El nacionalismo funciona como un culto profano en un universo paralelo plagado de supersticiones. Sustituye la creencia en entes divinos por la sacralización de ámbitos territoriales, arcanos genealógicos, lenguas atávicas, tradiciones míticas, costumbres heredadas, epopeyas ficticias y un panteón de héroes invictos y mártires inmolados. Lo gobiernan pontífices con poderes para promulgar dogmas, vigilar su cumplimiento y excomulgar a los herejes, y cuenta con un nutrido contingente de chamanes que entretienen con sus sortilegios a los prosélitos. Eso sí, el ardid empleado para mantener cohesionado al rebaño de esta Ítaca artificial consiste en inculcarles desde la cuna a los borregos, por todos los medios de comunicación y de enseñanza, que viven rodeados de enemigos seculares, de los que deben aislarse física, social, cultural y económicamente.
El signo de Caín
Puesto que todo el argumentario de los apóstoles de la segregación descansa sobre bases irracionales, pasa inadvertido a los catequizados que en el mundo real aquellos a quienes se tilda de enemigos seculares son seres humanos idénticos a ellos, con sus mismos vicios y virtudes, y con los que, además, compartieron siglos de convivencia en su condición de compatriotas. Unas veces bajo el signo de la fraternidad y otras bajo el de Caín, pero siempre en la patria común. Hablamos de Cataluña y España.
El nacionalismo ha decretado que el signo que hoy prevalece en Cataluña es el de Caín. Los taumaturgos de la cruzada supremacista no imaginaron, empero, que el virus cainita que estaban sembrando por sus pagos los infectaría también a ellos y a sus huestes. Hoy, los más de cuatro millones de ciudadanos catalanes censados que no comulgan con los fetiches del separatismo y profesan lealtad a la Monarquía parlamentaria asisten, asombrados y, por qué no decirlo, asustados a la riña tabernaria entre las sectas en que se han dividido los usufructuarios del poder regional, arrastrando consigo cada uno de ellos a su fracción del millón y pico de vecinos que todavía los votan, como si de lotes de ganado se tratara.
Dimensión profética
El mal viene de lejos. El 16 de abril de 1981, La Vanguardia Española (así se llamaba entonces) publicó un carta muy extensa en la cual el hasta pocos días antes presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, le advertía al director del diario, Horacio Sáenz Guerrero:
Es desolador que hoy la megalomanía y la ambición personal de algunos nos hayan conducido al estado lamentable en que nos encontramos. ¿Cómo es posible que Catalunya haya caído nuevamente para hundirse poco a poco en una situación dolorosa, como la que está empezando a producirse?
La carta, que vale la pena repescar en la hemeroteca, denunciaba sin eufemismos la política rupturista que había puesto en marcha su sucesor Jordi Pujol. Releída íntegramente ahora, asume una dimensión profética. A los prebostes de las sectas en que se ha dividido el independentismo les importan un rábano el progreso de la región cuyo gobierno se disputan y el bienestar de sus habitantes. Editorializa La Vanguardia (“Una demora excesiva y exasperante”, 25/3):
El hecho de que Catalunya atraviese horas bajas, debilitada por la pandemia y por sus efectos económicos, no les parece lo suficientemente preocupante como para postergar su proyecto independentista y centrarse en unas tareas de recuperación clave para los catalanes.
Un botín codiciado
Vayamos a los hechos. Las dos sectas en pugna –Junts per Cat y ERC, con el apéndice envenenado de la CUP antisistema– rivalizan en la perseverancia de su discurso independentista que, aunque sujeto a matices tácticos, siempre desemboca en la fundación del esotérico apartheid étnico. El referéndum de autodeterminación y la amnistía para los sediciosos presos figuran en el programa de las dos sectas, lo mismo que la unilateralidad en un punto más próximo o más distante del trayecto.
