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Mauricio Rojas

Entre el nacional-populismo de Errejón y el izquierdismo radical de Iglesias: trasfondo ideológico de una ruptura

Pablo Iglesias es mucho menos visionario pero mucho más coherente con lo que Podemos ha sido y, con toda seguridad, seguirá siendo.

Pablo Iglesias es mucho menos visionario pero mucho más coherente con lo que Podemos ha sido y, con toda seguridad, seguirá siendo.
Iglesias y Errejón en Vistalegre II | EFE

La ruptura entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, más allá del morbo y los entretelones escabrosos propios de todo divorcio, no es nada sorprendente. Refleja proyectos políticos divergentes que han escindido y seguirán escindiendo aquel mundo de sensibilidades que, por un tiempo, aglutinó Podemos. Para entender las claves de esta ruptura me remito a uno de los momentos decisivos de la vida de Podemos, el congreso Vistalegre II, de febrero de 2017. El vencedor en ese contexto fue, como se sabe, Iglesias, pero lo que parecía un final de opereta del drama podemita no era más que un capítulo de una lucha ideológica dentro de la izquierda radical que hoy vuelve a aflorar con toda su fuerza y que pronto –si Podemos se atreve a desafiar a Errejón en la Comunidad de Madrid– será puesta a prueba entre sus electores.

Íñigo Errejón, que tal vez ha sido el intelectual más sofisticado que haya tenido tuvo la formación morada, propuso entonces, sin ambages, asumir un "populismo abierto y democrático", que él contrapuso a lo que llamó "populismo reaccionario". A su juicio, entre ambos populismos existe una gran cercanía, tanto respecto del espacio político que transitan como del público, pero también tienen fines antagónicos. "Son discursos que transitan lugares parecidos para llegar al lugar contrario", nos decía en una extensa entrevista publicada el 23 de diciembre de 2016 en lamarea.com. Lo que para Errejón estaba en juego en esa lucha entre populismos era nada menos que el sentido de la patria y el pueblo. De una forma algo profética, nos dice que el que se apropie de esos conceptos vitales y les dé un determinado contenido ganará la partida por el futuro de Europa:

La batalla política fundamental en Europa va a ser quién construye el pueblo (…) Lo podemos construir nosotros, los sectores transformadores, o los reaccionarios, pero creo que esa será la batalla fundamental.

Lo mismo respecto de la patria, concepto clave que engloba el sentimiento de comunidad nacional y que, según Errejón, ha sido el punto ciego de la visión tradicional de la izquierda:

De la pertenencia nacional nosotros nos hemos apartado porque nos parecía un arcaicismo o porque nos parecía esencialmente reaccionaria. Claro, eso le ha dejado todo el campo libre a fuerzas reaccionarias.

Hay que reivindicar abiertamente la patria y ganarla para un proyecto popular de izquierda: "Hay quienes reivindicamos la patria para reivindicarla contra los banqueros y no contra los negros", dice Errejón "muy a lo bruto", como él mismo reconoce.

Esta visión quedó plasmada en el documento que presentó el propio Errejón ante Vistalegre II (Desplegar las velas), especialmente en dos puntos clave de lo que era su estrategia para hacer de Podemos un partido capaz de "hacer patria" con voluntad mayoritaria y de gobierno. Para ello se debe:

– Recuperar un discurso transversal que deje atrás las etiquetas izquierda-derecha, no por renuncia alguna, sino porque asume que la unidad del pueblo es más ambiciosa, radical y transformadora que la unidad de las izquierdas: por supuesto cabe la izquierda tradicional, pero va más allá; y

– Recuperar la capacidad de interpelar y seducir a los sectores más diversos: no podemos ser de facto una fuerza política que atraviesa pertenencias sociales, geográficas y de edad, que voluntariamente se encierre sólo en hablarle a los sectores más golpeados, sino que necesitamos recuperar la línea propia de una fuerza patriótica popular, que le hable a la gente sin preguntarle de dónde viene.

Es decir, como él mismo especifica, "a la fuerza de los de arriba no se le puede oponer la izquierda, sino la mayoría heterogénea y mestiza de los de abajo", y para ello los sectores medios son, a su parecer, decisivos ya que su "incorporación al campo del cambio político es condición sine qua non para su triunfo".

