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Mauricio Rojas

Auge y caída de la izquierda latinoamericana

La influencia chavista radicalizó a la vieja izquierda, impulsó el surgimiento de una nueva izquierda rupturista y fomentó un clima político fuertemente confrontativo.

La influencia chavista radicalizó a la vieja izquierda, impulsó el surgimiento de una nueva izquierda rupturista y fomentó un clima político fuertemente confrontativo.
Nicolás Maduro | Archivo

Hace diez años, la izquierda latinoamericana se encontraba en su zénit histórico: nunca había sido tan influyente ni controlado tantos Gobiernos. Hugo Chávez en Venezuela, Lula da Silva en Brasil, Cristina Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, Michelle Bachelet en Chile, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia, Alan García en Perú, Tabaré Vázquez en Uruguay, Mauricio Funes en El Salvador y Fidel Castro en Cuba formaban parte de una extensa familia política, en gran parte agrupada en el Foro de São Paulo, que parecía invencible. Pocos habrían podido imaginar en ese tiempo su total descalabro pocos años después y su agónico momento actual.

El fin del superciclo exportador de materias primas, con sus ingentes recursos, marcó el inicio de su abrupto final o su rápida evolución, como en Venezuela, hacia formas abiertamente dictatoriales. Sin contar con ese abundante maná del cielo y el generoso impulso de los petrodólares venezolanos, la saga populista de la izquierda y su capacidad de ganar elecciones llegaron a su fin en los bastiones más significativos de la izquierda latinoamericana. Con ello, se cerraba la fase ascendente del ciclo izquierdista iniciada con la victoria de Hugo Chávez en la elección presidencial de diciembre de 1998.

El auge de la izquierda tuvo como trasfondo las difíciles circunstancias de las décadas de 1980 y 1990. Los años 80 estuvieron marcados por la debacle del modelo de desarrollo económico basado en la sustitución de importaciones (o "hacia adentro"), caracterizado por su proteccionismo y una amplia intervención del Estado. Los años 90 fueron protagonistas de diversos intentos de estabilizar y reestructurar las economías latinoamericanas con un alto costo social. De hecho, la pobreza aumentó de 134 a 225 millones de personas entre 1980 y 2002, año en que se registra un récord histórico en términos absolutos (aunque ya se había iniciado su descenso porcentual). Ese mismo año se alcanzaron niveles promedio de desigualdad en la distribución del ingreso extraordinariamente altos. Así, por ejemplo, el coeficiente de Gini llegaba a 0,55 y el ingreso del decil más rico de la población superaba 14,4 veces el del más pobre (datos de CEPAL y SEDLAC).

Sin ánimo de ahondar en ello, estos pocos datos ponen en evidencia la existencia de una amplia base de movilización para una izquierda que planteaba caminos alternativos al desarrollo hasta entonces seguido, acentuando la necesidad de un combate decidido a la pobreza y una distribución mucho más igualitaria del ingreso. Ello variaba en función de cada país, desde las posiciones más moderadas y continuistas de la izquierda chilena liderada por Ricardo Lagos hasta las decididamente radicales y rupturistas representadas por Chávez y otros líderes del así llamado socialismo del siglo XXI.

Esta vez la izquierda, a diferencia de lo que ocurrió en los años 60 bajo el influjo de la revolución cubana, se orientó hacia la vía democrática para conquistar el poder y, en muchos casos, al uso de mayorías electorales para desquiciar cualquier contenido liberal de la democracia, es decir, para abolir toda división del poder y toda limitación al poder del caudillo popularmente electo. Se inició así una época de plebiscitos, asambleas constituyentes y reelecciones que sentó, en varias repúblicas de la región, los fundamentos institucionales de democracias cada vez más iliberales. Más en general, la influencia chavista radicalizó a la vieja izquierda, impulsó el surgimiento de una nueva izquierda rupturista y fomentó un clima político fuertemente confrontativo.

Las consecuencias han sido, con excepciones como Chile y Uruguay, no solo profundos retrocesos económicos, dictaduras feroces y una deriva de enfrentamientos políticos cada vez más violentos, sino niveles de corrupción que han llevado ante la Justicia a los líderes más connotados de la ola izquierdista, como Lula da Silva, Cristina Kirchner, Rafael Correa y Ollanta Humala. Finalmente, la arremetida izquierdista terminó generando su opuesto radical, Jair Bolsonaro y una nueva derecha dura que saben usar las armas populistas y con la que habrá que vérselas en el futuro.

Este es el resumen del auge y caída de la izquierda latinoamericana. Queda por ver si el triunfo de López Obrador en México le da un poco de aire o tal vez una nueva dirección a una orientación política que hoy se encuentra en estado agónico.

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