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Santiago Navajas

Dos dogmas de la izquierda (terrorista)

Dos exdirigentes de UPyD, Gorka Maneiro y Julio Lleonart, han sostenido que ETA no era de izquierdas. Simplemente, los etarras serían malas personas.

Dos exdirigentes de UPyD, Gorka Maneiro y Julio Lleonart, han sostenido que ETA no era de izquierdas. Simplemente, los etarras serían malas personas.
Homenaje a etarras en el Palacio del Marqués de Rozalejo. | Twitter

Dos exdirigentes de UPyD, Gorka Maneiro y Julio Lleonart, han sostenido últimamente que ETA no era de izquierdas. Simplemente, los etarras serían malas personas. Explica Maneiro en Twitter:

Según dicho análisis, los etarras lo mismo podían haber participado en ETA que en la Mafia, el Klu Klux Klan o Psicópatas Sin Fronteras. Sin embargo, y por mucho que la izquierda pretenda disimular su compromiso con la violencia, es una evidencia que los etarras justificaban los asesinatos con una inequívoca argumentación izquierdista. Y es que hay dos dogmas de la izquierda en general que conducen inequívocamente a la violencia, sea en el modo explícito del terrorismo o en el más difuso pero igualmente ominoso de la intimidación, vinculada a los escraches y la kale borroka, y el autoritarismo.

El primer dogma, explícito, tiene su formulación más prístina en Marx, que consideraba que la violencia es la partera de la Historia. Por otro lado, el dogma autoritario según el cual forma parte del idealismo pequeño burgués pretender que se pueden subvertir las relaciones de producción alienantes y explotadoras mediante el diálogo y el parlamentarismo. Para Franz Fanon, el terrorismo de izquierda está justificado porque se ejerce en defensa propia dentro del esquema de la lucha de clases:

La violencia del régimen colonial y la contraviolencia del nativo se equilibran con un grado extraordinario de homogeneidad recíproca. (…) Los actos de violencia por parte de los pueblos colonizados serán proporcionales al grado de violencia ejercido por el régimen colonial amenazado.

Steven Pinker, en Defensa de la Ilustración, evidenció que la violencia se suele considerar un asunto moral y que se ha asesinado a más personas en nombre de la justicia que por codicia. Dado que la izquierda se siente moralmente superior, no es de extrañar que se considere legitimada para practicar el terrorismo. Como la Lady Macbeth de Shakespeare, la izquierda suele tener las manos rojas pero el corazón blanco como la nieve. Tres libros del siglo XX se disputan el discutible honor de ostentar el mayor número de asesinados inspirados por sus capciosos argumentos: Mein Kampf (Hitler), El Estado y la revolución (Lenin) y El libro rojo (Mao). Los tres glorifican la violencia y animan a exterminar al enemigo, de raza en Hitler y de clase en los comunistas.  

Decíamos que el segundo dogma de la izquierda que conduce a la violencia tiene que ver con su idea de democracia. Escribe Maneiro que “lo que nos separa de ETA [es] el rechazo de la violencia, el respeto al adversario político y la defensa de la democracia para dirimir nuestras diferencias”.

Pero la izquierda tradicionalmente ha defendido una concepción de la democracia popular muy diferente de la de la democracia liberal (más cercana de hecho a la democracia orgánica del fascismo). Como en el caso del feminismo, la izquierda defiende que no se debe adjetivar la democracia, pero eso no es más que una argucia para difuminar los diferentes fundamentos de ambos tipos de democracia (como también sucede en el caso de los diversos feminismos). Sólo cuando la izquierda se compromete con la democracia liberal está exenta de violencia. No así cuando se inclina por su tradicional querencia por la democracia popular. Durante la II República, Largo Caballero alentó el uso de la violencia contra los adversarios políticos con el objetivo de destruir la democracia liberal y “burguesa” y erigir una democracia popular y “proletaria”. Esta es la gran confusión de izquierdistas ingenuos como Maneiro y Lleonart, provocada por la ignorancia de que el principio democrático y el liberal son diferentes. Una democracia consiste en que el fundamento del poder reside en el pueblo. Pero se puede llevar a cabo dicha democracia al modo típicamente de izquierdas durante el siglo XX, mediante una dictadura ejercida por la vanguardia del proletariado, o bien según el método liberal de la separación de poderes, el pluripartidismo y la esfera inviolable de los derechos individuales. El gran pecado de la izquierda ha consistido en poner el principio democrático por encima del principio liberal, y es por ello que ha patrocinado golpes de Estado bienintencionados, defendido dictaduras políticamente correctas y alentado el terrorismo utópico.

Según Maneiro, la izquierda “decente y de verdad” es otra cosa, porque  sus principios y valores están en los antípodas de lo que fue ETA. Pero la izquierda decente lo que debería hacer es explicitar los postulados, prácticas y teorías que han hecho que su historia sea fundamentalmente sangrienta y cruel, responsable del asesinato de millones de personas, en lugar de echar balones fuera, erigiendo estatuas y celebrando homenajes a los que la arrastraron por el lodo sanguinario de la filosofía y la historia. Del mismo modo que la derecha sufrió una desnazificación y tuvo su Tribunal de Nuremberg, la izquierda espera su gran exorcismo para erradicar las figuras y las ideas criminales que forman parte de su legado histórico y conceptual, de Marx al Che Guevara, pasando por Rousseau. No es verdad que la izquierda terrorista, que es más un pleonasmo que una contradicción, haya dejado de asesinar políticamente porque haya reconocido que era un error interno a su sistema, lo que le llevaría a cerrar todos los partidos comunistas y fundaciones como la de Largo Caballero, sino porque se convenció de que era inútil desde el punto de vista de los resultados, por lo que cambió la táctica pero no los principios, los ídolos y los modelos. ¿Cuándo los socialistas de todos los partidos dejarán de cantar La Internacional y levantar el puño, el equivalente al saludo fascista y el Cara al Sol?, ¿cómo es posible que Otegi no sólo se presente a las elecciones sino que sea reconocido y agasajado por los socialistas “decentes y de verdad”?, ¿qué grado de esquizofrenia moral tiene una izquierda que reconoce como suya a la dupla Maduro-Zapatero?

Defender que ETA no era de izquierdas es como plantear que el Ku Klux Klan no era racista. Un patético esfuerzo para no afrontar la verdad de su ideología y una peligrosa manipulación de la Historia para perpetuar un fraude intelectual, una abominación política y una amenaza a la convivencia. Ciertamente, no toda la izquierda ha sido políticamente criminal, éticamente inmoral y económicamente un desastre. Pero por cada Bertrand Russell hemos padecido diez Lenin; por cada Albert Camus, cien Sartre; por cada Arcadi Espada, mil Ana Pastor. Algunos, como Mainero y Lleonart, pretenden convencer a los despistados y los ilusos de que la izquierda es toda ella como una ONG; su referente máximo, el Dalai Lama y ETA, únicamente un caso de psicopatología inspirado en Hannibal Lecter y Freddy Krueger en lugar de en Robespierre y Trotsky . Pero la izquierda no ha sido casi nunca ese buenismo banal y encantado de conocerse con el que se adornan Maneiro y Lleonart, sino que, como dijo Orwell,

gran parte del pensamiento de la izquierda consiste en jugar con fuego, pero por parte de personas que ni siquiera saben que el fuego quema.

Es hora de que la izquierda aprenda no sólo que el fuego quema, sino cómo manejar  la manguera para sofocar todos los que enciende. Si no, no nos extrañemos de que los rescoldos vuelvan a incendiar el mundo.

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