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Marcel Gascón Barberá

¿Es la pandemia una oportunidad para España?

En las siguientes elecciones ya nadie podrá ignorar lo que está en juego.

Ciudadanos barceloneses colocan banderas de España en Barcelona con motivo del 12 de octubre. | Twitter|Unión de Brigadas

La pandemia de coronavirus ha supuesto una debacle para España desde todos los puntos de vista. En la cuestión sanitaria, estamos entre los países del mundo con peores números. En términos proporcionales, nadie o casi nadie ha tenido que enterrar por el covid a tantos muertos como nosotros. Tras salir de la primera ola con las estadísticas más dramáticas de Europa, seguimos en lo más alto de las listas de muertes y nuevos casos del continente. Moncloa lo atribuye a un extraño ensañamiento del virus con los españoles. Pero todos los estudios serios realizados coinciden en situar al de España entre los Gobiernos que peor han gestionado la crisis.

Las cosas no están mejor en lo económico. Acaba de decir el FMI que España es la única gran economía que no levanta cabeza, y la recuperación en V que predecía Calviño se está quedando en una L por culpa del Gobierno. De un Gobierno que sigue apretando las tuercas a quien crea riqueza en vez de aparcar su revanchismo ideológico y reducir trabas para propiciar inversiones y que los empresarios no cierren.

Igual o más grave que el bache económico es la degradación del sistema democrático. La pandemia ha acelerado el proceso que empezó Sánchez empeñando la democracia para comprar los votos que necesitaba a los partidos que viven de dinamitar España. Podemos ha visto en la crisis una oportunidad única para avanzar en unos objetivos revolucionarios que parecían remotos en el clima más estable de antes del virus. Estos objetivos son hoy un horizonte alcanzable de cuya consecución depende en gran parte la supervivencia política de Sánchez. En parte por convergencia ideológica, pero también para evitar ser aplastado por el fracaso en la respuesta al virus y la crisis económica, la parte socialista del Gobierno ha optado por pisar a fondo el acelerador para salir del embrollo. El resultado es la deriva de demolición de los contrapesos de poder a la que asistimos.

De la televisión pública y el CIS a la Abogacía del Estado, pasando por la Guardia Civil y la Policía y hasta llegar al CNI y a los jueces, las instituciones van cayendo una tras otra en manos de la mayoría de izquierdas en que se sustenta el Gobierno, sin que el grueso de la sociedad parezca querer enterarse de lo que está viendo.

Las dramáticas circunstancias en que votaremos y la virulencia con que el Gobierno se ha entregado a ejecutar su proyecto de cambio de régimen bien pueden ser una oportunidad para que la sociedad española abra los ojos.

Expuestas estas circunstancias, parece descabellado presentar el argumento con el que titulo este artículo: ¿puede ser que la pandemia, sin dejar de haber supuesto una tragedia para España, nos esté dando una oportunidad para reaccionar al proyecto autoritario de PSOE y Podemos?

Es verdad que el shock del coronavirus ha precipitado la aplicación de los planes revolucionarios de buena parte de nuestra izquierda. Pero esos planes ya existían antes. Avanzaban, es cierto, a una velocidad muy inferior, de una forma mucho más gradual. Pero las leyes discriminatorias de género ya se habían aprobado y hubieran seguido aprobándose sin el covid. La ley orwelliana de memoria democrática iba a ser una realidad también sin el estado de alarma. La voracidad institucional de Sánchez e Iglesias no la ha traído el virus y la sumisión a los separatistas encarcelados a cambio de apoyo parlamentario: también viene de más lejos.

Quiero decir que íbamos al mismo lugar, pero a un paso mucho más lento, por un camino sin baches y en un coche mucho más cómodo. Dicen las encuestas que la izquierda podría volver a ganar si se celebraran ahora elecciones. El proceso de degradación institucional, por tanto, parece no espantar a las masas como cabría esperar.

Con 50.000 muertos, la peor crisis económica que recordamos y esta ofensiva grotesca y apresurada contra la neutralidad democrática, no parece haberse producido una reacción ciudadana suficiente como para cambiar de Gobierno. ¿Qué movilización podríamos haber esperado si el proceso de exclusión de la derecha hubiera continuado a un ritmo más gradual? ¿Teníamos alguna opción de pararlo en las urnas con una situación económica en declive pero aún boyante, con un Gobierno disfrazado para la ocasión de moderado, regalando dinero en otra ronda de viernes sociales y sin la prueba irrefutable de su extrema peligrosidad que nos ha dado la pandemia?

Las dramáticas circunstancias en que votaremos y la virulencia con que el Gobierno se ha entregado a ejecutar su proyecto de cambio de régimen bien pueden ser una oportunidad para que la sociedad española abra los ojos. Para que se dé cuenta de lo que le espera si la izquierda y los separatistas vuelven a ser mayoría en unas elecciones generales convertidas en referéndum sobre la democracia sin adjetivos que conocemos. Y en las que ya nadie podrá ignorar lo que está en juego.

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