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Santiago Navajas

Capitalistas que odian el capitalismo

La peor pesadilla liberal es que Leviatán y Behemot se lleven bien, como ocurrió durante la Alemania nazi.

El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, compareciendo en el Senado de EEUU. | Cordon Press

Lo explicaba Domingo Soriano: mientras que los liberales denunciamos la colusión entre las grandes empresas de internet (GAFA: Google, Amazon, Facebook, Apple) y el Estado progre, los libertarios se convierten en cómplices de la destrucción del mercado y del Estado de Derecho defendiendo ingenuamente la alianza entre Leviatán y Behemoth (los dos monstruos bíblicos que representan, respectivamente, el poder autoritario del Estado y el de los cárteles).

Dado que también Federico Jiménez Losantos, Mario Noya, Daniel Rodríguez Herrera, Marcel Gascón y yo mismo nos hemos extendido en estas mismas páginas sobre la actual situación de censura por parte de Big Tech Brother, voy en esta ocasión a referirme al origen intelectual del cisma contemporáneo entre liberales y libertarios en lo relacionado con la limitación del poder de las grandes empresas. En 1949 se produjo un acalorado debate en la Sociedad Mont Pelerin, que había fundado Hayek para promover las ideas liberales durante la posguerra mundial, cuando el intervencionismo y no sólo el miedo sino también el odio a la libertad se imponían en mundo. En la reunión de ese año, Walter Eucken y Ludwig von Mises tuvieron una agria y encendida discusión acerca de las regulaciones para impedir que se produjesen monopolios (no naturales) económicos que alterasen la competencia en los mercados. Mises defendía la absoluta libertad de los empresarios para intentar maximizar sus beneficios, incluso con acuerdos de colusión, por lo que se ponía a cualquier política antitrust y a que una agencia independiente vigilase para que las grandes empresas no conspirasen contra la libre competencia imponiendo precios u otro tipo de tácticas anti mercado.

Eucken, por el contrario, defendía el principio de soberanía del consumidor, lo que excluye la colusión empresarial para evitar que la competencia y la evolución de las normas sociales funcionen correctamente de una manera espontánea. Tan lesivo es para un orden económico, social y político liberal la intrusión del Gobierno de turno como la de corporaciones empresariales. Es por ello que Eucken defendía que, del mismo modo hay que limitar el poder que tiene el Estado, impidiendo que cualquier instancia pública se convierta en dominante, también hay que evitar en el seno del mercado que ningún agente tenga demasiado poder. Es por ello que Eucken defendía que también la libertad de contratos debe ser limitada, de modo que no afecte a la competencia, para que no se produzcan cárteles y oligopolios concertados.

El liberalismo es un sistema para organizar el Poder limitándolo y estructurándolo de modo que, entre todos aquellos que participan de él, se cree una dinámica positiva que multiplique el poder de cada uno de una manera lo más armoniosa posible, evitando conflictos que lleven a que algunos detenten el poder de manera espuria favoreciendo intereses particulares en detrimento de otros que también merecen consideración y respeto, aunque sean más frágiles y vulnerables.

Diferenciando entre el Poder con mayúscula y el poder con minúscula me refiero, respectivamente, a que la característica de aumentar y conseguir más poder por parte de unos agentes tiene una lógica propia, la lógica de la voluntad de poder que lleva a querer pasar de tener poder sobre uno mismo a tener poder social, institucional y estructural, de modo que el poder de uno se alimente del poder de los otros. Esta dinámica del Poder es completamente natural, pero ello no significa que sea buena. El liberalismo es la ideología política que se distingue del resto por tener más en consideración la necesidad de que el Poder está vigilado, limitado y equilibrado para que ninguna de sus posibles realizaciones llegue a restringir, disminuir y anulas de manera irrazonable el poder de otras instituciones.

Las grandes empresas sueñan con un pacto con el Estado que las convierta en un monopolio natural por decreto ley. El capitalismo puede ser muy malo para los capitalistas...

Entre los agentes que más tienden a tratar de convertir su poder en Poder tenemos al pueblo, el Estado y las grandes empresas. Los populismos parten de la idea de que el pueblo no sólo es el poseedor nominal del Poder sino que debe ejercerlo tal cual. Su manifestación más prístina fue la asamblea ateniense que en el siglo V a. C. consideró que ninguna ley podía situarse por encima de una decisión tomada por la propia asamblea. Desde entonces, la democracia popular y la democracia constitucional, la que defiende la gobernanza del derecho por encima del gobierno de los hombres, están directamente enfrentadas.

Otra instancia que reclama para sí todo el Poder es el Estado. Fue Hobbes en su obra El Leviatán el que recogió el testigo de Platón en su República y Las leyes para justificar que el soberano debía poseer el poder absoluto, controlando los medios de comunicación de su época, entonces las universidades y la recién estrenada imprenta, de modo que no se dijese ni se publicase nada que no tuviera el nihil obstat de la autoridad competente.

Otro agente con voluntad de poder total es la gran empresa. A los empresarios, llamémosles capitalistas, no les gusta la economía de mercado, consideremos el término capitalismo, porque a pesar de que se benefician de ella también pueden ser expulsados de la competición por otras. Por ello Schumpeter denominó al capitalismo un orden de “creación destructora”. Las grandes empresas sueñan con un pacto con el Estado que las convierta en un monopolio natural por decreto ley. El capitalismo puede ser muy malo para los capitalistas...

Decíamos al principio que si el Leviatán simboliza el poder absoluto del Estado, Behemoth, otro monstruo bíblico, representa el poder absoluto de los cárteles empresariales. La peor pesadilla liberal es que Leviatán y Behemot se lleven bien, como ocurrió durante la Alemania nazi. Sin embargo, un pequeño círculo de liberales en el corazón del nazismo, la Universidad de Friburgo, donde reinaba el filósofo oscuro Martin Heidegger, tomaron nota de la situación mientras organizaban la Resistencia.

Para zanjar la discusión con Eucken, que había invocado al mismísimo Adam Smith como testigo de cargo de su argumentación contra las conspiraciones contra el público por parte de las grandes empresas, Mises exclamó: “What, Adam Smith! I am Liberalism”. ¿Con qué se halla más de acuerdo usted, estimado lector liberal: con el principio de soberanía del consumidor de Eucken o el de inviolabilidad de los capitalistas de Mises?

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