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Santiago Navajas

Los hombres que inventaron el feminismo: Quentin Tarantino

Tarantino elabora, en la estela de Camille Paglia, un feminismo del siglo XXI, libertario, lenguaraz y desinhibido.

Uma Thurman y Quentin Tarantino durante la presentación de 'Kill Bill'. | Cordon Press

Fue una mujer la que llevó a la gran pantalla de manera genial al macho alfa del totalitarismo, Adolf Hitler. También es mala suerte que la mejor directora de cine de la historia fuese Leni Riefenstahl, la encarnación del verso más famoso de Sylvia Plath: "Toda mujer adora a un fascista". Por el contrario, han sido tres hombres los que más y mejor han reivindicado a las mujeres, tanto en el plano moral como social y político. Si en el cine clásico el héroe feminista fue Howard Hawks, y en el de vanguardia lo fue Luis Buñuel, en el contemporáneo ha sido Quentin Tarantino.

Vida de Oharu, mujer galante, de Kenji Mizoguchi, es la película más excelsa reflejando la humillación y la ofensa que puede recibir una mujer en un mundo brutalmente machista y misógino. Tarantino, como antes Hawks y Buñuel, se ha confabulado para que nunca jamás una mujer vuelva a estar indefensa ante un hombre. Lo que no quiere decir que, condescendientemente, las someta a la típica protección del machismo paternalista. Por el contrario, sus mujeres compiten de igual a igual con los hombres, de donde resulta que son igualmente asaltadas, golpeadas y asesinadas. Sin embargo, ello tampoco es óbice para que tanto en el caso de los norteamericanos como el del español tengamos la sensación de que las mujeres siempre están un paso por delante de los hombres, o alzadas sobre un plano superior.

Dentro de la caza de brujas feministoide que están lanzando los socialdemócratas norteamericanos, la revista Time se ha dedicado a contar las líneas de diálogo que tienen los hombres y las mujeres en las películas del director italo-americano, así como el tanto por ciento de personajes femeninos y masculinos. Con semejante análisis hasta la obra más feminista de la historia, que como vimos es Antígona de Sófocles, sería declarada sospechosamente heteropatriarcal y falocéntrica. En Los odiosos ocho, cuyo personaje femenino protagonista debería haberle dado el Oscar a Jennifer Jason-Leigh, la proporción numérica es brutalmente favorable a ellos desde el punto de vista meramente cuantitativo pero la única mujer entre los odiosos ochos matones es tan robaplanos como lo era Katharine Hepburn en cualquier película en la que destacaba rodeada de actores de la talla de Spencer Tracy o Cary Grant.

Tras haber hecho dos películas rebosantes de testosterona, Reservoir dogs y Pulp Fiction, realizó un ciclo eminentemente que no solo era fundamentalmente femenino sino feminista: Jackie Brown, Kill Bill vol. 1, Kill Bill vol. 2. y Grindhouse: Death Proof. Junto a la teniente Ripley (Sigourney Weaver de la saga Alien) e Imperator Furiosa (Charlize Theron en Mad Max: Fury Road), Beatrix "La Novia" Kiddo es uno de los personajes más simbólicos que ha creado el cine contemporáneo, a la altura de los grandes iconos masculinos como Darth Vader y Hannibal Lecter. Si Hamlet es la duda, Otelo, los celos y Macbeth, la ambición, Kiddo es la venganza en estado de gracia. Violenta y lúcida, inteligente e implacable, compasiva (con los vulnerables) y cruel (con los poderosos arbitrarios), la Novia no solo inspira respeto, como hacia la teniente Ripley, sino que produce miedo en los hombres que siguen pensando que el poder está organizado desde la agresividad y la dominación. Tosca rediviva, Uma Thurman han retomado el camino de las chicas que son guerreras. No solo ella, sino también todas las asesinas estilosas y duras, bellas y rocosas, elegantes y maquiavélicas, con las que se topa camino de su búsqueda sanguinaria con ese símbolo fálico andante del heteropatriarcado que es Bill, ese sádico y retorcido hijo de Satanás que te estrangula con delicadeza mientras te susurra cualquier chorrada de espíritu budista.

Pero Bill todavía resulta un tipo encantador al lado del más infame de los malvados abusadores de mujeres que ha parido la gran pantalla, Stuntman Mike, un especialista de Hollywood con aire retro y coche preparado para todo tipo de accidentes con el que se dedica a ligar jovencitas para matarlas como si fuese una mezcla entre Mad Max y Sé lo que hiciste el último verano (tiene en común con Kill Bill una pareja de policías formado por un padre y su hijo que sospechan de Stuntman Mike, que captan a la perfección la perversión sexual de estos asesinos en serie).

Según Nabokov, las grandes novelas son cuentos de hadas. Además, suelen repetirse de generación en generación, de época en época, saltando culturas, adaptándose a las circunstancias. Por ejemplo, la historia del lobo feroz y las niñitas que, confiadas, terminan cayendo en sus fauces.

En Death Proof, el caso es que las niñas siguen siendo inocentes, pero cada vez son más guerreras. Y los lobos siguen siendo terribles, aunque se tienen que enfrentar a un ejército de mujeres que no han ido a la guerra pero se han fajado en los gimnasios, las barras de striptease, los consejos de empresa. Las niñas, que, como pronosticó Joaquín Sabina, ya no quieren ser princesas, ahora quieren ser supernenas.

Dividida en dos partes casi simétricas –primero, el lobo devora; luego, el lobo es devorado–, Tarantino nos vuelve a regalar escenas de diálogos rápidos, torrenciales, naturalistas (¡cómo escribe este hombre!), espectacularmente coreografiadas en el interior de coches y chiringuitos de carretera (¡cómo dirige este hombre!). Un par de grupos de chicas alegres y deslenguadas –hablan, beben y fuman como carreteros, sin perder por ello un ápice de atractivo– se tropezarán con un macho que bebe piña colada y conduce un coche tuneado con una gran calavera y trucado para ser usado por especialistas en escenas de acción. Precisamente por ello es death proof, es decir, "a prueba de muerte".

Stuntman Mike (Kurt Russell), que así se hace llamar nuestro hombre, ronda a las mujeres y las fascina con sus colmillos retorcidos y su apariencia rebelde. Les recita con voz profunda:

Los bosques son adorablemente profundos y oscuros, y tengo promesas que cumplir, millas que andar antes de dormir.

Y ellas, claro, se derriten. Cuando Butterfly (Vanessa Ferlito en sutil pero contundente referencia a la ópera de Puccini) le pregunta si las ha estado siguiendo, responde:

Tú viste mi coche, yo vi tus piernas. No te estoy acosando, pero nunca dije que no fuera un lobo.

Y finalmente consigue convencerla de que baile para él (nos lo perderemos, ¡ése es el rollo perdido!):

Hay muy pocas cosas que puedan dejar marcas en un bello ángel.

Tías buenas, coches espectaculares, música rock a toda pastilla, sangre en primerísimos planos: podría ser una receta para la película machista perfecta. Por el contrario, Tarantino elabora, en la estela de Camille Paglia, un feminismo del siglo XXI, libertario, lenguaraz y desinhibido, que alterará por igual a las estalinistas de las cuotas y a los adictos a la testosterona porque se encuentra en los antípodas del feminismo y el machismo, instalados ambos en la antipatía, el puritanismo, el resentimiento y la intolerancia.

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