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Santiago Navajas

La izquierda tóxica

¿Nunca dejará la izquierda de justificar y alentar el terrorismo, sea callejero o fiscal?

¿Nunca dejará la izquierda de justificar y alentar el terrorismo, sea callejero o fiscal?
El economista francés Thomas PIketty | Cordon Press

El mismo día en que desde un periódico socialdemócrata se animaba a destruir un país siempre y cuando lo hagan 'los muchachos' (de izquierdas, se sobreentiende), un economista planteaba robar a los ciudadanos, pero, eso sí, señalando exclusivamente a los multimillonarios, independientemente de que hayan conseguido su fortuna por medios lícitos o no. El populismo en su máxima expresión: azuzar a las masas contra los ricos, el mejor resumen del programa de la izquierda desde que Marx defendió que toda propiedad privada es un robo y la violencia la partera de la Historia.

¿Nunca dejará la izquierda de justificar y alentar el terrorismo, sea callejero o fiscal? En el caso de Enric González y Chile, se trata de amparar la violencia en las calles y universidades para dar un golpe de Estado de facto. González se convierte así en el brazo mediático de los que, como Zapatero, ejercen de teloneros de los dictadores peronistas-bolivarianos hispanoamericanos. Olvida mencionar el corresponsal que desde Pinochet la izquierda, con Lagos y Bachelet, ha gobernado muchos años. González ejerce el mismo matonismo que sus muchachos en las calles, pero desde una tribuna periodística, del mismo modo que John Carlin blanquea la violencia posmoderna de los nacionalistas catalanes. Estos turistas del ideal convierten al periodismo en una fábrica de fake news y a los dictadores de derecha del pasado en excusa para aprobar a los dictadores de izquierda del presente.

El artículo de Enric González no es casualidad ni una ocurrencia, sino que forma parte de la legitimidad que se arroga la izquierda para tomar las calles cuando pierde los Parlamentos. Frente a Kant, que defendía que la libertad se basa en la razón, Rousseau planteaba que la libertad consiste en la pura expresividad del yo. De esta forma, mientras que el liberalismo de origen kantiano se plantea los límites de la acción y el respeto a la ley, el socialismo, que tiene sus fuentes en Rousseau, no reconoce más fronteras que la autorrealización de los propios deseos, por lo que la ley no tendría que respetarse ni la violencia sería un recurso ilegítimo.

La izquierda, en efecto, ejerce el matonismo no solo en las calles. Es fundamental que un intelectual orgánico cree un relato para que la gente se trague los detritus ideológicos como si fuesen alimentos ecológicos. Hacen falta plumas como la de Jordi Évole (sobre Otegi) o la de Enric González para embellecer la barbarie, siguiendo una tradición en la que destacan la defensa del estalinismo por parte de Sartre o las películas Bertolucci y Garrel rodeando de un aura esteticista a la kale borroka de delincuentes políticos, terroristas comunistas y gamberros nihilistas.

También teóricos como Thomas Piketty que plantean robar a los multimillonarios para repartir el botín entre los muchachos. El economista francés deudor de Marx, famoso por su libro El capital del siglo XXI, propone un impuesto confiscatorio del 90% a los que ganen más de mil millones para repartir 120.000 euros entre los que cumplan veinticinco años. ¿Y por qué no un 99%? Según Piketty, porque con los cien millones que les quedarían, los Bill Gates y Amancio Ortega de turno todavía podrían llevar a cabo sus proyectos personales. Falta por ver si también haría falta un Observatorio de Multimillonarios que aprobase dichos proyectos personales para garantizar que fuesen sostenibles, solidarios y de género. Recuerden a Chaves y Griñán: los socialistas, cuando nos roban, no solo lo hacen por nuestro bien, sino por pura generosidad. Además, podría aducir Piketty, los ricos es difícil que entren en el reino de los Cielos, Jesús dixit, así que en realidad expropiándoles les estaríamos haciendo un favor.

No hay noticia de que Piketty piense regalar sus libros, o dejar que la gente se los descargue aportando únicamente la voluntad. Esto, además, si se plantease, sería tachado de demagogia. Tanto como desear que los muchachos a los queGonzález aplaude el vandalismo y la intimidación hagan con la casa del periodista lo que están haciendo con su propio país.

González y Piketty son los nuevos protagonistas de aquella advertencia de Gómez-Cepeda:

En cada generación hay un selecto grupo de idiotas convencidos de que el fracaso del colectivismo se debió a que no lo dirigieron ellos.

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