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José Carlos Rodríguez

Donald Trump vs. Kamala Harris

Harris representa bien al nuevo Partido Demócrata, en el que la extrema izquierda ocupa posiciones 'moderadas' y 'centristas'.

Kamala Harris | Gage Skidmore-Flickr

Kamala Harris está a las puertas de convertirse en la primera mujer, y la primera persona negra, o asiática, en la Vicepresidencia de los Estados Unidos. Todos los analistas lo recogen con enorme fruición, satisfechos con poder colocar la palabra histórico en sus crónicas. La ideología identitaria ha convertido la política en el juego del Quién es quién, en que lo importante de los candidatos son sus características susceptibles de mercadeo electoral y no su personalidad. Nunca supimos quién era Tom, sólo que llevaba gafas y usaba sombrero. Pero ¿quién es Kamala Harris?

La elección del número dos del ticket no tiene mucha importancia, habitualmente. Pero Joe Biden (Pennsylvania, 1942) es el candidato más viejo de la historia de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Su cabeza le juega malas pasadas. Sus ojos no brillan como cuando intentó liderar al Partido Demócrata en 1988. Si llega a la Casa Blanca, lo hará con más edad que Ronald Reagan cuando la abandonó. Y la Presidencia desgasta, aunque parezca no haberlo hecho a su rival, Donald Trump, un jovencito de 74 años. Harris tendría más opciones que otros vicepresidentes de ocupar la primera magistratura del Gobierno federal. El propio Biden lo ha dejado caer:

Necesito a alguien que trabaje a mi lado y que sea inteligente, fuerte, y esté preparada para liderar. Kamala es esa persona.

Trump, que ciertamente mantiene el vigor de cuando llegó a la Presidencia, ha centrado sus ataques contra Joe Biden en su edad y en su capacidad mental, amenazada por el inexorable paso del tiempo. Pero desde el martes parece que se va a centrar en Harris: "Es la oponente con quien todo el mundo sueña", ha dicho el presidente. La oponente es ella, no Biden. Es Trump vs. Harris.

Fue fiscal de distrito en San Francisco y luego fiscal general de California, como lo fue también Beau Biden, hijo del candidato demócrata (murió de cáncer hace cinco años). Lleva casi cuatro años en el Senado por el Estado Dorado. Tiene experiencia suficiente para colocarse a una dimisión de la Presidencia de los Estados Unidos.

Tanto The New York Times como la CNN han corrido a definir a Harris como una persona centrista y moderada. Tiene sentido, si tenemos en cuenta que Lenin también tenía a compañeros de partido a los que acusaba de demasiado izquierdistas. Dentro del Partido Demócrata puede pasar por moderada, pero eso sólo demuestra lo polarizada que está la política en los Estados Unidos, y cuánto se ha escorado el Partido Demócrata hacia la extrema izquierda.

Harris representa bien al nuevo Partido Demócrata, en el que la extrema izquierda ocupa posiciones moderadas y centristas y tenemos que irnos a la socialista Alexandra Ocasio-Cortez o Bernie Sanders para hablar de extremos. Y tampoco está muy lejos de estos: ha propuesto con la primera el New Deal Verde, y el Medicare para todos con el viejo bolchevique.

Como fiscal, Harris actuó con firmeza frente al crimen, aunque dejando tras de sí un reguero de abusos. Pero, por un lado, Harris está demasiado a la izquierda para calmar a los moderados que temen que el Partido Demócrata se ha pasado con armas y bagajes al "Defund the Police" del movimiento Black Lives Matter. Por otro, esa dureza contra el crimen le resta simpatías en la izquierda.

Kamala Harris ve la Presidencia en sus manos, liberada de los frenos y contrapesos de la Constitución. Todos los que cínicamente decían temer que Donald Trump amenazaba la democracia estadounidense ahora callan, por puro desprecio hacia esa democracia que decían defender.

