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Cristina Losada

El secreto de Abel Caballero

El modelo de Caballero es, con algún matiz de diferencia, el de Francisco Vázquez, el cuasi legendario alcalde de La Coruña, también del PSOE.

EFE

El alcalde más conocido por retar a Tokio y Nueva York con las luces de Navidad y por su pareja de setos con forma de dinosaurio –Dinoseto y Dinosetiño– es un economista doctorado en Cambridge de la escuela neo-ricardiana de Piero Sraffa, que fue una de las figuras notables de la ciencia económica del siglo XX. Claro que, por lo general, a quien se lo cuentas se asombra. ¿Cómo puede ser el mismo ese Abel Caballero que reina en la alcaldía de Vigo alternando las formas populacheras con las despóticas? Pues lo es. De hecho, fue uno de los introductores en la Universidad española del pensamiento sraffiano en los años setenta, junto con Ernest Lluch, y ambos firmaron en 1983 el obituario de aquel economista italiano que logró un puesto en Cambridge gracias a Keynes y se instaló en Inglaterra huyendo de Mussolini.

Caballero, natural de Ponteareas, donde nació en 1947, hijo de militar, se enorgullece de ser el primer economista español que se doctoró en Cambridge, cosa que hizo después de pasar por la Universidad de Santiago y de terminar los estudios de Marina Mercante. Pero apenas se le oirá presumir de esa faceta suya en público. Su personaje político es el de un alcalde popular, que no se pierde una inauguración ni una fiesta, sube a las carrozas de la Cabalgata de Reyes para endilgarles un discurso a los niños, está en primera fila en los conciertos de verano y hasta se encarama al escenario. Este papel, amenizado por vídeos chuscos como el de las luces navideñas, casa mal con las vestiduras académicas y con su rango de catedrático, asunto que está en la raíz, según dicen, de la enemistad del expresidente socialista de la Xunta, Pérez Touriño, quien, economista también, se quedó en profesor titular.

El socialismo gallego no es una familia bien avenida. No lo era antes y no lo es hoy, cuando dos de sus figuras destacadas son familia: el alcalde de Vigo y su sobrino, Gonzalo Caballero, secretario general del partido. Pues no se llevan. Hay que tener en cuenta que Abel es de la vieja escuela. No le gustan los nacionalistas, aunque aprovechó sus votos para alzarse por primera vez con la alcaldía viguesa en 2007, y no mostró ninguna simpatía por Podemos y las Mareas cuando, hace cuatro años, otros socialistas gallegos se ponían a los pies de aquella verdadera izquierda. En las primarias del PSOE apoyó a Susana Díaz frente a Pedro Sánchez.

Caballero entró en Vigo por el puerto. Fue nombrado presidente de la Autoridad Portuaria en 2005, cuando ya estaba prácticamente retirado, escribiendo novelas. Tiene cuatro, de género histórico y thrillers. La última se la presentaron en Madrid Carlos Solchaga y Elena Espinosa, quien estuvo seguramente detrás del nombramiento que abrió la puerta a la segunda vida política de su mentor. Espinosa, que es orensana, fue alumna suya en Santiago. La carrera política profesional de Caballero había empezado en Madrid como ministro de Transportes, Turismo y Comunicaciones del Gobierno de Felipe González entre 1985 y 1988. Entonces colocó a Espinosa de presidenta del puerto de Vigo. El intercambio ha culminado, de momento, con el fichaje de la exministra para estas municipales.

Como presidente del puerto vigués, Caballero aprovechó para promocionarse. Sin rodeos. Colocó enormes carteles con su foto en la zona portuaria y bocetos de una remodelación de parte del puerto, en plan lugar de entretenimiento, que acababa con su tradicional fisonomía. No llegó a hacerse, por suerte, pero el hombre consiguió darse a conocer y mostró un gusto por lo kitsch que aún se percibe en muchos de los proyectos decorativos que ha realizado desde la alcaldía. Igual que persiste su afán por firmarlos, por hacer saber que son suyos y no de otro. No pone un banco en la calle sin que figure en él una placa que da fe de que lo ha puesto la alcaldía.

El modelo de Caballero es, con algún matiz de diferencia, el de Francisco Vázquez, el cuasi legendario alcalde de La Coruña, también del PSOE. Se han elogiado mutuamente en los últimos años. Vázquez dijo que Abel es lo único serio que hay en el socialismo gallego y Caballero confesó que había aprendido mucho de Vázquez, al que llamó un "fuera de serie".

Del puerto saltó a candidato a la alcaldía en 2007. Fue justo diez años después de que sufriera una grave derrota en su intento de arrebatarle la Xunta a Manuel Fraga. Con él a la cabeza, los socialistas gallegos tuvieron el peor resultado de su historia en unas autonómicas. Pero Caballero se tomó el desquite en Vigo al cabo de una década, aunque no reuniría la mayoría absoluta hasta la tercera convocatoria, la de 2015. Cuando optó por primera y segunda vez, el Partido Popular aún era el más votado en la ciudad. Después del 26-M, el PP ha quedado reducido a una presencia testimonial cifrada en cuatro concejales.

