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Amando de Miguel

Catecismo de campaña

Los políticos deberían respetar más a quien vota sin entusiasmo.

Las siete preguntas que siguen deben hacérselas las personas que desean ser elegidas por los españoles en los próximos comicios. Adelanto yo las contestaciones que se me ocurren, sin mucho ánimo suasorio, solo por provocar.

1. ¿No es mejor que haya dos partidos, como en las democracias avanzadas, en lugar de un ramillete de ellos?

Es inútil. La estructura política española no podrá ahormarse nunca con el sistema bipartidista. La vigente ley electoral favorece ese resultado de dos partidos, pero no lo han conseguido del todo. Si se forzara todavía más el bipartidismo con la política de pactos y componendas para constituir dos grandes bloques, correríamos el riesgo de replicar el infausto enfrentamiento de 1936 o algo parecido. No parece nada aconsejable para la salud del pueblo. El esquema de tres derechas y dos izquierdas en el plano nacional me parece muy coherente con la realidad.

2. ¿No sería bueno superar definitivamente la losa del pasado franquista?

Sería una opción excelente. Para ello es menester no entretenerse con la exhumación de la momia de Franco, que en paz descanse. Pero más necesario aún sería que los partidos que fueran a gobernar enterraran simbólicamente algunos restos institucionales del franquismo. Por ejemplo, las subvenciones a los partidos, los sindicatos, las patronales y a la radio y la televisión públicas. Hasta ahora, solo un nuevo partido extraparlamentario, Vox, se ha atrevido a insinuar tal política.

3. ¿No sería conveniente que los gobernantes se abstuvieran de hacer campañas electorales con recursos públicos?

Me parece muy plausible pero improbable, pues siempre lo hacen así y nadie protesta. Por ejemplo, los que ahora gobiernan no deberían desplazarse en coches oficiales a los mítines de los partidos. Tampoco deberían hacerlo en días laborables.

4. ¿No sería bueno que se obligara a los principales candidatos a debatir en público sobre los programas de sus respectivos partidos?

Nada mejor que tal obligación, que debería ser legal. Pero resulta odioso el formato tradicional de los candidatos de pie detrás de los respectivos atriles con papeles delante. Peor aún si el periodista que dirige la ceremonia se pone pesado con lo de los bloques, los tiempos y las preguntas. Sería mejor una conversación espontánea entre los candidatos cómodamente sentados, sin papeles delante. Se corre el peligro de que alguno de ellos trate de imponerse a los demás por ser más vocal o menos educado. Pero la audiencia no es tonta. Parece poca cosa que hay solo un debate televisivo entre los cinco partidos nacionales.

5. ¿Sería conveniente que hubiera una gran participación electoral, digamos, por encima del 80%?

Una alta participación no siempre es indicio de una buena salud democrática. En España no hay que hacer grandes esfuerzos para que los votantes acudan masivamente a los colegios electorales. El voto es un derecho, no una obligación. Los políticos harían bien en respetar un poco más al grueso de la población adulta que no vota o que lo hace sin entusiasmo.

6. ¿Es aconsejable que todas las personas del censo electoral reciban en su casa las papeletas de los distintos partidos, para así elegir con más calma la que les conviene?

Se trata de una práctica con escasa elegancia democrática, aparte de que resulta muy cara. Es mejor que los electores escojan en el colegio electoral la papeleta más acorde con sus preferencias.

7. ¿Conviene mantener el rito del día de reflexión antes de la jornada electoral?

Se trata de una medida excesivamente cautelosa, por lo mismo que se prohíbe publicar encuestas en la semana previa al día de las elecciones. Son normas que se pusieron en su día para prevenir los eventuales conflictos violentos en torno a la jornada electoral, pero ahora sabemos que son inútiles.

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