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Iván Vélez

Jesús Vidal: "A mí sí me gustaría tener un hijo como yo"

Muchas de las féminas que hubieron de retocar su humedecido rímel después del discurso de Vidal habrían impedido su existencia.

Muchas de las féminas que hubieron de retocar su humedecido rímel después del discurso de Vidal habrían impedido su existencia.
Jesús Vidal recoge su Goya | EFE

Con paso presuroso y algo inseguro, Jesús Vidal, abrazado al bronce goyesco, se acercó al micrófono, tocó el soporte con sus dedos y comenzó su discurso con la mayor elegancia: felicitando al resto de nominados. Después, el actor leonés, que con el 10% de visión del que dispone en uno de sus ojos apenas pudo vislumbrar al público que llenaba el Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla para celebrar la gala de los Premios Goya, comenzó a desgranar sus agradecimientos. No hubo en sus palabras el habitual victimismo gremialista que ya dio sus frutos en forma de rebaja del IVA para el ramo cinematográfico, tampoco moralinas adscritas a una tan viscosa como imprecisa idea de izquierda política, fideísmo obligatorio para todo aquel que quiera ganarse los garbanzos tras una claqueta. Antes de retirarse con el busto en sus manos, el premio Goya al actor revelación arrancó aplausos y lágrimas a los asistentes con frases como la que sigue: "A mí sí me gustaría tener un hijo como yo, porque tengo unos padres como vosotros", en referencia a su madre, a quien atribuyó su pasión por la dramaturgia, y a don José Vidal Conde, su fallecido padre.

Las palabras de Vidal, que en la película Campeones interpreta a un discapacitado intelectual, venían cargadas de emoción pero, sobre todo, de hondura. Y lo hacían en el escenario más adecuado pues, por razones que se nos escapan, el colectivo cómico, los peyorativamente llamados titiriteros, debido a su sectarismo mil veces exhibido, son proclives a la defensa de determinadas causas políticas, morales, pero también éticas. No descubrimos nada nuevo si afirmamos que una amplia mayoría de los que se conmovieron con la intervención del actor premiado, son favorables al aborto libre, y lo hacen aferrados a algunos de los más groseros argumentos, tales como "en mi cuerpo mando yo" o "nosotras parimos, nosotras decidimos". En definitiva, muchas de las féminas que hubieron de retocar su humedecido rimmel después del discurso de Vidal, habrían impedido la existencia del Marín que forma parte del filme. He aquí la contradicción que el actor premiado y la exitosa Campeones han colocado frente a un colectivo mayoritariamente favorable al aborto libre.

Antes de acometer la crítica de los planteamientos más comunes, o más publicitados, de las fuerzas de la Cultura en relación a este asunto, es oportuno acudir a las cifras oficiales de abortos o, si se prefiere, acudiendo al atajo eufemístico, del número de interrupciones voluntarias del embarazo, fórmula convertida incluso en una terna de asépticas siglas: IVE. Si atendemos a los datos de las mujeres residentes en España, entre 2016 y 2017, años en los que se produjo un descenso de nacimientos de un 4,3%, los abortos han aumentado en un 1,4%. Dentro de este último parámetro ha de tenerse en cuenta que, del total, sólo un 16% corresponde a mujeres españolas, mientras que el 48% lo es de centro y sudamericanas, colectivo católico que de manera creciente acusa la penetración evangélica, mientras que un 27% se debe a abortos realizados en mujeres subsaharianas. Presentados morosamente esos datos, nos limitaremos a ofrecer, en relación a tan controvertido problema, una alternativa a la opción individualista, etimológicamente egoísta, e incluso mercantilista, manejada usualmente en los ambientes aludidos. Una alternativa que se acoge a los postulados de la bioética materialista fundada por Gustavo Bueno.

Como punto de partida, nuestro planteamiento rechaza la idea de la existencia de un embrión concebido como una parte formal o una suerte de prolongación del cuerpo de la madre, circunstancia que facultaría a esta, al menos en términos justificativos, para despojarse de él como se despoja de una uña demasiado larga. Entre otras razones, porque para la existencia de tal embrión es necesaria una carga genética ajena a la de la mujer, la que corresponde al varón, que por diversos cauces ha llegado a fecundar el óvulo femenino. Desmontado el argumento ligado al "En mi cuerpo mando yo", pues el que ha de convertirse en feto es un cuerpo diferenciado del de la madre o gestante, la existencia embrionaria está determinada por lazos mucho más amplios, algunos de los cuales, los familiares, los condensó Vidal en su emotiva ligazón: "A mí me gustaría tener un hijo como yo por tener padres como vosotros".

Hechas estas consideraciones, es preciso aclarar que las posiciones materialistas, por más convergencias que se puedan encontrar, son ajenas a la existencia, negada por imposible, de un ser supremo al que cupiera en exclusiva la potestad de dar y quitar vidas. De hecho, desde nuestras posiciones, el aborto no queda radicalmente negado en virtud, precisamente, de las contradicciones e incluso incompatibilidades que puede llegar a plantear la existencia del embrión, algo que ocurre cuando la viabilidad de este amenaza la vida de la madre, que ha de protegerse en virtud de la compleja red social en que esta se halla inserta. El mismo problema se plantea con los embarazos producto de una violación. En ambos casos, conviene reiterar que no nos encontramos ante la eliminación de una parte el cuerpo de la mujer, sobre el que se pudiera decidir, sino, precisamente ante la destrucción de otro cuerpo, de otro individuo cuya trayectoria vital compromete seriamente la de la madre.

Las palabras que hicieron brotar lágrimas y aplausos en la grada sevillana, muestran hasta qué punto, personas alejadas de los cánones exitosos desvelan la realidad del imprescindible pluralismo que antecede al canon, y nos recuerdan hasta qué punto, la mayoría de nosotros vivimos desviados del modelo individualista, del exitoso y metafísico "hombre hecho a sí mismo" que a menudo se asoma al celuloide. Al cabo, el interior de la tierra sigue recordándonos cómo, apoyados unos en otros, hemos llegado hasta aquí. Sirva la prodigiosa historia con la que cerramos esta pieza, como remoto ejemplo de ello:

En 1957 unos arqueólogos encontraron los restos de un neandertal de una antigüedad de 40.000 años en una cueva del Kurdistán iraquí. El fósil de Shanidar 1, que así se llamó al individuo, mostró las evidencias de un homínido que, tras sufrir un fuerte golpe en la cabeza, perdió probablemente la visión de un ojo. A esta lesión se sumó la amputación del antebrazo derecho y daños en una pierna. Sin embargo, el esqueleto presentaba signos de curación. Shanidar 1 murió a los 40 años, y pudo alcanzar tan elevada edad gracias a la asistencia o compasión de sus congéneres.

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