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Santiago Navajas

La puta liberal y la feminista represora

En lugar de perseguir a los criminales que abusan de las mujeres, criminalizan a las que han elegido hacer con su cuerpo lo que estiman conveniente por las causas que sean, de la necesidad al placer.

Magdalena Valerio | EFE

No solo no es extraño que un Gobierno socialista sea el mayor peligro para los trabajadores, los primeros que sufren las consecuencias de las políticas económicas ineficientes de una doctrina que a marchas forzadas tuvo que abandonar a Karl Marx como santo patrón pero que demuestra día a día que eso no significó que hubiese entendido a Adam Smith; sino que es absolutamente lógico que un partido de izquierdas que se declara feminista sea el mayor agente represor contra las mujeres. Porque la izquierda lleva en su ADN ideológico la guerra contra la libertad individual, y el paternalismo inquisitorial como método político.

La ministra de Trabajose muestra escandalizada de que se haya aprobado en sus narices un sindicato de trabajadoras sexuales. Y anuncia, mientras se santigua a la laica manera, que su feminismo prohibicionista va a impedir que las mujeres hagan con sus vidas lo que estimen más oportuno. Si se tuviese que prohibir cualquier actividad en la que haya que "ceder [los] cuerpos a un tercero para que abusen de ellos", habría que decir adiós no solo a la prostitución sino a la pornografía, los masajes y hasta el fútbol, donde los deportistas se compran y se venden al mejor postor. No odian el abuso, lo que detestan es la libertad. En lugar de perseguir a los criminales que abusan de las mujeres, criminalizan a las que han elegido hacer con su cuerpo lo que estiman conveniente por las causas que sean, de la necesidad al placer. Pero las trabajadoras sexuales han elegido un tipo de trabajo que a las pequeñoburguesas moralistas de la izquierda les parece detestable. Una opinión muy respetable, no así que traten de imponerla desde un BOE convertido en flagelo posmoderno de los nuevos herejes y brujas que decrete el Santo Oficio del Feminismo Socialdemócrata.

No odian el abuso, lo que detestan es la libertad.

En su obra Chaperos. Precariado y prostitución homosexual, Guasch y Lizardo analizan la evolución de la prostitución masculina en España, desde la dictadura de la moral católica hasta el actual imperio de la moralina socialista, que tienen en común tanto la aversión de la moral judeocristiana a todo lo sexual ajeno a la procreación, de la comunicación al placer y el juego, como la mistificación del amor romántico como actividad que debe ser única y obligatoriamente gratuita. En ese sentido, fue el capitalismoel que transformó al típico y denostado chapero en un trabajador sexual con una variada panoplia de actividades: lo mismo da masajes corporales completos, que presta servicios de acompañamiento, ejecuta bailes eróticos o hace de actor porno o/y entrenador personal.

En pleno siglo XXI, las prostitutas y los prostitutos tienen que aguantar que, a los lastres que les condenaban a la marginalidad social, médica y legal, se le sume ahora una parte considerable del feminismo de izquierdas y de los movimientos autodenominados progresistas que siguen negando contra toda evidencia que el trabajo sexual pueda ser una elección libre. Concluyen Guasch y Lizardo.

El trabajo sexual de los varones tiene importantes componentes de agencia y de elección (...) Pero eso no implica que sea una actividad sencilla, sensata, fácil o interesante (en realidad, lo mismo sucede con la mayoría de ocupaciones laborales). Los principales obstáculos que deben enfrentar para vivir una vida digna son la homofobia, las adicciones, la xenofobia, así como el estigma ligado a su profesión: en el caso del trabajo sexual entre varones, las mafias y las redes de proxenetismo son un problema residual.

Una de las integrantes del sindicato que pretende prohibir el Gobierno socialista, siguiendo su habitual política de perjudicar a los trabajadores, escribe en su blog:

Seguimos porque tomamos decisiones en nuestras vidas que de un modo u otro te marcan el camino. Seguimos porque somos luchadoras. Seguimos porque somos independientes, y (casi) siempre sabemos lo que queremos. Seguimos porque debemos.

Cuando dentro de nada no recordemos a esta ministra del Ministerio de la Represión Pública seguiremos bailando al ritmo del feminismo liberal de Alaska:

Qué más me da, si soy distinta a ellos: no soy de nadie, no tengo dueño (…) Mi destino es el que yo decido, el que yo elijo para mí (…) Me mantendré firme en mis convicciones, reforzaré mis posiciones.

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