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Santiago Navajas

Hollywood se pone de rodillas

Han visto por dónde van los tiros de los totalitarios de la batalla cultural y han preferido plegarse a sus exigencias.

Han visto por dónde van los tiros de los totalitarios de la batalla cultural y han preferido plegarse a sus exigencias.
El célebre cartel de Hollywood | David Mark – Pixabay

Jean Gabin y Simone Signoret recibieron 1971 el Oso de Plata a la mejor interpretación en el Festival de Berlín por la película El gato. En las categorías masculina y femenina. Cincuenta años después, sería mucho más difícil que ambos consiguieran el galardón por la nueva estupidez de la ideología de género: eliminar la distinción masculino-femenino en los premios de interpretación. Y es que, según proclaman los directores del certamen, Mariette Rissenbeek y Carlo Chatrian,

no separando los premios interpretativos se envía una señal a la industria cinematográfica para que se conciencie en cuestiones de género.

Siguiendo su propia lógica Rissenbeek y Chatrian, deberían despedirse a sí mismos, o al menos a uno de los dos, y así concienciar de manera más sensible sobre cuestiones de género. Naturalmente, el damnificado debería ser Chatrian, para que alguien tan femiprogre dé ejemplo de cómo un hombre no roba protagonismo a una mujer ni transmite la sospecha de que ella únicamente está ahí para cumplir una cuota. Lo que está detrás de esta nueva progrez es evitar la polémica respecto a los actores trans, ya que se generaría una polémica sobre si categorizarlos con la demonizada dupla binaria masculino-femenino. Y han preferido esconderse detrás de la barrera que coger el toro por los cuernos: ¡haber innovado con una nueva categoría para la interpretación trans! Eso sí que hubiese concienciado...

Usualmente se desdoblan las categorías masculino-femenino para proteger a las mujeres. En los deportes en general, dada la asimetría de fuerza entre hombres y mujeres, sería realmente difícil que alguna mujer ganase el campeonato del mundo de boxeo o de los cien metros lisos. En el ajedrez hay una categoría femenina y otra universal, ya que si solo hubiese una categoría en la que jugasen tanto como hombres mujeres la posibilidad de que una mujer ganase algún torneo sería ínfima.

Sin embargo, en el caso de los premios de interpretación no es para proteger a las mujeres y darles alguna oportunidad de ganar algún premio, sino para multiplicar los premios teniendo en cuenta factores intrínsecos a la propia dinámica de las películas, construidas fundamentalmente con la estructura chico busca chica (para evitar que Irene Montero nos declare fuera de la ley, chikx busca chikx). De Metrópolis (Fritz Lang) a Vértigo (Hitchcock), pasando por A bout de souffle (Godard), esta dialéctica entre hombres y mujeres ha caracterizado gran parte de la historia del cine. Godard dijo que “lo único que se necesita para hacer una película es una mujer y una pistola” (según este axioma godardiano, la mejor película de la historia del cine es El demonio de las armas).

Esta lógica intrínseca a la tradición cinematográfica resulta invisible para los progres, que sistemáticamente ignoran las motivaciones profundas insertas en las costumbres. Un efecto colateral de esta dualidad masculino-femenino respecto a la interpretación es que hay una paridad perfecta en cuanto a premios a hombres y mujeres. Supongamos que en Berlín los próximos diez años las mejores interpretaciones son masculinas. Inmediatamente surgirán voces que critiquen la norma en nombre de un igualitarismo romo y censor. O que insulten al jurado de turno tachándolo de heteropatriarcal y falocéntrico. Tenga por seguro que los resultados se cambiarán para que se correspondan a lo políticamente correcto en lugar de a lo meritocráticamente justo. Las mujeres que consigan el galardón a partir de ahora estarán bajo una permanente sospecha de favoritismo debido a su sexo.

Análogamente, los progres también pretenden cambiar el modo de contratar músicos en las grandes orquestas. Para combatir el machismo en el mundo de la música clásica se impuso una solución meritocrática liberal: que las audiciones se hicieran tras una mampara que no dejase saber el sexo del interprete. Sin embargo, el resultado final no ha sido lo igualitario que se esperaba, así que en lugar de proponer medidas educativas para que, por ejemplo, a los negros les interese más el violín y Shostakovich que un sampler y Kanye West, lo que han propuesto, New York Times mediante, es que los negros sean incrustados a la fuerza en las orquestas (discriminación positiva lo llaman), aunque no tengan la excelencia necesaria (además, mienten para colar de matute su ataque al mérito y su condescendencia hacia los negros y las mujeres que en realidad no hay diferencia significativa entre los múltiples candidatos).

El último clavo en el ataúd de la libertad creativa, a la vez que el último peldaño en la escala de la ingeniería social totalitaria disfrazada de progresismo empático, lo ha puesto Hollywood al imponer un chantaje en forma de estándares de diversidad para conseguir que una película sea nominada en los Oscar. Como si Tarantino necesitase que le empujasen para contratar a Samuel L. Jackson como John Ford hacía con Woody Strode...

Esta norma de Hollywood es rechazable por tres razones. En primer lugar, porque vetar y censurar por cuestiones ideológicas relacionadas con un movimiento radical, en este caso la teoría crítica racial que instrumentaliza movimientos como el Black Lives Matter, hace que cada vez más los Estados Unidos parezcan los Estados Soviéticos. Además, hay que considerar que esta medida es puro postureo moralista porque es en la industria cinematográfica donde menos racismo y sexismo puede haber, por mucho que hayan tenido relación con personajes tan progres y cercanos al Partido Demócrata como Epstein y Weinstein. En último lugar, pero no menos importante, porque de este modo se ensucia el prestigio de las películas que ganen tras haber sido eliminado cintas tipo Vértigo o Ciudadano Kane, como sucede con las mujeres que acceden a los puestos por cuotas o con aquellos que consiguen los suyos por apellidos célebres.

Irene Montero ha justificado la existencia del Ministerio de Igualdad en la persecución a los discrepantes con la ideología de género. En Hollywood han visto por dónde van los tiros de los totalitarios de la batalla cultural y han preferido plegarse a sus exigencias. No es nueva esta actitud cobarde de los cineastas ante el poder. Tampoco se enfrentaron al senador McCarthy porque, como explicó Orson Welles, temían perder sus piscinas. Medio siglo más tarde, siguen pensando que sus chapuzones bien valen el sacrificio de arrodillarse ante los matones de la Revolución Cultural. Hollywood bien vale una humillación. No os arrodilléis.

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