregario. Mientras que las mujeres dentro del liberalismo y la derecha van rompiendo moldes y techos de cristal por la propia dinámica social de una sociedad abierta y únicamente debido a sus propios méritos, las mujeres de izquierda viven en un estado de sometimiento permanente al envilecimiento de las listas-cremallera y la servidumbre voluntaria de su ser individual a los criterios del rebaño social. Es la diferencia que hay entre Gina Haspel, la primera mujer nombrada para dirigir la CIA, y las Leire Pajín que han sido algo gracias al machirulo papi Estado.

Los proponentes de la medida aducen que donde se han implantado medidas de coacción discriminatoria positiva -sea en forma de legislación o, como ahora, mediante la censura social-, el resultado ha sido una mayor incorporación de la mujer al mundo laboral. Aunque fuese verdad, es una medida éticamente reprobable. En primer lugar, porque vulnera la autonomía de las personas; en segundo lugar, porque implica marcar a las mujeres con el estigma de la cuota. En tercer lugar, porque fuerza un resultado social que de facto ya se está consiguiendo desde la propia sociedad civil, por lo que el intervencionismo de esta vanguardia progre no hace sino reforzar aquello que censuraba Kant: el mantenimiento de un estado infantil en la sociedad civil.

Hay, además, un cuarto factor a tener en cuenta. Como han denunciado científicos sociales como Jonathan Haidt y Steven Pinker, hay en las ciencias sociales un sesgo ideológico en contra de aquellos académicos que no pertenecen a la corriente mayoritaria de izquierdas. Con esta iniciativa de discriminación positiva hacia las mujeres se reforzará esta tendencia hacia el pensamiento único socialdemócrata, porque son mayoritariamente los de esta tendencia los que serán invitados a los debates y encuentros, eliminando a los conservadores y liberales por no plegarse al feminismo único, introduciendo un nuevo dogma políticamente correcto en la ya turbia guerra cultural en que ha convertido la izquierda universitaria el debate académico (como muestran las agresiones a Charles Murray, el acoso a Jordan B. Peterson o los boicots a Richard Dawkins).

Carl Sunstein y Richard Thaler proponen un paternalismo libertario para empujar a la sociedad aprovechando la espontaneidad social. Pero para ello resulta fundamental no subordinar la libertad individual al utilitarismo colectivista. La felicidad de la mayoría es un objetivo a alcanzar con la restricción de que no se vulnere la libertad de nadie, por muy minoría que sea. Cabría, en este sentido, hacer un llamamiento para que hubiese una mayor participación femenina en todos los foros y denunciar los casos concretos en los que se haya producido una discriminación sexista, religiosa, racista o de cualquier tipo (¿también se comprometen a no participar los académicos si no hay cuota racial, religiosa, transexual, etc.?).

En su último libro, Steven Pinker sostiene que el intelectual más infravalorado de Occidente es Thomas Sowell, el académico negro más crítico con las medidas de afirmación positiva hacia las personas negras. Y es que Sowell se negaba a la condescendencia blanca y nos advertía sobre las efectos colaterales de la ingeniería social bienintencionada:

Los defensores de la discriminación positiva en EEUU han dado la vuelta completamente a la historia de los negros. En lugar de ganarse el respeto de otros grupos por salir por sí solos de la pobreza (como hicieron entre 1940 y 1960), amigos y críticos por igual suelen pensar que los negros deben sus mejoras a los beneficios gubernamentales.

No dejemos que pase eso con las mujeres, que se merecen prosperar gracias a sus propios méritos y no a la caridad de los hombres socialdemócratas.

Temas

0
comentarios