¿Por qué entonces riñen con tanto encono las dos sectas? Lo inexplicable es, precisamente, que la minoría aún adicta al procés (el 27 % del censo) y enrolada en uno de los dos bandos no se formule esta misma pregunta. Pregunta que, para quienes tratamos de juzgar los hechos con ecuanimidad, tiene una respuesta obvia. Los líderes enfrentados entre sí actúan movidos exclusivamente por el apetito de poder y de lucro. Para esos buitres rapaces, Cataluña no es una patria sino un botín codiciado, con los fondos de recuperación europeos como trofeo… amén de una cornucopia de prebendas para los chupópteros leales.
El talismán del prófugo
La secta del cenobita Oriol Junqueras lo apuesta todo a los trapicheos de sus rufianes con el Gobierno entreguista de Pedro Sánchez, en tanto que el talismán del prófugo Carles Puigdemont para imponer su autocracia es el Consell per la República, una franquicia de su monopolio personal que “aspiraba a un millón de afiliados y apenas alcanza 90.000, cifra inferior al número de seguidores del FCD Espanyol” (Joaquí Luna, “Ya gobernará la abstención”, LV, 25/3).
La guerra entre las dos sectas que se disputan la ortodoxia del independentismo no incurre en los excesos de salvajismo que caracterizan a la de chiíes contra suníes, pero casi…El ex president putativo de la Generalitat al servicio del puigdemontismo, Joaquim Torra, veterano racista y admirador de los pistoleros antisindicales de los años 1930, confiesa en su libro de memorias Les hores greus:
No estaba preparado para la crueldad de la política catalana, quizás tampoco tenía la ambición ni la fuerza que son necesarias, pero yo me pensaba que íbamos a hacer la independencia y no la guerra entre nosotros.
Y todo en una legislatura marcada por “las cuchilladas constantes y despiadas entre los socios de gobierno”.
Le toman el pelo
Insisto en preguntar cómo es posible que la minoría (el 27% del censo) que aún vota a los tahúres no reniegue de ellos indignada, consciente de que le toman el pelo y la esquilman descaradamente. Si hasta la pirómana incurable Pilar Rahola se avergüenza del esperpento que montan sus correligionarios (“Gobierno”, LV, 21/3):
Hay una tercera posibilidad y es que, finalmente, el acuerdo naufrague por las exigencias de unos, la inflexibilidad de otros y los recelos de todos. Esta opción no sería un fracaso de ERC o de Junts. Sino una bofetada a toda la masa social que aguanta y confía, elección tras elección, y que solo recibe decepción tras decepción.
La riña entre las sectas se ha vuelto insoportable para quienes llevan décadas bregando por la secesión de Cataluña y ven cómo un hatajo de trepadores mediocres echa a perder el tinglado que a ellos les costó tanto trabajo armar. Francesc-Marc Álvaro da rienda suelta, una vez más, a su frustración (“En un ángulo muerto y oscuro”, LV, 27/3):
Más allá y más acá de las desconfianzas, están atrapados en un ángulo muerto y oscuro donde se han acumulado tantas miserias, zancadillas y cálculos estériles que cuesta imaginar un clima de cooperación para hacer funcionar un nuevo Govern bipartito. (…) Mientras, la ciudadanía contempla atónita cómo el interés general lleva meses en el congelador.
Vivir en paz
Hemos llegado al límite. La sociedad española no puede permitir que dos sectas minoritarias poseídas por los instintos de agresión y de territorialidad latentes en el paleoencéfalo reptiliano devuelvan Cataluña a la época de las cavernas, ensañándose con la mayoría civilizada. Que los bárbaros se hostiguen los unos a los otros es natural porque lo llevan implantado en su ADN, pero tomemos las precauciones necesarias para que al resto de los ciudadanos pacíficos nos dejen vivir en paz.
PS: La ofensiva oficial contra la lengua española expande el embrutecimiento desde el parvulario hasta la cátedra universitaria, pasando por el atril parlamentario y la prensa. En un artículo publicado en La Vanguardia el 28 de marzo, el celebrado gurú Enric Juliana utiliza dos veces (2) el verbo infringir (transgredir) asociado a “derrota” cuando corresponde infligir (asestar). Rebotaría incluso en la prueba para guardia urbano.