Detrás del éxito arrollador de este veterano, que en septiembre cumple 73 años, se encuentran muchas claves que son comunes a los alcaldes longevos, los que mantienen el cargo mandato tras mandato, consiguiendo apoyos por encima de las fronteras políticas de las siglas. Pero lo específico del caso se debe a la especificidad de Vigo, una ciudad marcada por la asimetría entre la fortaleza de su músculo económico y la debilidad de su epidermis institucional. Históricamente, Vigo fue una ciudad de emprendedores y un polo de atracción para gentes de otros puntos de Galicia y de España, que se afincaron allí y levantaron empresas y fortunas. Aún mucho después, seguiría conservando el carácter de esas ciudades hechas a sí mismas, que se han tenido que batir con la indiferencia o la dejadez de las Administraciones.

En continuidad con esa historia, desde la creación de la autonomía, Vigo se ha sentido relegada por la política de la Xunta, casi siempre en manos del PP, igual que preterida en materia de inversiones e infraestructuras. Esa percepción, esté o no siempre justificada, es persistente y no lograron cambiarla los dos alcaldes del Partido Popular que ha tenido la ciudad. La tensión de Vigo con el Gobierno autonómico, que es también la tensión entre el norte y el sur de Galicia, ha sido una constante y Caballero la ha utilizado en provecho propio. La guerra con la Xunta, en la que pelea como defensor de los intereses de la ciudad frente a quienes quieren quitarle esto o no darle lo otro, es su juego favorito. El juego adquiere muchas veces un tono estrafalario, pero tiene sentido político: el alcalde socialista ejerce de contrapeso de un poder autonómico que prácticamente monopoliza el partido rival.

El modelo de Caballero es, con algún matiz de diferencia, el de Francisco Vázquez, el cuasi legendario alcalde de La Coruña, también del PSOE. Se han elogiado mutuamente en los últimos años. Vázquez dijo que Abel es lo único serio que hay en el socialismo gallego y Caballero confesó que había aprendido mucho de Vázquez, al que llamó un "fuera de serie". Más allá de los bombos mutuos, coinciden en un estilo de política municipal basada en los detalles vistosos destinados a poner bonita la ciudad, empeño que sirve a su vez para impulsar el orgullo de ciudad.

Ese sentimiento se perdió en Vigo durante su tránsito de una ciudad que podía presumir de unas características naturales privilegiadas y de un legado arquitectónico notable a una ciudad desdibujada y afeada por efecto de una expansión caótica que coincidió con el deterioro de su núcleo histórico. En una urbe que acabaría siendo menospreciada por sus propios habitantes, la apuesta de Caballero por revalorizarla y ponerla bonita –guste o no el resultado–, así como su insistencia en proclamar, ya hiperbólico, que es la más hermosa del mundo, resulta que ha terminado por cuajar. Un éxito al que han ayudado las variadas e insatisfactorias experiencias previas.

Lejos de encerrarse en el despacho, Caballero se mueve por la ciudad. Uno puede verle con frecuencia por la calle. Aunque donde seguro que le ve es en los medios locales. Desde el minuto uno tuvo claro que su mejor escaparate era la prensa. Y la radio. Y la televisión local, donde tuvo un programa que sus detractores comparaban con el Aló, presidente de Hugo Chávez. Una cobertura favorable de los medios locales de referencia ayuda mucho. Permite salir airoso de pruebas como el accidente del Marisquiño en el verano de 2018. Aunque ahí, al estar implicada también la autoridad portuaria, hubo forma de echarle la culpa a otro y esquivar la responsabilidad que tuviera el Ayuntamiento. No le ha pasado factura.

El secreto de Abel Caballero es un gran árbol de Navidad. Con luces y música. Donde otros ayuntamientos hacen de la Navidad una especie de Cuaresma, sea por dogma laicista o porque lo navideño les parece demodé e impropio del siglo XXI, Caballero ofrece la más rancia tradición corregida y aumentada por la tecnología. Ese derroche navideño es también simbólico de su estilo. Un estilo sustentado, además, por un presupuesto que supera el de importantes consejerías autonómicas si se añaden los de la Diputación de Pontevedra, que preside su mano derecha, Carmela Silva, y la Zona Franca, también bajo su control.

Con la llegada del PSOE al Gobierno central, Caballero ha logrado colocar como delegado estatal en la Zona Franca a su hombre de confianza, David Regades. Este técnico administrativo comercial, afiliado al partido desde muy joven, era teniente de alcalde y concejal de Fomento. Hace cuatro años estuvo imputado en la operación Patos, por presuntos amaños de contratos públicos, pero su caso, como el de otros investigados, incluido el propio Caballero, fue felizmente archivado por falta de pruebas. Junto a Regades como delegado estatal, entraron como vocales del Estado la ya citada Elena Espinosa y Manuel Rodríguez, propietario de los astilleros Rodman, empresario afín al PSOE, al que la anterior delegada, nombrada por el PP, había cesado por deslealtad. El potencial inversor de la Zona Franca está ya sin discusión en manos de Caballero y sus leales. De los próximos árboles de Navidad van a colgar diamantes.

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