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Santiago Navajas

Karl Marx o el fracaso de la izquierda

La conexión entre Marx, el bolchevismo y el totalitarismo es un hecho sobre el que la mayoría de la izquierda no ha reflexionado lo suficiente.

Tumba de Karl Marx. | Flickr/CC/Marc Ginesta

El pacifismo y la prédica abstracta de la paz son una forma de embaucar a la clase obrera y que no se rebele contra su opresor.

(V. I. Lenin)

¿Cómo no ser marxista? El marxismo nos promete un futuro de paz, ocio y libertad basado en una teoría científica y un torrente de hechos históricos. Marx sería para sus seguidores una mezcla de Newton y Mahoma. ¿Qué degenerado, qué psicópata, en definitiva, qué liberal podría oponerse a la realización del paraíso en la Tierra? Sólo hay un problema: para llegar al desocupado ocio hay que pasar por un campo de trabajos forzados, la paz total exige la violencia infinita y la libertad, un paseo por el valle de la muerte de la dictadura del proletariado. Todo ello implica contradicciones. Pero los marxistas cabalgan contradicciones como los cuatro jinetes del Apocalipsis sus caballos, con desparpajo y alevosía. Sin pestañear defenderán que su violencia es legítima porque su objetivo final es acabar con la violencia. Que su dictadura es justa porque al final se disolverá el Estado y no habrá explotación ninguna. Que ya Dante para llegar al Paraíso tuvo que pasar primero por el Infierno. Y que Hegel, el maestro de Marx, había dejado escrito que las contradicciones no hay que tratar de resolverlas sino asumirlas tal cual.

La identidad no es más que la determinación de lo que es simplemente inmediato, del ser muerto, mientras que la contradicción es la fuente de todo movimiento, la raíz de toda vida.

El rigor lógico le parecía a Hegel un subproducto del rigor mortis mental. Por eso el marxismo se va a lanzar de cabeza a la piscina de las contradicciones como le explicó Milan Kundera a un estupefacto Philip Roth al relatarle el sufrimiento de los checoeslovacos bajo el régimen de terror soviético, en el que poetas y filósofos adictos al comunismo disculpaban y justificaban todo tipo de horrores.

El mal está presente ya en lo hermoso, el Infierno ya está contenido en el sueño del Paraíso; y si queremos comprender la esencia del Infierno hemos de analizar también la esencia del Paraíso en que tiene origen.

Sería inocente criticar a Hegel y Marx por incoherentes: la incoherencia es el motor de su pensamiento como la lucha será el fundamento de su acción. Lo llamarán dialéctica y lo convertirán en una doctrina mística sobre la esencia del universo (materialismo dialéctico) y la estructura de la sociedad (materialismo histórico). Para Hegel, y por tanto para Marx, la negación tiene un poder constitutivo. Por eso para Marx hace falta la violencia para acabar con la violencia porque la violencia anida en su seno su propia negación. Siguiendo este tipo de pensamiento, cuanto más violencia, mejor. Porque estaremos más cerca de su negación, la absoluta falta de violencia. Se podría dejar a la Historia seguir su propio curso, la lucha de contradicciones entre amos y esclavos, capitalistas y obreros, pero también podemos introducir en el devenir acelerantes como los que usan los incendiarios en sus fuegos: la revolución. A partir de Marx la política será indistinguible de la revolución y su gemela, la violencia. Ese espíritu romántico ya había hecho mella en la Revolución Francesa, haciéndola descarrilar hacia el Terror, e incluso en la Revolución Americana, en la que Jefferson tuvo un arrebato jacobino al proclamar que el árbol de la libertad debe ser regado de cuando en cuando con la sangre de patriotas y tiranos.

En los gulags soviéticos podrían haber colocado el mismo lema que presidía Auschwitz: "El trabajo os hará libres". Filosóficamente significa que la libertad y el trabajo utilitario están vinculadas inexorablemente en el reino de la necesidad. Esta es la esencia de la visión marxista que contradice la idea liberal que opone la libertad a la necesidad porque identifica la libertad con la espontaneidad. A partir de Marx, la violencia no es accesoria y complementaria de la acción política sino su núcleo fundamental. A Pablo Iglesias, un neomarxista, le gusta repetir que “la guillotina es la madre de la democracia”. De la democracia popular y las repúblicas comunistas, sin duda. Como sentenció Marx en El capital: "La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva". Se suele olvidar mencionar la frase anterior de Marx que conduce a la violencia como partera:

Pero todos ellos recurren al poder del estado, a la violencia organizada y concentrada de la sociedad, para fomentar como en un invernadero el proceso de transformación del modo de producción.

Esa violencia organizada y concentrada de la sociedad en el Estado es lo que constituye para Marx la esencia de la política. Para los marxistas, la violencia es algo malvado que hay que denunciar cuando supone el paso del feudalismo al sistema burgués, porque no es más que el paso de un tipo de explotación a otro tipo de explotación. Pero, ¿qué sucedería si se garantizase que se va a usar dicha violencia organizada y concentrada no para implantar otro régimen explotador sino, por el contrario, un Edén sin frutos prohibidos ni espadas flamígeras? En dicho caso, no sólo estaría justificado dicho sistema opresor sino que habría que aplaudirlo como inequívocamente bueno. A este nivel de demagogia, sofistería y mendacidad llegó el marxismo que construyó el peor sistema político para vivir y lo denominó paraíso. Además, dado el poder de la negación llegaríamos a la paradoja suprema de que en el instante anterior a la consecución de las cimas del pacífico Paraíso igualitario deberíamos sumergirnos en los abismos de la violencia del Infierno dictatorial. La antesala de la sociedad sin clases debería ser la más férrea, dura y cruel dictadura del proletariado que cupiese imaginar. Si Marx es el Dios Padre de este Santísima Trinidad totalitaria y Lenin su Dios Hijo, entonces Stalin no sería sino el Espíritu Santo del Terror. Esa conexión directa entre Marx, el bolchevismo y el totalitarismo no es lineal y transparente pero es un hecho sobre el que la mayoría de la izquierda no ha reflexionado lo suficiente. De ahí su negativa en España y el PSOE, por ejemplo, a asumir, pedir perdón y eliminar su pasado vinculado a criminales políticos como su fundador, Pablo Iglesias, y sus líderes Largo Caballero y Prieto. Escribía Hannah Arendt sobre Karl Marx y las revoluciones socialistas:

acontecimientos que al final llevaron a la forma enteramente nueva de gobierno que conocemos como dominación totalitaria (...) Que él se probase de utilidad para el totalitarismo (...) es un signo de la relevancia efectiva de su pensamiento, aunque también sea al mismo tiempo la medida de su fracaso último.

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