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Santiago Navajas

Engañar al pueblo

La servidumbre voluntaria se ha convertido en el nuevo dogma de los que se consideran a sí mismos cobardes y a mucha honra.

La servidumbre voluntaria se ha convertido en el nuevo dogma de los que se consideran a sí mismos cobardes y a mucha honra.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en el Congreso | EFE

Sánchez y su Gobierno, así como los expertos científicos contratados por el Poder Ejecutivo, han mentido sistemáticamente para orientar a la población según sus particulares intereses partidistas, aunque, claro, con la excusa de la salud pública. La prórroga que se avecina de un mes más de estado de alarma sería la culminación de la inercia del pánico desatada, que ha conseguido que la servidumbre voluntaria se haya convertido en el nuevo dogma de los que se consideran a sí mismos cobardes y a mucha honra. Hace mucho que se ha traspasado el límite del control razonable de los derechos y libertades con la excusa de la eficacia y el utilitarismo.

¿Es conveniente engañar al pueblo, sea induciéndole a nuevos errores, o manteniéndole en los que ya se encuentra? Federico el Grande convocó un concurso para responder a esta pregunta. Platón, Maquiavelo, Hobbes, Schmitt y Leo Strauss, la tribu antiliberal más sofisticada, sostendrían que sí, ya que al pueblo hay que conducirlo de manera paternalista. 'Mentiras nobles', se llamaba antes a lo que ahora se conoce como 'postverdad'. El premio se lo repartieron Richard Cantillon, a favor del sí, y Rudolf Becker por el no. El marqués de Condorcet, uno de nuestros héroes liberales durante la Revolución Francesa, metió baza en la discusión aclarando que solo si tienes vocación de tirano verás adecuado mentir al pueblo. Se suicidó antes de ser guillotinado por Robespierre, que, sin duda, se dio por aludido (al líder jacobino Pablo Iglesias lo considera un referente y a su guillotina, "la madre de la democracia").

Escondido el filósofo universal, como denominó Voltaire al marqués a fuer de revolucionario, de la persecución de Robespierre escribió Esbozo para un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, en el que hacía una defensa de la verdad como principio político liberal:

Cada vez que la tiranía intenta someter a la masa de un pueblo a la voluntad de una de sus partes cuenta entre sus medios con los prejuicios y la ignorancia de sus víctimas.

Cuenta como prejuicio la falacia de que hay que elegir entre seguridad y libertad, de modo que cuanto más se anule la segunda más podremos disfrutar de la primera. Para ello nada como potenciar el natural miedo al dolor de la enfermedad, a perder la vida o a nuestros allegados. Por eso el Gobierno de Pedro Sánchez azuza el miedo, para hacer pasar por responsabilidad y prudencia lo que no es sino afán de control de la ciudadanía y acoso a la oposición.

Condorcet de todos modos se quedaba corto en su apreciación de la reacción ciudadana. Kant por las mismas fechas apuntaba a otros motivos para que la estrategia de sustituir libertad por servidumbre contase con el aplauso de la población: la pereza y la cobardía. Hace falta cierto valor para enfrentar con razones a la Policía que cumple órdenes manifiestamente injustas e ilegales. Pero la prueba de fuego de la independencia de criterio y el arrojo cívico estriba en enfrentar las miradas tras los visillos de la policía aficionada de barrio, esos vecinos que cuando salen a la ventana a aplaudir o cacerolear vigilan como contables inquisidores a los que no se apuntan a las manifestaciones de los balcones.

Que las protestas ciudadanas contra esta deriva autoritaria hayan sido descritas por los medios y los intelectuales orgánicos como propias de una manada de pijos armados con palos de golf no nos debiera impresionar. Durante la Revolución Francesa los jacobinos despreciaban a Condorcet llamándole "marqués". A Olympe de Gouges la categorizarían como "pija". Y se burlarían de los girondinos tildándolos de "extremo centro" y "equidistantes". Para ellos, donde esté una buena guillotina, que se quiten los palos de golf.

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