Y sí, es negra. Joe Biden, en el último mojón de su camino de meteduras de pata en la cuestión racial, dijo el pasado día 6: "A diferencia de la comunidad afroamericana, la comunidad latina es una comunidad increíblemente diversa". Más allá de que dijera tres veces una palabra en una sola frase, Biden demuestra una ignorancia de la población negra de su país, impropia de un señor de su edad; no digamos de alguien que aspira a obtener su voto. Por ejemplo, desde el punto de vista de la cultura material, de las actitudes, conocimientos y expectativas que prevalecen en un grupo humano, hay diferencias entre los descendientes de los africanos arrancados de su continente y los que proceden de las Antillas. El padre de Harris, profesor de Economía en Stanford, es antillano. Su madre, natural de la India, se doctoró en Endocrinología en Berkeley. La magia del color de piel otorga a Harris el poder de hablar en nombre de una comunidad negra con la que, en gran medida, no comparte ni origen ni experiencia vital.

Por ejemplo, ¿cómo va a hablarle Kamala Harris a la comunidad negra de la opresión heredada de la esclavitud, si sus ancestros eran dueños de esclavos? Lo sabemos por el padre de Kamala, quien escribió un artículo en 2018 para una revista de la diáspora jamaicana, en el que decía:

Mis raíces se remontan a mi abuela paterna, la señorita Chrishy (de soltera Christiana Brown, descendiente de Hamilton Brown, de quien está recogido que fue propietario de una plantación y de esclavos, y fue fundador de Brown's Town).

Quien tenga curiosidad por conocer el nombre de las decenas de esclavos bajo la mano de Hamilton Brown, los tiene en este archivo.

Claro, que Biden va a necesitar aquí toda la ayuda posible. Biden tiene esa enternecedora capacidad para desvelar sus prejuicios incluso cuando quiere ser simpático. En 2007 elogió a la estrella demócrata del momento, Barack Obama, con estas palabras: "Tienes al primer afroamericano convencional que es elocuente y brillante, y tiene un aspecto limpio y agradable". Se ve que, en los 65 años que tenía entonces, el senador Biden no había visto a nadie que encajase en esa descripción.

Harris traga con Joe Biden, después de haberle tachado poco menos que de segregacionista y haber dicho que cree a todas las mujeres que le acusan de ser un sobón, pero se le atragantan los ciudadanos que creen en Dios, y en particular los católicos. En diciembre de 2018, al cuestionar la idoneidad de Brian Buescher como juez federal, hizo ver que para ella su catolicismo le incapacitaba para el puesto. Harris señaló que Buescher pertenecía a una asociación benéfica, Knights of Columbus, que defendía posiciones "extremistas". Extremistas, es decir, estar en contra del aborto o del matrimonio entre homosexuales. Quizás no sepa que la Primera Enmienda a la Constitución ampara la libertad de culto.

También ignora peligrosamente algunas de las características más apreciadas del sistema político estadounidense. Harris prometió que, en cuanto fuera presidenta de los Estados Unidos, daría al Congreso 100 días para aprobar una ley muy restrictiva con las armas; "y si no lo hace, entonces pondré en marcha una acción ejecutiva". Es decir, que está dispuesta a actuar al margen de lo que dictamine el Congreso y en contra de las decisiones del Tribunal Supremo, que llevan décadas protegiendo la Segunda Enmienda. Precisamente Biden le explicaba a su entonces rival que el presidente de los Estados Unidos no tiene la potestad de reescribir leyes por decreto (orden ejecutiva) y sin contar con el Congreso. "Hey, Joe, en lugar de decir que no podemos, ¡digamos que sí podemos!", fue su respuesta. Harris está dispuesta a saltarse las leyes también para hacer efectivo el Green New Deal.

Kamala Harris ve la Presidencia en sus manos, liberada de los frenos y contrapesos de la Constitución. Todos los que cínicamente decían temer que Donald Trump amenazaba la democracia estadounidense ahora callan, por puro desprecio hacia esa democracia que decían defender. Esa democracia sigue funcionando como un reloj, y el 3 de noviembre volverá a renovar la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y la Presidencia. Y, de nuevo, parece que el curso de la Historia vuelva a depender de las preferencias del pueblo americano.

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