Esta visión, altamente heterodoxa –de hecho herética– dentro del pensamiento de la izquierda radical neomarxista, es la que sustentó las propuestas errejonistas de construir un Podemos más amplio y más suave, por así decirlo, que abandone "la lógica del golpe de efecto" y deje de jugar a ser "los enfants terribles de la política española" para abocarse a proponer las seguridades y certidumbres de un nuevo orden posible.

Esta es, en su esencia, la visión estratégica errejonista que, fracasada dentro de Podemos, busca ahora un camino propio de realización a través de Más Madrid.

Lo que lleva a Errejón a optar por una alternativa rupturista con Podemos son los resultados de la elección andaluza o, en otras palabras, la irrupción desequilibrante de Vox, es decir, de una alternativa radical de derecha que entra en la disputa que él ya auguraba a fines de 2016 –"la batalla política fundamental", como la llamó entonces– por la construcción simbólica del pueblo y la patria: "Yo he asumido cosas muy graves en Podemos. Las asumí todas en silencio. Hay un hecho decisivo que me lleva a moverme: Andalucía", decía Errejón en una entrevista en La Sexta Noche, el 19 de enero.

La visión nacional-populista de Errejón se estrelló en Vistalegre II con la de Iglesias y los anticapitalistas, de corte más tradicional, de izquierda dura, que sigue la estrategia del outsider confrontacional. Tal como dijo Iglesias al cerrar la Universidad de Podemos celebrada en septiembre de 2016:

Lo que funciona en Europa son los discursos beligerantes y destituyentes. Los que suenan hard, duros.

Esta perspectiva se plasmó en el documento de Iglesias ante Vistalegre II (Plan 2020), que no es más que una suma, sin originalidad alguna, de los lugares comunes de la retórica tradicional del populismo izquierdista podemita. Su estrategia inmediata era no moverse de la zona de confort, consolidando posiciones a la espera de tiempos mejores. La suya era una estrategia que recuerda la de Mao en China: consolidar las zonas liberadas (los "Ayuntamientos del cambio", donde gobiernan Podemos o sus afines) e ir creando a partir de ellas una institucionalidad paralela mediante una "red de contrapoderes" desde la que poder resistir el "embate restaurador" hasta que pase el invierno de la reacción. Esta sería la forma de mantener con vida el "impulso constituyente", es decir, refundacional, que vendría del 15-M. Podemos aspiraría, en esta perspectiva defensiva, a ser una especie de fantasma que invita a no resignarse ante el "cementerio social" que estaría imponiendo el "bloque de la restauración". Este sería, en el lenguaje de serie televisiva que a menudo utiliza Iglesias, "el efecto poltergeist", la resistencia fantasmal que no dejaría en paz al "bloque del miedo" hasta que, es de imaginar, los muertos se levantasen de sus tumbas y exclamasen: "¡Podemos!".

Esta es, más allá de las luchas personalistas, la disyuntiva estratégica que hoy aflora como una ruptura de Errejón con Podemos y su desafío electoral a la formación morada. Errejón ha tenido en su contra la novedad y heterodoxia de unos planteamientos demasiado blasfemos para ser asumidos por la mayoría de los cuadros y la feligresía de Podemos. El infantilismo guerrero de Iglesias remueve con fuerza sus instintos "beligerantes y destituyentes", que son el componente esencial del ADN de Podemos y su espíritu contestatario, que vive más de ser anti algo que pro algo.

Por otro lado, el proyecto de Errejón no por ser innovador y audaz deja de ser absolutamente incoherente. Sus propuestas concretas, en especial las de carácter económico y social, siguen siendo las propias de aquel imaginario populista que poco o nada entiende acerca de cómo se genera la riqueza y que parece asumir la existencia de un cuerno de la abundancia, del cual sacar, como un mago de su chistera, los recursos prácticamente infinitos que su demagogia presupone.

En este sentido, Íñigo Errejón nunca ha sacado la conclusión más elemental de sus propias propuestas: que sin un cambio profundo de sus planteamientos que realmente lo acerque al mundo del trabajo, el emprendimiento y el esfuerzo donde realmente vive la gran mayoría de la gente, jamás podrá conquistar esa mayoría nacional con la que sueña. Pablo Iglesias es mucho menos visionario pero mucho más coherente con lo que Podemos ha sido y, con toda seguridad, seguirá siendo: el partido de la protesta y de los sueños que cree, parafraseando a Calderón, que la vida es un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción y no entiende que los sueños, sueños son.

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