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Florentino Portero

Europa, la solución

¿Qué sería de España en las actuales circunstancias fuera de la Unión Europea? Aterra pensarlo.

El primer ministro de Holanda, Mark Rutte, y Pedro Sánchez | EFE

Para la generación que hizo la Transición, incorporar España al proceso de integración europea resultaba un objetivo estratégico. Aquella Europa representaba la demostración de que se podía superar un pasado desastroso, un auténtico suicidio cultural, construyendo sobre sus cenizas un espacio de libertad, convivencia y bienestar. Por vergonzoso y humillante que fuera el pasado, una serena y profunda reflexión sobre sus causas podía ser el punto de partida de un nuevo y esperanzador período.

El ingreso de España garantizaría situar la Monarquía democrática en un entorno estable, que facilitaría la tan necesitada modernización económica y, sobre todo, dificultaría el éxito de movimientos radicales que habían arruinado la convivencia entre los españoles en ocasiones anteriores. Sólo el Partido Comunista, convencido de que la unidad europea era un tinglado de mercaderes que vivía de espaldas a los intereses de las clases trabajadoras, se opuso. La opción europeísta fue uno de los pilares sobre los que se desarrolló la Transición y sobre los que se asentó la España democrática, un excepcional período de paz y progreso. Aquella clase política no se engañaba sobre la debilidad de nuestra cultura democrática y, temiendo lo peor, buscó un refugio donde guarecerla.

¿Qué efectos puede tener humillar la institución monárquica o jugar al cambio de régimen?

Hoy España destaca, además de por su avanzado estado de descomposición nacional, por sus excepcionales tasas de contagio y defunciones por la covid-19, así como por sus dificultades para avanzar en la recuperación de su actividad económica. Por mucho control de los medios de comunicación que tenga el Gobierno, y por grande que sea la desfachatez con la que comunica, los datos están ahí y son el resultado de actos tan meditados como irresponsables. Los científicos piden una auditoría para averiguar cómo es posible que la pandemia se haya extendido tanto entre nosotros, al tiempo que la OCDE nos sitúa a la cola de los Estados europeos en lo que respecta a la reactivación de la economía. ¿Qué esperar cuando se amenaza con desmontar la reforma laboral y con subir los impuestos? ¿Qué efectos puede tener humillar la institución monárquica o jugar al cambio de régimen? A nadie puede sorprender la caída de la inversión, cuando más necesario era movilizar los recursos disponibles y atraer capital del exterior. No vale culpar al virus de todas nuestras desgracias, porque su efecto no está siendo el mismo en todos los países.

Aquella clase política sabía lo que hacía al colocar la Monarquía democrática al amparo de la Europa unida. Si el Gobierno quiere acceder a los fondos del Plan de Reconstrucción, tendrá que presentar en octubre un documento de estrategia económica acorde con lo establecido por el Consejo Europeo, paso previo para solicitar las ayudas o créditos concretos. El primer efecto ya es conocido: se ha pospuesto sine die la reforma fiscal. La vicepresidencia económica tiene en su mano el instrumento para poner orden en un Gobierno tan radical como incompetente. Sin embargo, no está claro que sean capaces de cumplir los plazos establecidos. Crece el pesimismo entre diplomáticos y técnicos comerciales sobre la posibilidad de acceder al conjunto de los fondos preasignados a España por la falta de criterio en algunos ministerios y por la dificultad de coordinarse con las comunidades autónomas. El tiempo apremia y el equipo de Calviño tendrá que ir mucho más allá de coordinar, tendrá que reeducar a más de uno.

¿Qué sería de España en las actuales circunstancias fuera de la Unión Europea? Aterra pensarlo.

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