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Eduardo Goligorsky

No voto a Albert Rivera

Voto a Cs porque su programa es el que mejor se ciñe a los principios liberales, y a Albert Rivera porque es su cabeza de lista y uno de sus dirigentes más fiables.

Pido disculpas por este título, urdido con la intención de atraer curiosos. No, no voto a Albert Rivera. Voto a Ciudadanos. A esta altura de la evolución de la humanidad, y sobre todo en el trance de descomposición por el que atraviesan las sociedades hasta ahora punteras, sería necio buscar hombres providenciales. Hay que conformarse con escoger, entre las corrientes ideológicas que se disputan la hegemonía, aquella que parece más capacitada para devolvernos al reino de la racionalidad. Me encuentro entre quienes optan por el liberalismo, representado, en España, por Ciudadanos. Voto a Ciudadanos porque su programa es el que mejor se ciñe a los principios liberales, y a Albert Rivera porque es su cabeza de lista y uno de sus dirigentes más fiables. Pero podría ser otro u otra e igualmente votaría a Ciudadanos… si se mantiene fiel a su programa liberal.

Espectro tóxico

Lamentablemente, la irrupción en el escenario político español de un muestrario estrambótico de fuerzas populistas totalitarias conjuradas para alimentar el odio identitario y social, y para romper España, desbarató el reparto de esquemas políticos con la consiguiente confusión de la ciudadanía. La izquierda despótica de matriz chavista y las tribus supremacistas enfrentadas entre ellas pero unidas contra España han envenenado los medios de comunicación maniqueos y las redes sociales con el fantasma de una derecha tricéfala que solo existe en la mente torticera de los sembradores de cizaña. El espectro tóxico se convirtió rápidamente en el arma arrojdiza del PSOE puesto al servicio del trapacero Pedro Sánchez, que necesitaba un argumento para justificar sus coqueteos y pactos con los enemigos del régimen constitucional.

Podemos, ERC y JxCat anuncian a voz en cuello que apoyarán al sanchismo, esa degeneración peronista del antaño socialdemócrata PSOE, para que este los ayude a aplicar compulsivamente, como ya lo están haciendo, sus plataformas guerracivilistas y etnocentristas.

Cualquier observador neutral puede desmontar sin esfuerzo la anatomía del monstruo tricéfalo para demostrar que solo se trata de tres partidos distintos, con puntos de contacto como los que existen entre sus equivalentes de todos los países democráticos. Los hay entre el Partido Demócrata y el Republicano en Estados Unidos, entre conservadores y laboristas en el Reino Unido y, mal que le pese a Manuel Valls, entre el Partido Socialista y el Frente Nacional en Francia, donde el primero ha copiado iniciativas antiinmigratorias del segundo, con gran escándalo de la extrema izquierda nihilista. En esos países, algunos legisladores de un bloque votan a favor de determinados proyectos junto a los del opuesto y contra los del suyo sin que nadie se escandalice ni los tache de chaqueteros.

Antagonismo implacable

Los tres partidos que concurrieron unidos al acto de la Plaza de Colón, que el frente de los carroñeros sanchistas, comunistas y secesionistas no se cansa de estigmatizar, están separados por diferencias programáticas que solo se difuminan cuando hay que defender el Reino de España y la Unión Europea contra la embestida de la auténtica ultraderecha, encarnada en los bárbaros rupturistas. Más allá de este objetivo compartido, afloran dichas diferencias programáticas que los ciudadanos deben valorar a la hora de decidir su voto.

Lo que está claro es que existe un antagonismo implacable entre estos tres partidos y la horda que conspira contra el Reino de España y la Unión Europea, y esta es la razón por la cual los cabecillas y los voceros de los movimientos totalitarios suspenden transitoriamente sus disputas tabernarias para anunciar que su prioridad consiste en evitar que gobierne una mayoría constitucionalista. Podemos, ERC y JxCat anuncian a voz en cuello que apoyarán al sanchismo, esa degeneración peronista del antaño socialdemócrata PSOE, para que este los ayude a aplicar compulsivamente, como ya lo están haciendo, sus plataformas guerracivilistas y etnocentristas.

Partidos muy dispares

El liberalismo es todo lo contrario de un coto cerrado sujeto a dogmas, y por lo tanto quienes lo profesan pueden militar en partidos muy dispares. Como escribió Mario Vargas Llosa ("Liberales y liberales", El País, 26/1/2014):

Los congresos y encuentros liberales suelen ser, a menudo, parecidos a los de los trotskistas (cuando el trotskismo existía): batallas intelectuales en defensa de ideas contrapuestas. Algunos ven en ello un rasgo de inoperancia e irrealismo. Yo creo que esas controversias entre lo que Isaiah Berlin llamaba "las verdades contradictorias" han hecho que el liberalismo siga siendo la doctrina que más ha contribuido a mejorar la coexistencia social, haciendo avanzar la libertad humana.

Si no me lo impidiera la ley electoral con el sistema de listas cerradas, votaría complacido a Cayetana Álvarez de Toledo, candidata del PP. En mi condición de ciudadano independiente siempre opto por el partido con mayor peso específico de componentes liberales, y por eso voté al Partido Popular cuando sus candidatos fueron José María Aznar y Mariano Rajoy, como antes había votado al PSOE de Felipe González.

Derechos inviolables

Álvarez de Toledo cumple todos los requisitos para convencer a un liberal, pero no ocurre lo mismo con el programa del partido que la lleva como candidata, con injertos anacrónicos y confesionales, lo cual no impide formar con él un cogobierno patriótico y regenerador para España como el que existe en Andalucía. El que mejor cumple esos requisitos, a mi juicio, es el partido que postula a Inés Arrimadas, sobre todo en el espacio de los derechos inviolables en una sociedad laica, de individuos libres e iguales. Lo previó John Stuart Mill en la introducción a su ensayo Sobre la libertad (1859):

El objeto de este ensayo no es el llamado libre albedrío, sino la libertad social o civil, es decir, la naturaleza y los límites del poder que puede ejercer legítimamente la sociedad sobre el individuo, cuestión (…) que, según todas las probabilidades, muy pronto se hará reconocer como la cuestión vital del porvenir.

El que decide mi voto es el programa, que aborda la cuestión vital como la enunció Stuart Mill, y no los candidatos. No voto a Albert Rivera. Voto a Ciudadanos.

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