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Daniel Rodríguez Herrera

Independicémonos del discurso de odio

Hay que oponerse a ese discurso que odia a quien exprese cualquier idea que se salga de unas fronteras cada vez más estrechas y totalitarias.

Las chapas incautadas por la 'Policía Moral de Navarra' | EP

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos es sin duda uno de los documentos políticos más importantes de la historia de la humanidad, y no tengo duda de que habrá quien argumente con buenas razones que es el primero de la lista. Y sin embargo, además de hablar de los derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, también incluía en la lista de agravios que justificaban su independencia del Imperio británico la siguiente protesta:

Ha compelido a nuestros conciudadanos hechos prisioneros en alta mar a llevar armas contra su patria, constituyéndose en verdugos de sus hermanos y amigos: excitando insurrecciones domésticas y procurando igualmente irritar contra nosotros a los habitantes de las fronteras, los indios bárbaros y feroces cuyo método conocido de hacer la guerra es la destrucción de todas las edades, sexos y condiciones.

Un pequeño periódico texano, al publicar por partes el documento en Facebook, se vio sorprendido por la decisión del algoritmo de la red social de censurar este fragmento al considerarlo "discurso de odio". Pero una vez se te pasa la primera reacción de sorpresa e indignación, hay que reconocer que no es tan raro. ¿Indios bárbaros y feroces? ¿Quién podría hablar hoy día en esos términos sin ser linchado ante la opinión pública dos segundos más tarde? ¿Cómo va a reconocer un sistema automático que no se pueden decir cosas racistas pero hay que hacer una excepción con el documento fundacional del país donde nació Mark Zuckerberg? Y esperen a que alguien intente publicar la parte de la Constitución que cuenta a los esclavos negros como tres quintas partes de un hombre libre a la hora de calcular la población de una región a efectos de su representación en el Congreso. El acabóse.

Y aquí entramos en el principal problema de la corrección política y la extensión que está teniendo lugar en muchos países occidentales: la criminalización del llamado discurso de odio. Lo resumía perfectamente Jordan Peterson al ser preguntado en la famosa entrevista por qué su derecho a la libertad de expresión era más importante que el derecho de una persona transexual a no sentirse ofendida: "Porque para poder pensar tienes que arriesgarte a ser ofensivo".

Ofender no depende sólo de uno mismo y de aquello sobre lo que tiene control: sus propias palabras. Depende en mucha mayor medida de quien pueda escucharlas o leerlas. "No ofende quien quiere, sino quien puede", asegura el sabio refranero español. Eso no significa que la libertad de expresión no deba tener algún limite, sino que la ofensa no puede ser jamás uno de ellos. Y, al menos en teoría, no lo es. El concepto de "discurso de odio" no se define como aquello que pueda ofender a los integrantes de tal o cual colectivo, sino que "fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquél". Pero en la práctica, tanto en el lenguaje cotidiano como por parte de los poderes públicos, ese concepto se ha trivializado por completo, viniendo a equipararse a cualquier cosa que pueda ofender a cualquier portavoz que la izquierda considere autorizado de cualquier grupo que la izquierda quiera proteger.

Así, la Policía Moral de Navarra se dedica ahora durante los sanfermines a incautar chapas con peligrosos mensajes como "I love Tetas" mientras aquellos que hacen circular eslóganes proetarras pueden continuar haciéndolo con impunidad, como han podido hacer siempre, justificándose en el artículo 510 del Código Penal, el que regula los delitos de odio. Y prácticamente la totalidad de los políticos y numerosas policías locales se dedicaron a poner trabas a lo que los periodistas denominaron el "autobús del odio", cuyo pecado consistía en difundir el mensaje de que "los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen".

¿Cómo vamos a poder pensar sobre la naturaleza de la transexualidad si no se permite decir algo que es biológica e indudablemente cierto con la excusa de que fomenta la "transfobia"? ¿Cómo vamos a debatir en libertad sobre si es adecuado o no, por ejemplo, controlar con hormonas a niños para frenar su desarrollo normal cuando lleguen a la pubertad si la mera mención del asunto está prohibida? El control sobre aquello que se puede o no se puede decir sobre cualquier asunto no es más que un intento por controlar el pensamiento. Por eso hay que oponerse al discurso predominante, ese discurso que odia a quien exprese cualquier idea o pensamiento que se salga de unas fronteras cada vez más estrechas y totalitarias.

Unas fronteras donde ya no está permitido, siquiera, citar la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

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