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Eduardo Goligorsky

La guarida belga

Allí la justicia ampara a terroristas, sediciosos, prevaricadores, malversadores, apologistas del delito y otras alimañas.

Allí la justicia ampara a terroristas, sediciosos, prevaricadores, malversadores, apologistas del delito y otras alimañas.
EFE

Los delincuentes españoles prófugos no se equivocan cuando instalan su guarida en Bélgica. Saben, por experiencia, que allí la justicia ampara a terroristas, sediciosos, prevaricadores, malversadores, apologistas del delito y otras alimañas. Carles Puigdemont y sus secuaces republicanos viven allí como reyes del Antiguo Régimen en las mansiones que sufragan aquellos compatriotas suyos a los que han esquilmado y siguen esquilmando con la complicidad de los usurpadores del poder regional.

Panegíricos a la horca

Ahora, el favorecido por la hospitalidad leguleya ha sido el rapero Valtònyc, cuyas composiciones recopiló, a modo de homenaje, el diario digital de ultraizquierda Público (20/2/2018). Entre ellas sobresalen los panegíricos a la horca para los Borbones, a la Goma-2, a las matanzas de ETA y los Grapo, a los kalashnikov, a los gulags de Siberia. Todo rematado por esta joya de refinamiento sádico: "Mataría a Esperanza Aguirre, pero antes le haría ver a su hijo durmiendo entre las ratas". Y el Tribunal Constitucional de nuestro socio en la Unión Europea no encontró motivos para extraditarlo a España. ¿Es necesario aclarar que este psicópata forma parte del círculo íntimo del renegado Puigdemont y que este no se cansa de reírle públicamente las gracias obscenas?

Tampoco debe extrañarnos que los belgas no entiendan que en un país donde la Constitución sienta las bases de una Monarquía parlamentaria, las leyes aseguren el respeto a la figura y a los actos propios de la función del Rey, que es quien garantiza la cohesión y soberanía del territorio y la vigencia de los deberes y derechos de los ciudadanos. Y no lo entienden porque en su país, en Bélgica, se han habituado a soportar reyes que se hicieron acreedores al desprecio de su propio pueblo y al repudio de todas las naciones civilizadas por sus crímenes de lesa humanidad.

Fuente de riqueza

Precisamente el mismo día en que dio la noticia del amparo al patibulario Valtònyc (29/10), La Vanguardia publicó un extenso artículo titulado: "Un demoledor informe oficial retrata la brutalidad del colonialismo belga". Un colonialismo que tenía nombre propio: Leopoldo II, rey de Bélgica. En 1885, los catorce países más poderosos de aquella época, reunidos en Berlín, obsequiaron a Leopoldo II, no como colonia de su reino sino como propiedad particular de la Asociación Internacional del Congo, que él presidía con poderes absolutos, un territorio de África cuya superficie era 80 veces mayor que la de Bélgica. Lo bautizaron con el nombre de Estado Libre del Congo.

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Leopoldo II de Bélgica

Desde 1885 hasta 1908, cuando se convirtió finalmente en colonia de Bélgica, el Congo fue una fuente de riqueza personal para el rey Leopoldo II gracias al monopolio de la exportación de caucho, marfil y lo que se denominó "un escándalo geológico" por la abundancia de minerales. Un ejército privado, la Force Publique, secuestraba a las mujeres y niños en las aldeas, como rehenes, para obligar a los hombres a trabajar como esclavos. Para calcular el monto de sus recompensas, los mercenarios de esa milicia utilizaban como moneda de cambio las manos derechas amputadas a los insumisos, que entregaban a sus jefes.

Sangre de esclavos

Según un informe encargado por el Parlamento belga a investigadores independientes (LV, 29/10):

La cuestión que se plantea puede formularse así: ¿Existen pruebas históricas de una explotación sistemática, de crímenes atroces y grandes sufrimientos humanos causados por el colonialismo belga? La respuesta a esta pregunta es un categórico sí. (…) La idea de que los peores excesos de la violencia colonial bajo el régimen de Leopoldo fueron obra de individuos marginales y aislados no concuerda con las conclusiones actuales de las investigaciones que revelan diferentes regímenes de terror y extorsión violenta combinados con una impunidad frecuente.

Hasta aquí la truculenta historia del rey Leopoldo II y su inmensa fortuna amasada con la sangre de los esclavos africanos. Añaden los estudiosos que la suerte de los nativos no mejoró mucho cuando el monarca puso fin a su régimen de propiedad privada y los convirtió en súbditos del Estado belga.

Dinastía cubierta de oprobio

Pero la dinastía volvió a cubrirse de oprobio cuando Leopoldo III entregó su patria al ocupante nazi alemán. La Wehrmacht invadió Bélgica el 10 de mayo de 1940 y el rey Leopoldo III firmó la capitulación dieciocho días más tarde. El primer ministro y el resto del gabinete se asilaron en Londres, como lo hicieron los reyes de Noruega y Holanda, para formar un gobierno en el exilio. El rey Leopoldo, en cambio, se quedó al servicio del ocupante y fue a entrevistarse con Adolf Hitler en su residencia de montaña en Berchtesgaden el 19 de noviembre de 1941.

Tras la derrota del Eje, el monarca quedó en entredicho, acusado de colaboracionista, pero se aferró al trono. En 1950 se celebró un plebiscito para decidir su suerte, y aunque solo obtuvo el 40% de votos en la francófona Valonia, un 70% de sufragios de apoyo en la tradicionalmente pronazi Flandes –donde está en su salsa el reaccionario carlista Puigdemont– le salvaron la corona. En 1951 abdicó a favor de su hijo Balduino.

Extraditen a los sediciosos

Es posible que los jueces belgas estén predispuestos a perdonar las injurias a los reyes porque son conscientes de las muchas que merecen las aberraciones en que han incurrido sus sátrapas pervertidos. Pero corren el riesgo de caer en la prevaricación cuando esta mala experiencia los impulsa a dejar desprotegidos no solo a un monarca ejemplar como es Felipe VI, sino a una nación cuya paz social e integridad territorial están amenazadas por la banda de sediciosos igualmente pervertidos que ellos dejan en libertad a sabiendas de que reincidirán en sus delitos.

Abominen ustedes de sus sátrapas y extraditen a nuestros sediciosos.

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