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Amando de Miguel

Valores y virtudes de los españoles

La virtud más positiva de la mentalidad española, hoy como ayer, es el culto a la simpatía.

Celebración en el barrio del Born de Barcelona tras el fin del estado de alarma | EFE

Durante mucho tiempo se creyó que el espíritu belicoso, rebelde, individualista de los españoles contemporáneos se debía al fondo étnico celtibérico. Por ejemplo, así lo considera el estudio del geógrafo José Bergua, de 1934. Tal hipótesis parece un tanto fantasiosa. Bergua representa la corriente enaltecedora del carácter español, adornado de todas las virtudes, un paradigma para el mundo. Es lo que podríamos llamar la leyenda blanca sobre España, tan arbitraria como la negra.

Durante la primera etapa del franquismo se desarrolló hasta el empalago la literatura encomiástica sobre las virtudes de los españoles, siempre con un fondo histórico de los tiempos imperiales. Se trataba de compensar las miserias y pesadumbres de la vida cotidiana.

El sistema actual de valores lo han investigado los sociólogos, por medio de encuestas, y los psicólogos, a través de escalas. Ambos métodos resultan harto limitados para tal objetivo. Resulta dudoso que se trate de un verdadero sistema, esto es, ordenado y general. Precisamente, un aspecto de los valores vigentes actuales es su aparente desorganización. No es solo que las personas con parecidas posiciones sociales manejen valores encontrados. El valor más general es que se ha difuminado mucho la frontera entre lo que se considera bueno y malo. La misma persona que se enternece por conservar la vida de algunos animales considera fríamente que se debe permitir el aborto o la eutanasia.

Hay un hecho que domina la escena pública española: la hegemonía social y política de la izquierda. La consecuencia inmediata es que se consideran más respetables los valores consonantes con el progresismo.

Hay un hecho que domina la escena pública española de las últimas generaciones: la hegemonía social y política de la izquierda, con independencia de que ocupe o no el Gobierno. La consecuencia inmediata es que se consideran más respetables los valores consonantes con el progresismo. Es la misma razón por la que ahora hay en España más antifranquistas que durante los años del franquismo. Naturalmente, instalados en la democracia, no hay ningún riesgo en mantener tal posición ideológica.

Una consecuencia de lo anterior es que se da por supuesto que los cambios sociales son siempre positivos, en el sentido, al menos, de que el progresismo resulta conveniente. Es una presunción indemostrable. Tenemos, por ejemplo, el creciente consumo de alcohol y drogas alucinógenas por parte de la población, especialmente de los jóvenes. O también el gasto cada vez más generalizado en apuestas y juegos de azar. Más cunde el amplio y creciente absentismo laboral y estudiantil. Todo ello responde a la creciente aceptación de los valores hedonistas, esto es, el rechazo de la ética del esfuerzo.

La virtud más positiva de la mentalidad española, hoy como ayer, es el culto a la simpatía. La percibe muy bien la turba de turistas extranjeros. Mi amigo Maciej Rudnik me comunica que en polaco hay una frase coloquial para remachar lo bien que se desenvuelven algunas personas. Se les dice, de forma encomiástica, "la vida como en Madrid". Es de agradecer tal reconocimiento de la leyenda blanca sobre España.

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