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José Enrique Alés Martínez

Futuro imperfecto: el Experimento Simón

Siguen en su mundo de fantasías ideológicas y negacionismo de la realidad. Al final, entre las ruinas, proclamarán a la vez que no ha pasado nada y que nos han salvado de todo.

Fernando Simón | EFE

Vivimos un tiempo incierto de tragedia, dolor, rabia e impotencia. También es un tiempo de entrega, compasión y amor a nuestros semejantes.

En gran medida lo debemos al Experimento Simón. Ante la epidemia que venía de Oriente, Fernando Simón eligió no hacer nada por prevenir sus consecuencias.

El Experimento Simón ha tenido varias fases. En la primera, de negación, simplemente se rechazó que algo fuera a pasar aquí. En la segunda, de arrogancia, se afirmó que si pasaba lo impensable, nuestro sistema sanitario, el mejor del mundo, estaba sobradamente preparado para asumirlo. ¿Cómo? No se sabía. No se explicaba cómo se podía afrontar una epidemia por un virus extremadamente contagioso y de mortalidad diez veces superior a la de la gripe sin tratamiento ni vacuna, y sin los más elementales recursos de protección y mantenimiento vital. La siguiente y larga fase consistió en la inoperancia descriptiva. Simón subía al estrado y narraba las cifras de contagios, muertos, ingresados, sin hacer ni proponer nada. Mientras nos desesperábamos, el hijo de 12 años de una amiga le gritaba a su madre: "¡Pero por qué no hace nada si viene la epidemia!". Un caso digno de estudio. En una epidemia viral, es difícil ponerse por delante de los hechos, pero mantener el ensimismamiento estando sobre aviso es conducta casi criminal. Sumió en la impotencia y en la parálisis a todos los que sí querían adoptar medidas.

Así, hasta entrar en la etapa del futuro imperfecto. Es imperfecto porque no se alcanza y se le reconoce por expresiones como "compraremos", "distribuiremos", "protegeremos", "vamos a …", "llegarán millones de…", siempre en un futuro intangible. Mientras, la realidad se imponía trágicamente en el mundo de los hechos, alimentándose del experimento. Hospitales arrollados. UCI llenas, cribando. Cirugías, programadas o no, retrasadas o descartadas. Pacientes desatendidos por fuerza mayor. Funerarias desbordadas y morgues masivas de nueva creación. Y mientras, el futuro imperfecto seguía sin materializarse, sin mascarillas, sin trajes, sin pruebas diagnósticas suficientes para ponerse por delante de la onda expansiva de la epidemia.

En una epidemia viral, es difícil ponerse por delante de los hechos, pero mantener el ensimismamiento estando sobre aviso es conducta casi criminal.

Las consecuencias de ese futuro imperfecto sí que han llegado, sólidas como el tiempo o la fuerza de la gravedad, y no dejarán de hacerlo como ondas perseverantes durante meses y años. Sanidad resquebrajada, depresión moral y material. Y, sobre todo, los fallecidos.

Ahora hemos llegado a la fase de la propaganda: lo que está pasando ya casi ha pasado; si hay epidemia es por culpa de los otros; esto no tenía más remedio que pasar y demasiado bien lo hemos hecho, "estamos orgullosos de nuestra gestión" y más y más hasta la desesperanza total. Los políticos, especialmente los del poder, siguen en su mundo de fantasías ideológicas y negacionismo de la realidad. Al final, entre las ruinas, proclamarán a la vez que no ha pasado nada y que nos han salvado de todo.

¿Podía haber sucedido de otro modo? Teóricamente, sí. Países de nuestro entorno han conseguido mitigar el impacto de la epidemia. Lo único claro es que no hacer nada, o hacerlo mal y tarde, conduce a lo que estamos viviendo. En el plano de la realidad, es evidente que, estando quienes están a cargo de la gestión, no podía suceder de otra forma. Siguen negando responsabilidad, negando errores y, lo peor de todo, no buscando soluciones. Tendrían que buscarlas fuera, porque están fuera de su entorno, pero para eso hace falta un reconocimiento de la propia incompetencia. Un ejemplo, ofrecer el Ministerio de Sanidad al señor Illa es un caso de indignidad e indiferencia por parte del Sr. Sánchez, pero ¿y ser el señor Illa y aceptarlo? Hay una tradición de ofrecer este ministerio a quien no sabe absolutamente nada de Sanidad, pero eso no es excusa ni consuelo. Cómo puede seguir ahí sin dimitir, por decencia o sentido común. Todavía hay tiempo pero no sucederá, como no sucederá que nuestra clase política deje de ser la que es y sea… otra cosa. Personas con capacidad, altruismo e interés por buscar soluciones a los problemas reales a los que nos enfrentamos y que podrían devolver parte de la esperanza a la sociedad.

Estamos en medio del túnel, pero lo que se ve al final no es precisamente el arcoíris.



José Enrique Alés Martínez, médico.

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