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Eduardo Goligorsky

Una profanación imperdonable

Profanan la memoria de Ernest Lluch con el fin bastardo de blanquear a los albaceas de los etarras que lo inmolaron y con los que están amancebados.

Profanan la memoria de Ernest Lluch con el fin bastardo de blanquear a los albaceas de los etarras que lo inmolaron y con los que están amancebados.
Ernest Lluch. | EFE

Cuando los capitostes del PSOE rindieron homenaje a su correligionario Ernest Lluch al cumplirse el vigésimo aniversario de su asesinato, evitaron citar la sigla de ETA, la banda que armó la mano del sicario. ¿Cómo podían mencionarla cuando están en pleno proceso de incorporación de los albaceas de esos matarifes a “la responsabilidad de la dirección del Estado”? Lo que hicieron, los muy taimados, fue olvidar la filiación de los verdugos (“los terroristas”, tuiteó Sánchez, con una generalización torticera) y poner el acento en el talante dialoguista de la víctima. Y así profanaron su memoria, utilizándola para encubrir y justificar el obsceno idilio con los bilduetarras afines a los asesinos.

La profanación empezó, en verdad, muy temprano, como advertí en el capítulo “La mitificación del diálogo” de mi libro Por amor a Cataluña (Flor del Viento, 2003). Fue cuando la periodista Gemma Nierga abusó de la confianza de los organizadores de la manifestación póstuma en homenaje a Ernest Lluch e introdujo por su cuenta y riesgo en la declaración que ellos habían redactado una exhortación al diálogo. El rector de la Universidad del País Vasco, Manuel Montero, se indignó, y sostuvo en declaraciones a Antena 3: “Parecería que nos estábamos manifestando a favor de los asesinos”. El rector defendió el diálogo “entre los demócratas, pero no con ETA”, y aseguró que la palabra diálogo estaba “absolutamente pervertida”.

Las imposiciones de la fiera

Fernando Savater puso los puntos sobre las íes (“Instrumentación política”, El País, 11/1/2001):

Pocas víctimas del terrorismo han sido instrumentalizadas con tanto entusiasmo y desde el primer día como Ernest Lluch. (…) La palabra que el caso ha convertido en fetiche político es diálogo. A mi juicio, instar al diálogo en un sistema democrático parlamentario es algo tan irrefutable y ocioso como encomiar a los peces las ventajas de la natación. Incluso tiene mucho de ofensivo que, tras veinte años de democracia, se nos venga a recomendar el diálogo como algo inédito por los mismos que gracias a él tanto han obtenido y que tanto tiempo hace que gobiernan a los vascos. (…) O bien se trata de insinuar que sería aconsejable pactar con el PNV alguna concesión semejante a lo exigido por ETA, de tal modo que se contentase un poco a la fiera sin ceder directamente en apariencia a sus imposiciones.

Ahora se contenta a la fiera cediendo directamente a sus imposiciones sin salvar siquiera las apariencias. Y se encubre a los asesinos.

Incluso alguien tan alejado del pensamiento de Savater como era Baltasar Porcel opinó desde el bando catalanista censurando los coqueteos con ETA (“Las doce cuestiones”, LV, 18/7/2001):

Lo ocurrido con la memoria de Ernest Lluch –contrario al diálogo con los asesinos si no dejaban de matar, visceralmente opuesto al comunismo y en la actualidad marginado en el PSC y el PSOE, pero que ha sido convertido en absoluto político socialista y en adalid de los foros de paz proetarras y hasta filocomunistas y desde luego contrarios al PP– confirma cuánto desastroso y falaz despropósito existe alrededor de todo el problema.

Polémicas civilizadas

En mi libro arriba citado también abordé las polémicas civilizadas que entablé con Ernest Lluch en las páginas de La Vanguardia en torno al nacionalismo catalán. Lluch criticó “la incomprensión que se da en algunos latinoamericanos por los derechos nacionales de los ciudadanos. La misma que tienen por los que hablan el quechua” (LV, 6/3/1997). Y añadió que el principal freno para la difusión del catalán en la escuela era “la presencia de extranjeros, de los que me duele mucho la presencia de hispanoamericanos, como sabe mi amigo Eduardo Goligorski (sic)”.

Le respondí en “Por qué no aprendí quechua” (LV, 22/4/1997):

Hoy, quienes ponen más énfasis en los derechos nacionales de los grupos étnicos, lingüísticos y tribales que perduran en algunas regiones del continente americano son los eternos sembradores de contiendas fratricidas, nazionalistas (con zeta), castristas, teólogos de la liberación y narcoguerrilleros que izaron en 1992 [quinto centenario del descubrimiento de América] las banderas del indigenismo y el antiespañolismo viscerales.

Lo inmolaron los etarras

Solo conversé con Lluch durante un breve encuentro fortuito en la Rambla Santa Mónica de Barcelona y, muy extensamente, una tarde en la cafetería de la librería Laie, donde nos reunió un amigo común. Allí aireamos nuestras discrepancias en un diálogo cordial. Guardo un recuerdo imborrable de aquella conversación y del afecto con que me trató a pesar de nuestras diferencias. “Tú no eres un luchador”, me dijo, sonriendo, “sino un duchador, por las duchas frías que das a quienes polemizan contigo”.

Qué tiempos aquellos en que tenías enfrente, esgrimiendo argumentos opuestos a los tuyos, a una persona culta, respetuosa y honesta, que te obligaba a activar las neuronas para responderle cuando te contradecía. Nada que ver con la indigencia intelectual y ética de la hez que nos gobierna tanto en el plano nacional como en el regional. Y razón de más para abominar de los tránsfugas que profanan la memoria de Ernest Lluch con el fin bastardo de blanquear a los albaceas de los etarras que lo inmolaron y con los que están amancebados. Sí, basta de blanqueos indecentes: lo inmolaron los etarras.

“Pobre Lluch, y pobre de mí, de nosotros”, escribió Savater a modo de epitafio.

PS: Cuando veo los homenajes que los paletos descerebrados rinden a los asesinos etarras que salen de la cárcel y vuelven a sus madrigueras, y cuando leo las condolencias que el entreguista presidente del Gobierno envió a los bilduetarras tras el suicidio de uno de sus esbirros en la celda donde cumplía condena por sus crímenes, no puedo dejar de recordar con gratitud a los patriotas José Barrionuevo, Rafael Vera y el general Enrique Rodríguez Galindo, condenados a prisión por el abnegado papel que desempeñaron en el frente subterráneo de la guerra contra ETA.

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