Colabora
Fernando Cota Acuña

El amanecer liberal-conservador

Liberales y conservadores estamos llamados a encontrarnos en lo que nos une para disentir del consenso socialdemócrata.

| David Alonso Rincón

De las diferencias entre liberales y conservadores mucho se ha escrito, y su largo conflicto histórico muestra que no eran diferencias menores. Sin embargo, hoy en día es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Liberales y conservadores tenemos en común la idea de que es la persona y sus derechos, y no los derechos del colectivo, los que deben estar en el centro de la acción política. También, que estos derechos son inalienables: ni las razones de estado ni los intereses de la tribu son excusa para violentarlos. Creemos que entre esos derechos están la vida, la libertad y la propiedad privada; que todos somos iguales ante la ley; que la libertad implica responsabilidad; que la familia es núcleo de la sociedad y el gobierno no debe invadir esa esfera íntima. Finalmente, coincidimos en que el sistema de libre mercado no solo es el único congruente con estos derechos, sino el único capaz de generar prosperidad y de abatir la pobreza.

En cualquier caso, lo cierto es que la historia de la Iberosfera está marcada por la lucha entre ambas facciones, que comienza con los debates de la Constitución de Cádiz de 1812 y tiene profundo eco en España y en las nuevas repúblicas americanas.

En España, ese conflicto determinó los reinados de Fernando VII e Isabel II: pronunciamientos militares, guerras civiles y una sucesión de constituciones de partido. La inestabilidad terminó estallando en 1868 con la abdicación de la reina, la importación de un rey efímero y una todavía más breve república dominada por el caos. No fue sino hasta 1874, en la Restauración Borbónica, que conservadores y liberales llegaron a un punto de acuerdo que permitió establecer un régimen que le dio a España estabilidad política durante más de cuatro décadas y la posibilidad de detonar su revolución industrial.

En México, los conflictos entre liberales y conservadores también son responsables de la inestabilidad tras su independencia –desde invasiones extranjeras, hasta dolorosas guerras civiles–. Solo con la llegada a la presidencia de Porfirio Díaz en 1876, ambas tendencias encontraron una cierta de síntesis. Esta le dio a México un régimen de prosperidad y estabilidad sin precedentes que se sostuvo hasta 1911.

Los lectores en otras naciones hermanas verán en estas historias muchas similitudes con sus propios países. Aunque estas nos muestran lo profundas que pueden ser las diferencias entre liberalismo y conservadurismo, también nos enseñan que existió entonces la posibilidad de un encuentro, una síntesis que rindió buenos frutos. Hoy es un buen momento para recordar todo lo que nos une.

Porque nos une lo esencial. Porque hoy está bajo ataque.

Bajo ataque

Dormidos en los laureles tras la derrota del modelo soviético, navegamos en piloto automático. Permitimos que la tecnocracia marcara la agenda económica y que los progresistas marcaran la agenda cultural. Pensamos que los tecnócratas resguardarían el libre mercado; no que usarían sus facultades para incrementar su propio poder de forma paternalista. Creíamos que los progresistas promoverían mayores libertades personales, y no imaginamos que desarrollarían un credo basado en el colectivismo recién derrotado, el neotribalismo y la anulación de la responsabilidad del individuo.

Y así se llegó al consenso socialdemócrata: una rendición ante los “expertos” y ante lo políticamente “correcto” que los políticos de centroderecha aceptaron acríticamente.

En España, este centroderecha fue liderada de 2004 a 2018 por Mariano Rajoy, un eficaz político que, siempre opuesto a hablar de ideas, llegó a invitar a salir del partido a quienes reivindicasen ideales liberales o conservadores. Su gestión económica, que sacó a España de una gravísima crisis y permitió volver a crear millones de empleos, no dio réditos políticos. Tan pronto como término su presidencia, el Partido Popular pasó de ganar unas elecciones en 2016 con el 33% de los votos, a hundirse en 2019 con apenas el 16%.

Permitimos que la tecnocracia marcara la agenda económica y que los progresistas marcaran la agenda cultural.

Algo similar ocurrió en México. La presidencia de Felipe Calderón (2006-2012) superó de manera exitosa la crisis económica de 2008, una importante emergencia sanitaria, y por primera vez el Estado Mexicano se atrevió a enfrentar frontalmente a los cárteles del narcotráfico. Pero Calderón también se resistió a enfrentar una batalla de las ideas. Como Rajoy, lo cedió todo al consenso socialdemócrata. En las elecciones de 2012, el PAN no solo perdió la presidencia, sino que se fue al tercer puesto, con el 25% del voto.

Seis años después, el PAN profundizó esa estrategia. En 2018 presentó a un candidato brillante y talentoso: Ricardo Anaya. Pero lo presentó en una alianza con otros dos partidos: uno abiertamente socialista (el PRD, integrante del Foro de São Paulo) y otro progresista (MC). Esto impidió desarrollar una campaña basada en la defensa de los ideales liberal-conservadores del PAN. Anaya perdió las elecciones y el PAN apenas obtuvo 17% del voto.

Nuevamente es posible reconocer en estos sucesos el espejo de otras historias paralelas en otros países. ¿Macri? ¿Piñera? ¿Santos?

Amanecer

Las cosas no tienen que ser así y ya no serán así. Los ciudadanos, hartos de la pasividad de la centroderecha, no solo retiraron sus votos sino que hicieron sentir sus voces. Ante los ataques del gobierno, grupos en defensa de las familias crecen en protección de su autonomía y contra el adoctrinamiento educativo. Ante el expolio fiscal, organizaciones de contribuyentes plantan cara a las políticas recaudatorias. Ante la censura de lo políticamente correcto, las redes son un hervidero de defensa radical de la libre expresión. La defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada es la nueva contracultura.

Y la clase política ya no se queda atrás. En España surge Vox como una explosión contestataria a la omertá política. De ser un grupo marginal con el 0.2% del voto en 2016, hoy ya es la tercera fuerza política de España, con el respaldo de 3,640,000 ciudadanos, y abre debates que ya se pensaban cerrados.

Por su parte, el Partido Popular podría salir del letargo. Su nuevo líder, Pablo Casado, derrotó en las primarias a Soraya Sáenz, vicepresidenta de Rajoy y representante por excelencia del tecnocratismo. Algo podría empezar a moverse en el partido que había renunciado a plantar cara a la izquierda. De momento, seguimos a la expectativa.

¿Y en México? La situación es esperanzadora. El PAN quiere volver a ser aquel partido que enfrentó con principios e ideas al régimen priista. Pronto presentará a la sociedad su Programa de Acción Política, donde hace un alegato claro y contundente en favor del derecho a la vida desde su concepción, de las familias como primera comunidad natural, del derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, de la libre expresión, del derecho a la propiedad privada y de la economía de libre mercado.

Como España y México, otras naciones de la Iberosfera empiezan a vivir este nuevo amanecer. En este despertar, liberales y conservadores estamos llamados a encontrarnos en lo que nos une para disentir del consenso socialdemócrata.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario